Capítulo 02| "Cruella de Vil"

1677 Words
—¡Levántate mocosa! —me despierto sobresaltada al sentir un chorro de agua gélida bajar por mi espalda. Tomo grandes partes de la sábana y escondo mi cabeza bajo la almohada, tratando de contener la furia que amenaza con salir por mis poros—. ¿Acaso le he hablado a la pared? ¡Sal de esa cama para que recojas la mesa del desayuno! —y nuevamente el agua cae sobre mí, pero esta vez lo hace sobre mi cabeza. —¡Hija de puta! —grito, saliendo de un salto de la cama, mientras una de mis hermanastras chilla y sale a toda carrera de mi reducido espacio que llamo habitación, dejando el cubo en el que tenía el agua, tirado al lado de la puerta. Doy un golpe seco con la palma de mi mano a la pared de tablas que divide mi habitación con el pasillo y después me dispongo a quitar las sábanas empapadas de mi cama, tomo una toalla y la paso por mi rostro y mi cabello, esperando el momento en que Cruella de Vil se apareciera por mi puerta, en defensa de una de sus "princesas" —A recoger la mesa —exige la mujer, al entrar con una actitud desafiante. No respondo, solo me limito a caminar hacia mi armario y así buscar los harapos que me pondría para ir al colegio. —¿No me has escuchado, Skyler? Son solo cuatro palabras que ese cerebrito tuyo debe procesar: A. Recoger. La. Mesa —dijo lentamente, contando con sus dedos. Exhalo pesadamente, antes de que mis ojos azules, se claven en las pupilas marrones de mi madrastra. —Yo tengo cuatro palabras más para ti —levanto mi mano derecha y comienzo a contar—. Vete. A. La. Mierda. Sus ojos se abren con asombro, al igual a como lo hace su boca. —¡Gustavo! ¿Has escuchado la manera en la que tu hija osa a hablarme? —masculle con voz alterada, buscando el apoyo de papá. El atractivo rubio de barba cerrada el cual se encargó de depositarme en el óvulo de mi madre, asoma su cabeza por la puerta, limpiando sus manos en un pañuelo blanco. —Chleo, anda cariño, ve a desayunar con las otras niñas —habla pacientemente, tomando a la mujer por los hombros para hacerla salir de mi habitación—. ¿Otra vez, Cielo? —indaga, acercándose con grandes zancadas hasta donde me encuentro. —Sabes que no las soporto —niego con la cabeza, abrazando con fuerza los pantalones raídos que había sacado de mi armario—. Aun no puedo perdonarte el hecho de que hayas elegido a esa —señalo con desprecio—, para sustituir a mi madre. —Sky, nadie va a sustituir a tu madre, mi amor. ¿De acuerdo? —Sus manos presionan mis mejillas, elevando mi rostro para que pudiera verlo a los ojos—. Aunque tuvo sus equivocaciones, tu madre fue la mujer más buena que he conocido. —Sí, como si morir de cirrosis te vuelve un ángel —mascullo, alejando la mirada de la suya. Su risa resuena por el lugar al darse la vuelta y caminar hacia la puerta. —¿Algún día serás capaz de perdonarla? —indaga, viéndome sobre su hombro otra vez. ¿Algún día seré capaz de perdonarla? Esa pregunta gira por mi mente las 24 horas del día, sin dar un resultado alentador para ella. Mi padre tenía razón, ella era una buena mujer, cariñosa y entregada a su hogar; su único problema había sido su obsesión por la bebida. Tomar uno, dos o hasta tres tragos cada día, ella no lo veía malo; pero esos tragos por día habían terminado por cobrarle la factura, y hacía solo 4 años atrás, había muerto de cirrosis. Le doy una mirada más a mi padre y sonrío, encogiéndome de hombros. —No lo sé, viejo. Él niega con la cabeza y aspira pesadamente. —Ella te amaba, Sky —sus ojos se estrechan en mi dirección, mientras avanza hacia mí otra vez—. ¿Estuviste con Thiago otra vez? —me pregunta, ladeando mi cabeza para revisar mi cuello. —¡Oh! ¿Eso? —mordí mi labio inferior, maldiciendo a Thiago en mi interior. Odiaba cada vez que me marcaba de esa manera, y el muy idiota lo hacía a propósito, solo para hacerme enfadar—. ¿Te molesta? —Sabes que me agrada ese muchacho... Sólo no me gusta ver a mi hija con ese tipo de manchas —niega con la cabeza y después termina por salir. Después de darme una rápida ducha, me visto con unos jeans rasgados y una camiseta de color n***o, enrosco el pañuelo blanco que representa a mi banda en mi muñeca, me echo la mochila al hombro y después salgo a la calle, ignorando los absurdos regaños que me lanza mi madrastra al haberme negado a recoger la mesa. Camino calle arriba hacia la parada del autobús que me llevará a Fairfield, observo a mi paso a varios de mis colegas, los cuales solo se limitan a sonreír y a elevar su barbilla en señal de saludo. Les devuelvo el gesto, ignorando el malestar estomacal que me ocasiona el pertenecer a esa banda. El intercambio de la noche anterior, no había salido a como lo esperábamos, y si Leo llegaba a darse cuenta de ello pronto, sé que no sería nada bueno ni para mí, ni para Thiago. Leo es nuestro líder, o hermano —a como él le gustaba hacerse llamar— nos daba protección, pero cuando algo pedido explícitamente por él no salía bien, llegaba a enfadarse a tal punto, que Thiago debía de interponerse entre ambos. Subo al autobús escolar y como siempre lo hacía, me siento en la parte trasera con los chicos que formaban parte de mi pandilla. Ema, una chica con el cabello teñido de verde me sonríe, elevando su mano en forma de saludo. —Blue —saluda, cuando tomo el asiento a su lado. —Ema —respondo—. ¿Podrías pasarme la tarea de historia? No tuve tiempo para terminar de hacerla. —Y a cambio obtendré.... —expresó, sonriéndome dulcemente. Levanté las cejas, mientras buscaba el cuaderno de historia en mi mochila. —Mejor te diré que no obtendrás, si me la das —saco un bolígrafo y comienzo a garabatear en una hoja, esperando a que me entregara su tarea—. No obtendrás mi puño en tu lindo rostro de muñeca, querida. Ella ríe, metiendo su mano en su deshilachada mochila para después entregarme su cuaderno obedientemente. —Si sabes que si te la doy es porque me caes bien, y no porque te tenga miedo, ¿Cierto? —Ajá —me limito a contestar, a la vez que buscaba rápidamente las respuestas en su cuaderno. —¿Dónde está Thiago, por cierto? —¿Acaso soy su maldita niñera? —No, pero eres la chica la cual le abre las piernas —contesta indiferentemente. —Estúpida —mascullo, volteando los ojos. —Si decir la verdad me vuelve estúpida, pues entonces lo soy. Suspiro, levantándome para seguir a la manada de robots que se dirigían hacia la puerta del autobús, para así poder comenzar con mi maravilloso día rodeada de todos esos subordinados niños pijos de los barrios altos (nótese el sarcasmo) En cuanto pongo un pie en el asfalto, mi mirada enfoca grupos pertenecientes a los chicos de la zona norte a un lado, y los de la zona sur del otro. A pesar de que todos pertenecemos a Chicago, no acostumbramos a relacionarnos, no es que nos creamos inferiores o superiores, solo sabemos que somos diferentes. Mientras ellos viven en mansiones, nosotros vivimos aglomerados en pequeñas casas cerca de los rieles del tren; cuando ellos vienen en BMW o en algún Audi a la escuela, nosotros venimos en autobús o caminando. En cuanto subo los escalones que nos llevan al instituto, miro a Thiago junto a sus compañeros del último año, riendo y dándose empujones entre sí. Una pequeña sonrisa se abre paso en mis labios al encaminarme hacia él. Las pupilas grises de mi novio se encuentran con las mías, miro como las esquinas de su boca se levantan en una pequeña sonrisa. Debería de sentirme dichosa al salir con un chico del último año, se suponía que debía de sentirme orgullosa de caminar por los pasillos de Fairfield de su mano, mientras que incluso, las niñas ricas de la zona norte babeaban por él. Pero a diferencia de ello, me sentía celosa y disgustada, a veces deseaba que le faltase un diente, o que tal vez cojeara al caminar, así tal vez, solo tal vez disminuirían en mí las interminables ganas que siempre poseía al querer arrastrar a ese poco de perras en celo que no hacían otra cosa que comérselo con la mirada. —Mi bella cenicienta —arguye, tomando mi mano entre la suya—. Me saludas a como se debe o me encierro contigo en el cuarto de limpieza y hago que nos expulsen. —¡Por Dios, Thiago! ¡Disimula esa calentura que te manejas! —exclama Ema en medio de una arcada. —Oh, hola Ema. No me había percatado de tu presencia —contesta riendo y me envuelve en sus brazos—. Ahora tú dame ese beso que quiero —susurra, dándome un pequeño mordisco en el labio inferior. Rodeo su cuello con mis manos y me coloco de puntillas para poder saborear con mayor libertad esos labios que se habían convertido en mi adicción. Escuché ruidos de besos a nuestro alrededor, proveniente de los compañeros de Thiago, después escuché risas, a la vez que sentía como una de sus manos se alejaba de mi espalda, lo que me hacía pensar que él estaba mostrándoles su dedo medio. —Eso si es comenzar el día con todas las de la ley —me guiña un ojo y me da otro rápido beso, antes de que comenzáramos a caminar por el pasillo hacia nuestras clases. Entré al salón de historia con una sonrisa pintada en el rostro después de haberme despedido de mi novio; aun trataba de comprender la manera en la que Thiago era capaz de cambiar mi vida oscura llena de mierda, en una llena de arcoíris y estúpidos unicornios. Me siento en la parte trasera y me dispongo a sacar mis pertenencias, repitiéndome en mi interior que ese día conseguiría que no me suspendieran. Coloco mi cuaderno en mi escritorio y luego me giro hacia Ema cuando la escucho hablar. —Me gusta tu boli morado —miro el bolígrafo que tengo en mi mano y después a Ema—. ¿Me lo das? —A mí también me gusta el morado... ¿Qué tal se verá en tu rostro después de que mi puño impacte con él? La peli verde puso los ojos en blanco, concentrándose en el pizarrón. —Tan delicada como siempre, Blue —masculle.
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