Entrar al mundo de las drogas era demasiado fácil, solo bastaba con una pequeña probada para que te vuelvas adicto a algo que te consumiría poco a poco y cuando te dieras cuenta del daño que te hiciste, que has provocado por culpa de las drogas, estarías completamente hundido. Salir de ese mundo no era nada fácil, el proceso era difícil y mucho.
Vincent se encontraba en la peor etapa, sobrevivir a la abstinencia de las pastillas y el polvo que solía inhalar, el programa de Paula era brutal, si bien ella no se estaba haciendo cargo de él, si está al pendiente de su progreso. Como buena amiga y ex compañera de la marina, ayuda a Vincent a que por fin tenga la vida que tenía que llevar desde que salió de la marina. Así que mientras él agoniza por la abstinencia, ella se encarga de que su cabaña de hombre al que no le importa la vida ni él mismo, sea apta para la llegada de una pequeña niña.
Encerrado en una habitación, con solo una pequeña ventana y, según él, un estúpido cuadro de un paisaje hermoso, Vincent estaba viviendo los peores días de su vida. Lleva una semana sin consumir nada, no lo ha matado, pero él jura y grita que lo están matando.
El reloj que tiene en la parte de arriba de su habitación, encerrado con una pequeña reja para que ninguno de los pacientes en rehabilitación lo tome y lo rompa. Escuchando el agobiante tic, tac, que taladra su cabeza, cada que esas manecillas se mueven siente que su cerebro explotará. Le es imposible controlarse justo ahora, su cabeza comienza a recordarle todas las cosas que hizo para llegar a ese punto. Su niñez, abandonado por su padre a los 8 años, convirtiéndose a esa corta edad en madre y padre para sus dos hermanos. Entrar en la marina y tener que soportar pruebas que un ser humano normal jamás podría soportar. Enterarse de la muerte de su hermana. Y convertirse en un ser infeliz, alejándose de todo lo que podía darle un poco de felicidad, se autocastigo, no merecía ser feliz, ni por un solo momento y así fue en todos esos años, apenas una ráfaga de felicidad se asomaba en su vida le duraba pocos segundos.
La droga, esa era su única y fiel compañera que lo levantaba cada día y lo hacía soportar caminar entre los vivos sin querer suicidarse. Incluso podría mencionar que la droga le daba una ráfaga de felicidad que solo él comprendía y toleraba.
Estaba furioso consigo mismo, triste por abandonar a su familia, dándose por vencido en un momento donde se dejó caer en uno de los rincones de su habitación, echándose a llorar como un niño pequeño. Por fin lloraba, había estado conteniendo cada sentimiento y emoción que había retenido todo ese tiempo, fluía como lluvia en su interior.
La sonrisa de Paula, quien lo estaba viendo por las cámaras de seguridad de su habitación, se ensanchó cuando pudo verlo llorar. Llorar, gritar y sacar todo lo que su interior guardó, era una muy buena señal. Vincent estaba por buen camino y ese camino cada vez lo acercaba más a la paternidad.
— Entraré – dijo la pelirroja.
— Señora, es peligroso entrar. El sujeto ahora es como una bestia salvaje sin alimento, si entra, será peligroso.
— Ya me enfrenté a esa bestia una vez y sobreviví, estaré bien.
Paula puso el código en su puerta y entró, Vincent estaba en un rincón simplemente mirando a la nada. El paso que seguía era dejar al sujeto sin estabilidad emocional, sin muros, sin fronteras. Exponerlo totalmente.
Y, sería difícil con Vincent. El hombre ha puesto muchas barreras que ni él mismo puede poner abajo, ha estado solo mucho tiempo y lo único a lo que recurre es droga y alcohol, deberá dar en un punto jodidamente débil para poder romperlo y así comenzar de cero.
— Estás hecho una mierda – dijo con una sonrisa – Mientras te miraba llorar como un bebé, me puse a pensar ¿eres capaz de amar? Dime, alguien como tú, sabiendo que tu hermana murió de una sobredosis y aún así entraste al mundo de las drogas y que no has tenido una sino dos sobredosis ¿tienes esa capacidad de amar? ¿Te amas a ti mismo, Vincent? ¿Podrás amar a un bebé inofensivo?
— Cómo podré amar a un bebé, si ni siquiera me amo a mí mismo – la miró - ¿Te amas tú? Dime Paula, grandiosa psicoanalista ¿alguien de verdad se puede mirar al espejo y decirse “me amo tal y como soy”? Todos estamos rotos, solo que algunos optan por mentirse a la cara y otros aceptan su realidad.
Incluso en abstinencia, Vincent lograba dejarla sin palabras y en lugar de romperlo, fue ella quien salió con una crisis existencial.
Tras su dura rehabilitación, ahora se encontraba frente a un hombre quien gentilmente lo escuchaba. Vincent jamás fue de hablar sus problemas con alguien, pero Thomas transmitía una confianza y una seguridad sobrenatural que no le costó mucho al rubio comenzar a hablar sobre su vida entera, sobre lo que lo agobia en las noches, las sobras de su pasado que lo acechan en la oscuridad.
— Te has auto castigado mucho tiempo Vincent – comenzó a decir Thomas – Ser feliz para ti era un regalo que pocas veces te podías dar – el rubio asintió ligeramente con la cabeza – En el poco tiempo que llevas conmigo, he conocido lo que ocultas a la gente, es por eso que ahora te haré una pregunta que no me responderás hasta nuestra siguiente sesión – hubo un par de segundos donde no habló, aumentando el suspenso en el rubio, Thomas se quitó sus lentes y lo miró - ¿Estás listo para ser feliz?
Ser feliz, ¿qué implica la felicidad?
Si daba un vistazo al pasado, fue feliz cuando estuvo con sus hermanos, cuando vio a Ginny dar sus primeros pasos, cuando la escuchó hablar. Fue feliz cuando vio a su hermano decidido a ser un gran policía, a entrar en la academia y arrasar con todo. Fue feliz cuando ellos estaban en su vida. Era feliz cuando tenía una familia.
Pero esa no era la pregunta que su terapeuta le dijo. Ciertamente se ha auto castigado mucho tiempo, pero ahora, estando a poco tiempo de caminar por un pasillo que cambiaría su vida, donde recibiría a esa niña en sus brazos, donde aceptaría la paternidad hasta el final de sus días. ¿Estaba listo para eso?
— Te ves bien – sonrió la pelirroja al verlo salir del gran edificio donde estuvo dos semanas enteras.
— Me siento mejor – admitió con franqueza.
Paula lo observó, aún no recuperaba ese brillo tan especial en sus ojos, aún estaba vacío por dentro, pero sin duda su semblante representaba a un hombre completamente cambiado. No era el hombre que la llamó y la citó en una cafetería, ese hombre tenía mejor semblante y si no le conociera, diría que está decidido a enfrentarse a una sola cosa que ha alejado de su vida, la felicidad.
Vincent se quedó en silencio el resto del viaje, tenía muchas cosas en las que pensar, pero solo una rondaba en su cabeza. La paternidad. Ha llevado una vida desenfrenada, libertina, ciertamente ya está limpio y el proceso fue demasiado traumante, realmente teme el siguiente paso.
Cuando llegaron a casa, vio su motocicleta en la cochera y su cabaña intacta, bajó de la camioneta, acomodó su bolso y caminó hacia la puerta, al abrir la puerta se dio cuenta que todo el desastre que dejó, las sillas rotas, el espejo, la tazas que lanzó en ese día seguían ahí, pasó una mano por su nuca y entró. Fue directo a su cocina por un vaso de agua, vio que Paula miraba el lugar sin decir una palabra, no era necesario porque sabía que es lo que estaba pasando por su mente.
— Una combinación de LCD y Meta – dijo Paula tras un breve silencio, sacó un frasco de pastillas – La dosis es demasiado baja, no será como consumir la droga pura, pero te mantendrá estable – se lo entregó y Vincent lo tomó mirando el frasco con pastillas – Tomarás una diaria por el momento, después irá bajando la dosis hasta que termine siendo nada. Tienes cita con Thomas la siguiente semana y no olvides ir a rehabilitación, aún así, monitoreo tu estado y estaré en constante comunicación contigo.
— Gracias.
Fue lo único que pudo decir, Paula ya había hecho mucho por él sin ningún costo.
— Si requieres ayuda – dijo tras darle una rápida mirada a la casa – Cuenta conmigo.
— Ya hiciste suficiente, el resto depende de mí – sonrió ligeramente – Pero si hay algo, te llamaré.
Paula susurró un “bien”, se dieron un corto abrazo y Vincent esperó hasta verla irse. Cuando regresó al interior de la casa, supo que requería un gran cambio y le costaría tiempo, pero se dijo a sí mismo que solo necesitaba estar presentable la casa para poder ir por ella, después se ocuparía de lo demás.
Tomó uno de sus discos de Led Zeppelin, lo reprodujo y puso manos a la obra. Limpiar la casa, sacar lo innecesario, arreglar lo roto. Movió todos los muebles, incluso los cambió de lugar, buscó algún par de cortinas que no fueran esas amarillentas cortinas que no había cambiado en años, y las cambió por unas nuevas. Fue a su cochera donde tenía herramientas y más cosas, tomó el bote de pintura que tenía desde hace un tiempo, aún era efectiva así que la preparó, cubrió sus muebles con plástico y comenzó a pintar cada pared de su casa.
Cuando llegó a la habitación donde tenía muchas cajas con cosas que ya no servían, que se rompieron y dijo que las arreglaría después y jamás lo hizo, no era muy grande, pero serviría de habitación para ella.
Así que comenzó a tomar caja por caja revisando lo que tenía, verificando que no se iría nada valioso a la basura, pero en general nada servía así que fácil tirarlo todo, y cuando vio que solo faltaba una caja se acercó a ella para revisarla y lo que encontró, fue algo que creía haber enterrado.
Había fotografías un tanto maltratadas por su abandono en esa caja, muchas eran de su infancia con sus hermanos, pero al encontrar una foto, tal vez la última foto con Ginny, su corazón se achicó. Era él con el uniforme de la marina, Stefan y Ginny mirando a la cámara mientras un desconocido les tomaba esa fotografía. La última vez que vio a su hermana con vida, cabello rubio y ojos verdes, era preciosa su hermana, Stefan se veía tan hermoso en ese momento. Y él, ver su versión pasada, feliz, con una alegría en los ojos que ahora había perdido, no era ni la sombra de ese Vincent. Si ahora mismo se viera en persona con ese chico, no habría similitud en nada, porque a pesar de que a esa edad él había pasado por muchas cosas y llevaba una carga en sus hombros, aún se permitía ser feliz por ellos, por su familia.
Limpió sus lágrimas y soltó un suspiro, tomó esa caja y la llevó a la sala. No la tiraría porque sería tirar parte de su vida, pero solo la dejaría ahí, como un recordatorio de lo que perdió, no estaba listo para sacar las fotografías y colgarlas en su casa, no estaba listo para ver cada día lo que perdió en su vida.
Se recompuso y volvió a la habitación, aún tenía que limpiarla y pintarla de un tono que fuera agradable para él y la bebé.
El reloj marcaba media noche, Vincent salió de su cabaña, encendió un cigarro y se relajó con el silencio que el bosque y la noche le daban. Había hecho mucho por un día y necesitaba descansar, por suerte no le habían quitado los somníferos que usa para dormir, solo así evita las pesadillas y puede dormir más de cinco horas seguidas. Se dio una larga ducha, sintiéndose completamente cansado y agotado, y no solo era físico, sino era mental y tal vez también espiritual. Se tomó una sola pastilla y se recostó, para sorpresa suya, no le costó mucho caer profundamente dormido.
Cuando despertó, miró el reloj junto a su cama, eran las 9:00 de la mañana y aun se sentía perezoso para salir de la cama, había sido una noche reconfortante, pudo dormir sin despertar a mitad de la noche con gritos en su cabeza y pesadillas que lo dejaban sin dormir, frotó sus ojos y se levantó. Estaba por prepararse para ir a la cafetería, cuando quiso dar un vistazo a su despensa, no había ni una sola lata de atún ahí. Y no le sorprendía, si acaso solo iba a su casa a dormir y eso si no había alguna fiesta donde iba y se quedaba con chicas o chicos desconocidos en sus camas.
— Tengo que abastecer mi casa – suspiró.
Tomó su chamarra y sus guantes y subió a su motocicleta, iría a desayunar en su cafetería y después tendría que hacer muchas compras.
Primero pasó por lo esencial, la comida. Y vaya que no sabía sobre que escoger, hacía años que no hacía una compra de despensa, había demasiadas marcas de sopas, leche, cereales, incluso de huevos lo cual tenía sentido ya que todos venían de un mismo lugar, una jodida gallina, no suponía que venían de gallos esos huevos y no comprendía porque todos los huevos tenían un precio distinto.
Al llenar su carrito se dio cuenta que tal vez requeriría un auto si ya estaría en esa situación fácilmente, todo eso lo podía transportar en su motocicleta, pero pensando a futuro, necesitaría un auto apto para él.
Otra cosa más que añadir a la lista de compras.
Cuando llegó a casa, acomodó todo en su lugar, tomó una cerveza y la bebió poco a poco, mientras miraba en internet muebles para la habitación de la niña. Ser padre era tan complicado y eso que aún no tenía a la niña.
Pero entonces se quedó mirando un punto fijo en la mesa, cómo si algo hubiera llegado a su mente y lo estuviera atormentando, el semblante de su rostro cambió y su mirada se oscureció.
¿Qué está haciendo? ¿Qué mierda está haciendo?
Las palabras de Lili llegaron a su cabeza, él no puede ser padre y mucho menos con el trabajo que lleva. Tiene un bar por simple hobby, solo para no estar encerrado en casa y tal vez dejarse llevar en las drogas y tener una última sobredosis que lo deje por fin muerto.
Él no podía hacerse cargo de una bebé. Era imposible que pudiera.
El pánico comenzó a invadirlo, se estaba sintiendo ahogado en su propia casa que decidió salir y poder respirar aire, era en esos momentos que le alegraba estar lejos de la civilización. Sentía el corazón bombearle con fuerza, como si fuera a salirse de su pecho, las manos le sudaban y sentía que estaba por morir asfixiado, aun estando en el aire libre.
Estaba por acudir a una de sus grandiosas pastillas azules, pero ya no las tenía. Entonces la realidad le dio una fuerte bofetada, o más bien fue una persona. Porque pudo reaccionar de inmediato, y ver quien le había dado tremenda bofetada.
— ¿Qué mierda te pasa Vincent?
— ¿Lili?
— Sí idiota ¿Quién más? – entró a la cabaña y pocos segundos después salió con un vaso de agua – Bebe esto.