El temor de perder

1245 Words
Llegar a casa, al lugar que en los últimos meses consideré sería mi lugar más importante, porque en ella pude comprender que realmente Ales me amaba, y nos dio la oportunidad de crecer como pareja, como familia, ahora parece asfixiarme. El cambio que dio nuestras vidas en tan pocas horas es abrumador. Si me siento tan mal no quiero imaginar como ha de sentirse Ales, quien ahora se enfrenta a su mayor pesadilla, a fuerza darle un vuelco a la vida a la que estaba acostumbrado. Irse en contra de quienes fueron sus socios por años, convencer a los miembros de la hermandad para que lo apoyen y a su vez se beneficien de una libertad, que de seguro no tendrá para ellos el mismo sabor de la vida en esa libertad engañosa en la que han vivido por años, no es tarea fácil. Asimilar los pro y contras desde lejos es sencillo, no para ellos. De no cumplir todos marcarán una sentencia de muerte física o tras las rejas, y en caso de acceder podrán comenzar desde cero, en otro ambiente, otras tierras, con nueva identidad, pero totalmente alejados de la vida arriesgada y de muerte que les rodea. De no estar rodeada de personas tan tercas y ensimismadas en lo que ahora tienen, tendría toda la confianza de que cumplir con el acuerdo sería tarea fácil. —Coleguita, ¿qué haces aquí tan sola? —escucho la voz de Ingrid aparecer. Desde hace rato estoy recostada en una de las sillas de extensión en el área de la piscina. Necesitaba estar sola, organizar mis pensamientos y las emociones. Me siento revuelta, con sentimientos encontrados y un montón de ideas que llegan como una ola a mi cabeza aturdiéndome. —Llegaron —le digo en respuesta, volteando a observarla al tiempo que finjo una sonrisa. —Qué bueno verlos —responde con una espléndida sonrisa, quisiera estar tan ignorante de nuestra realidad como lo está ella ahora. —Por la cara que traes y la contundencia con la que Saúl me dijo Malcolm le impuso la cita para una reunión, no creo que sea para festejar —con la acidez que normalmente le caracteriza carraspeo estas últimas palabras. —No estoy autorizada para decir nada, esperemos hasta sea ales quien informe cuando estén todos —suspiro con profundidad sonora—, lo que si te adelanto es que se vienen días difíciles, amiga. —¿Más? —pregunta con dramatismo en la voz y sus gestos—, pensé que nos traerían noticias de las vacaciones soñadas. —Lamento decirte que se postergan por un buen tiempo —contesto poniéndome de pie—, ¿gustas una cerveza? —Obvio, siento que debo prepararme para lo que sea viene, no eres de sugestionarte, y ver la expresión de tu rostro me da a entender que es grave la situación. Caminamos hasta la sala de estar donde está el bar, me acerqué a la nevera de licores y timé entre mis manos dos botellas de cerveza, en seguida Ingrid me la quitó de las manos y se acercó a la barra para destaparla. Justo en ese instante llegó Samantha en compañía de Antonella y Sabrina. —Hola Anto —la saludo. —Amiguita, qué bueno verte —camina hacia mí para abrazarme. —¿Vinieron solas? —les pregunto al tiempo que tomo la botella que Ingrid me extiende mirando hacia el pasillo que comunica con la entrada principal de la casa. —Leroy y Leonardo se fueron al anexo a buscar a Malcolm, querían hablar con el algo de un pedido —responde Antonella. —Pero Malcolm está arriba descansando —le explico extrañada. —Que lo llamen, ellos sabrán —interviene Ingrid—, brindemos —voltea a ver a Samantha y a Sabrina—, a ustedes dos les daré un zumo de frutas por razones obvias —les señala el vientre y se sonríe. Mientras conversábamos sentadas, unas recostadas a la barra y las otras en los muebles que tenemos al frente, entró Ales mostrando la imponencia de su presencia, con la mirada fija en mí. Lo dejé dormido cuando decidí bajar, intentando dormir al ver que no lo lograba, decidí darme una ducha, vestirme y bajar hacia el área de la piscina donde permanecí alrededor de una hora hasta que llegó Ingrid. —Amor —Ales llama mi atención—, ya es hora —me advierte mostrándome el verde de sus ojos oscurecerse. —¿Dónde nos vamos a reunir? —le pregunto dejando sobre la superficie de la barra la botella. —En la piscina —se aclara la garganta—, digo, en el área de la piscina. —Ya le digo a las chicas que dispongan las sillas necesarias —se ofrece Sabrina. —No es necesario, ya Lucia les dio la orden —la detiene Ales—, Acompáñame a mi despacho por favor —me pide estirando la mano para que la tome. —Seguro —respondo sin dudar—, y regreso chicas. —No hagan nada que yo no haría a esta hora y con tanta gente alrededor —aduce Ingrid de manera jocosa—, ¿y mi zanahoria?, ¿dónde la dejaron? —Está en su habitación, ve a buscarla por favor —escucho que Ales le pide desde la distancia. De su mano, caminamos por unos de los pasillos laterales de la casa hacia su despacho. Al entrar soltó mi mano y cerró la puerta pasando el seguro. —¿Por qué tanto misterio? —le pregunto extrañada. —Ven —vuelve a tomar mi mano y llevarme hasta el sofá donde toma asiento y hace que me quedé parada entre sus piernas—, abrázame por favor —me pide en un tono de voz que me mostraba el temor que le embargaba. —Hey, ¿qué sucede? —le digo haciendo lo que me pidió, pero no porque lo pidiera sino porque sentí la necesidad de mostrarle que no estaba solo, que ahora más que nunca me encuentro unida a él—, dime amor. —Por primera vez desde que te volví a encontrar no sé cómo actuar, ¿cómo les digo a todos los que están afuera que nuestras vidas tienen fecha de caducidad? —me pregunta con los labios pegados a mi cuello mientras rodea con sus brazos mi cuerpo apretándome a él. —Como lo planteas luce terrorífico, como si de verdad tuviéramos la muerte detrás —le contesto sintiendo el estremecimiento de su cuerpo—, solo sé tú amor, el Aleskey Sánchez, “el Rubio” prepotente que conocí, no hay forma de maquillar esta verdad. Háblales con la verdad y seguido aporta soluciones, busca con ellos opciones, involúcralos desde ya en esto; a fin de cuentas, todos, absolutamente todos estamos metidos en esta olla, si no colaboramos no saldremos bien librados. Podemos perecer, huir con una bala con nuestros nombres marcados o permanecer encerrados en un espacio cuatro por cuatro hasta que nos llegue la muerte. Plantéaselos y cada quien que decida. —Lo haces ver sencillo —responde sin aflojar el agarre—, no eres tú quien de seguro pierda a la única familia que ha tenido. —¿Y nosotras dónde quedamos? —le pregunto sorprendida de su respuesta—, a nosotras siempre nos tendrás. —Pero ¿a qué precio? —me inquiere soltándome lentamente.
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