—Señor Thorner, ¡renuncio! no cuente más conmigo. ¡Sus hijos me van a enloquecer! A ver si los lleva a la iglesia por un exorcismo para que les saquen el demonio —dijo Blanca, una de las empleadas de la mansión que había aceptado cuidar de los dos adolescentes hace apenas un par de días—. Cuando fui tu nana y la de tu hermana nunca tuve este tipo de problemas. ¡Ahora ya estoy vieja!
—¡No! Blanquita no puedes irte, si los dejamos sin supervisión quemaran la casa. ¡Ten compasión de mí! ¿Dónde podrías encontrar un trabajo igual o mejor que este? —suplicó Arthur.
—¿Igual? ¡No! Dios no puede castigarme de tal manera. Lo respeto mucho mi señor Arthur, pero no pienso quedarme un segundo más en esta casa. Si no quiere pagarme no se preocupe, le prometo que no iré a poner demandas, tus padres en vida fueron muy buenos conmigo. —Tomó su equipaje y empezó a salir de la mansión.
Mr. Arthur la siguió, intentando suplicarle por última vez, —Blanquita, por favor. ¡Tal vez solo necesites unas vacaciones. ¡Piénsalo! Pagaré para que vayas con toda tu familia a la playa por una semana. —Blanca bufó y Arthur extendió la oferta—. Bueno por un mes, ¿sí?
Blanca volteó para mirarlo y añadió, —Lo único que podría hacer por ti es darte el contacto de otra niñera, pero nada más. —Metió la mano en bandolero para sacar su agenda, pero un gran alarido espantó a Arthur. Enseguida la pobre mujer sacó la mano del bolso con sus dedos atrapados por una trampa para cazar ratones—. Maldición, son un par de… —Arthur se acercó y le ayudo a liberar sus dedos.
—¡Lo lamento tanto, Blanquita! Te indemnizaré, lo prometo. —Arthur reflexionó un poco y preguntó—. Nana, ¿por qué el destino me pone estas pruebas? Con tantas cosas que suceden en mi vida es probable un día de estos enloquezca —dijo con voz desgarrada Arthur, mientras se presionaba la frente con ambas manos.
—No se preocupe mi señor. Usted en el fondo no tiene la culpa de tener dos hijos indisciplinados, se ha esforzado por sacarlos adelante. —Blanca hizo una pausa y le entregó un pequeño trozo de papel—, toma, tal vez ella pueda ayudarte por algunos días. —Había apuntado un nombre y un número de teléfono.
Sin mirarlo a la cara Blanca se apresuró en salir corriendo porque temía que si Arthur la miraba con ojos compasivos terminara convenciéndola de quedarse.
Arthur la veía alejarse y la ira se encendió en su corazón, se giró con tanta rapidez que varios mechones de su cabello se despeinaron, —Asher y Samantha Thorner, en veinte segundos los quiero en el estudio —gritó y su eco retumbó en toda la mansión polvorienta.
Era una casa de tres pisos, pero eso no impedía que hasta los vecinos escucharan los gritos furiosos de Mr. Thorner. Un hombre que quedó viudo cuando apenas tenía treinta y dos años de edad, a cargo de dos hijos; una niña de ocho y un varón de doce años.
Como corderos mansos llegaron al estudio con sus cabezas gachas, pidieron permiso para ingresar y se sentaron en las sillas dispuestas para ellos.
Mientras tanto Mr. Thorner mirando por la ventada respiraba profundo e intentaba calmarse con pensamientos culposos «Si para mí ha sido difícil la ausencia de Elisa, no puedo imaginar el dolor que llevan mis hijos en su corazón por la ausencia de su madre».
—¡Papito nosotros… no! —Samantha intentó excusarse, pero una mirada fiera de su padre hizo que sus pequeños ojitos se llenaran de lágrimas.
Esto hacía que Mr. Arthur se quebrará más por dentro.
No sabía cómo criar a sus pequeños, siempre era Elisa quien se encargaba de todo.
Él solía llenarlos de regalos y juguetes cuando regresaba del trabajo y no había podido asistir a sus actividades escolares. Pero, Elisa lograba que todo pareciera normal.
—Después de que su madre murió es la niñera número cuarenta y cinco que renuncia. ¿Creen que es muy divertido hacer que sus niñeras huyan aterrorizadas? Les daré una última oportunidad, si tampoco consiguen adecuarse a la siguiente cuidadora se irán a dos internados distintos, ¡es mi última advertencia!
—Padre, y si le haces caso a Marieth, tu directora ejecutiva y te casas con ella, ¿no tendríamos que buscar a otra mujer? —interrogó Asher sin titubear.
—Ni hablar, tu madre aún no ha cumplido el año de fallecida y, ¿tu propones que le busque una sustituta?
—¡Sí! —respondió Asher de modo desafiante—. Ya es hora que rehagas tu vida, Marieth es inteligente, bonita, cariñosa y es de una familia adinerada.
Arthur no podía entender la obsesión de sus hijos por su directora ejecutiva, si mal no recordaba la habían visto cuando mucho dos veces.
Pero las cosas no eran así, Marieth era una mujer intrigante y oscura.
Aprovechaba cada oportunidad que Arthur tenía largas juntas con los empresarios para visitar a los chicos, traerles las golosinas que su padre les tenía prohibido comer y los intentaba convencer de que si Mr. Thorner la elegía como esposa la vida de ellos sería gloriosa.
—¡Yo soy el adulto y soy quien decide cómo se hacen las cosas! No sé de dónde sacan ideas tan descabelladas como lo que acabas de decir, Marieth solo es una empleada de mi empresa y nada más. —Con esas palabras quiso dejar en claro su posición, luego se puso las manos en su cintura y mencionó—. Por otro lado, lo que le hicieron a Blanquita es imperdonable, a partir de hoy no hay salidas con los amigos, no hay internet en esta casa y cada uno me entrega sus aparatos tecnológicos, tampoco se volverá a pedir comida para llevar, comerán lo que yo mismo les preparé.
Samantha puso cara de asco, de todos los castigos, comer la comida preparada por Mr. Thorner era el peor escarmiento.
Mr. Thorner no sabía cocinar y cuando intentaba preparar algo de seguro quedaba crudo, pasado de sal o quemado.
—¡Nos vas a intoxicar papá! Si estás pensando en matarnos, deberías buscar otro método diferente de tortura —replicó Asher.
—Bueno, si tanto les preocupa comer mis preparaciones dejen de espantar a las niñeras, les recuerdo mi advertencia, será la última que contrataré. —Asher cruza sus brazos y mira a Samantha con mirada traviesa—. Escúchenme bien, estoy cansado, no puedo con todo el trabajo de la casa, de sus actividades escolares y de la empresa.
—Pues no deberías perder tu tiempo buscando niñeras. Estoy seguro que no aguantará una sola semana —dijo Asher en tono burlón.
Samantha siguió el juego de su hermano y añadió: —Sí, papá, tu sabes que espantarlas es divertido.
Mr. Thorner levantó la mano en señal de advertencia:
—¡Basta! Esta vez no habrá juegos. Les prohíbo, ¿me escucharon? Pro-hí-bo atormentar a la nueva muchacha. —Mr. Thorner se sentó en la silla y dejo caer sus brazos—. Como les dije estoy cansado. No quiero más quejas ni llamadas de emergencia ni seguir revisando currículos de niñeras que renuncian al tercer día. Lo único que les pido es que la dejen en paz, al menos por un mes.
Los niños se miraron confidencialmente y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, —Papá dijo que la soportemos un mes, eso es una eternidad —susurró Samantha.
—No te preocupes si tenemos suerte, papá ni siquiera llegará a tiempo para conocerla —afirmó Asher.