—Ella opinaba que era un error que los ingleses fueran tan insultantes cuando viajaban, por supuesto, antes de la guerra, y que no se tomaran la molestia de aprender los idiomas de los países que visitaban —respondió la muchacha. —Creo que es verdad —admitió el marqués. —Así que ella me enseñó francés y, también, español —añadió Odella. El marqués iba a expresar su sorpresa, mas ella continuó: —Entonces, como Papá no tuvo ningún hijo varón y deseaba que yo le ayudara en sus investigaciones, me enseñó latín y griego. Siempre he tenido la esperanza de que algún día, si tengo suerte, podré viajar a Grecia. El marqués estaba asombrado. De todas las mujeres que conocía, prácticamente ninguna tenía una buena educación. Había pensado que sería imposible hablar de otros países o de su liter