Odella lo escuchó con atención. Cuando le entregaron el estuche de terciopelo y lo abrió, emitió una exclamación de alegría. Las perlas, perfectas, estaban enlazadas con pequeños diamantes entre cada una. Igual era el brazalete que la señora Peel le colocó en la muñeca izquierda. —¡Ahora sí que competirá con ventaja con cualquiera de las damas invitadas a la casa Carlton! —dijo con satisfacción la mujer. —Lo dudo —respondió Odella, pensando en Lady Georgina— Pero es una amabilidad por parte de su señoría y no me sentiré una campesina luciendo estas joyas. —Habrá un buen número de caballeros dispuestos a decirle lo bella que es —comentó la señora Peel—. ¡Y no me sorprendería que hasta su alteza real se cuente entre ellos! Sus palabras hicieron a Odella sentirse un poco más segura de sí