Helena fue sorprendida a primera hora de la mañana al abrir la puerta dispuesta a salir rumbo a la universidad. Max Bax había investigado la nueva dirección de Helena. Prácticamente había amenazado a Máximo con darle una golpiza, aún con su nariz rota, si no le decía dónde encontrar a la muchacha. Esa misma noche el pobre chico bibliotecario decidió hacer un cambio en su vida y volverse más fuerte si quería librarse de personas como el malvado, por lo que se inscribió a un gimnasio. — Max, qué sopresa, buen día —la chica cerró el apartamento apretando un botón a la perilla digital que tenía la puerta. — Buen día —saludó el chico. — ¿Qué haces aquí? —preguntó Helena un poco extrañada. — Sé que te siguen molestando mucho y vine para acompañarte a la escuela. — No sé si sea bueno que