Pato escudriñó con la mirada a Helena que llevaba ropa de hombre puesta. Su corazón se disparó y sus alarmas se encendieron. Había varias señales de que su amiga pudiera estar en malos pasos. Abrió los ojos cuando el olor a shampoo le inundó la naríz y se dio cuenta de que traía su cabello húmedo. — ¿Se puede saber por qué llegas a esta hora? —preguntó Pato tratando de tranquilizarse. Se paseaba de lado a lado de la sala con las manos en jarras. — Tuve un pequeño problema —dijo Helena un tanto apenada— puedo irme si quieres. No te quiero causar tantos problemas Pato. El muchacho abrió los ojos por sorpresa ante la posibilidad de que ella regresara de quién sabe dónde. — No. —Dijo de forma tajante, se acercó a ella— te dije que te iba a ayudar hasta que encontraras un buen lugar don