Capítulo Tres: Terror.

1889 Words
Raechel se hallaba a gachas en la terraza del instituto al que llegaron apenas el día anterior. La imagen de Jake no se le borraría de la mente con facilidad. A pesar de ser una persona a la que casi nada le afectaba demasiado, esa situación le tenía con los nervios de punta. No dejaba de observar sus planos, maquinando cómo volver a reunirse con sus compañeros, tenía que haber una solución, se negaba a aceptar un destino que ella no quisiera para sí misma. La vida se basaba casi siempre en construir el tipo de realidad que se desea, entonces la muerte era una idea que no tenía cabida en absoluto cerca de ella, mucho menos en sus pensamientos. Incluso teniendo un tapabocas que estaba dispuesto allí para evitar que sus fosas nasales inhalaran cualquier cosa que no debieran, aún se colaba el mal olor y la pesadez del aire, tuvo que ponerse los benditos lentes protectores que no quería usar desde el principio. No era justo, ellos solo querían grabar un documental ¿En dónde habían quedado las fuerzas del universo? Pensar en Cowells y lo bien que debiera estar en su oficina mientras ellos estaban viviendo en la plena desesperación no era algo de lo que se pudiera estar orgulloso, pero como para aquel hombre de apariencia barata y mentalidad pobre solo importaba el dinero y las grandes cantidades "lujos que podía permitirse", entonces no había mucho que hacer más que obedecer cuales niños de primaria a su padre. Reconocía que incluso siendo millonaria amaría trabajar en un equipo de investigación y documentación, pero el hecho de haberlos mandado a un lugar así de inhóspito en donde ni siquiera los pobladores pudieran decir con exactitud lo que se encontraba entre esos muros, podía considerarse homicidio. La poca luz que se colaba por las ventanas, al ser una especie de invernadero, le daba un poco de esperanza, pero el hecho de que fuera el segundo día allí dentro no debería parecer buena señal para las personas de la posada, pues ellos quedaron en regresar a más tardar en la noche.  Supuso que la verdadera hora de preocuparse sería pasados los días de grabación y recopilación de información que expresaron tener sin tener pista de haber vuelto bajo ningún concepto. La única manera en la que alguien pudiera saber su paradero o su seguridad era asistiendo a ese lugar, y como bien sabían, nadie lo hacía desde una década atrás o más. De todos modos, ella no pensaba rendirse, su familia no había criado a ninguna debilucha, y ese era uno de sus rasgos más geniales a ser resaltados, su valentía.  Se levantó de su lugar, decidida a dejar de parecer una presa y convertirse en parte del equipo que estaba en su contra, ya que se negaba a morir.  Se hallaba en medio de uno de los pasillos de un piso inferior, sabía que la bestia de seguro estaría en el mismo nivel, y eso le generaba algo de ansiedad. Recordaba cuando descubrió que en realidad no era solo un enemigo, sino varios más. La pared de la cual estaba recostada para esconderse de manera adecuada de aquella bestia estaba llena de algún líquido oscuro, seco y de olor a óxido, le tenía nerviosa, pero era una situación de vida o muerte, la respiración era irregular y sus latidos iban a mil por hora, o así los sentía. Las pisadas rodeaban su integridad, lo sabía, podía sentirlo de algún modo, sin embargo, su deber era mantenerse firme antes que sucumbir a una muerte segura como la que acababan de presenciar.  Las lágrimas llenaban sus ojos por completo, nublando su vista, pero ya nada de eso tenía importancia, habían matado a uno de sus compañeros, y eso era algo imperdonable.  Una bestia había acabado con su vida como si se tratara de robarle un dulce a un bebé, injusto por completo. Quería vengarse, matar a aquella bestia como se lo merecía. Su corazón estaba lleno de odio, uno que nunca había sentido con tanta intensidad, cosa que la asustó. Tomó entre sus manos una madera del suelo, y aunque parecía estar un tanto podrida por haber caído del techo, poco le importaba, tenía que vengar a su amigo a como diera lugar. Con fiereza, su mano sostuvo aquella arma blanca, yendo hacia donde el ruido se encontraba con la fuente principal irradiadora. Mientras más se acercaba allí, algo dentro de sí le decía que estaba cerca de cumplir con su voto de amistad si acababa con esa bestia, así tendrían un buen documental no solo sobre la historia del lugar, sino sobre supervivencia al máximo. No era una chica delicada, eso podía ser claramente observado por cualquiera con dos dedos de frente al menos, por eso, poco le importaba ensuciarse, demacrarse si eso significaba seguir con vida. Su madre siempre le advirtió que no fuera tan ruda en la escuela, pues los niños solían tenerle miedo de alguna manera, no se le acercaban tanto, pero eso a ella no parecía afectarle, era feliz leyendo, escribiendo, viendo películas del cine antiguo, no compartiendo tiempo con las demás personas, decía no necesitar a nadie, y de pronto admiraba a esa niña que no habría sentido nada al presenciar un s******o a su lado y que ahora se encontraba destruida por la muerte de uno de sus compañeros de trabajo, un avance increíble y un buen desarrollo de la personalidad. Era un claro signo de haber madurado, claro está, pero cuando fue diagnosticada con algún tipo de trastorno asocial apenas a los diez años, sus padres sintieron que era razón suficiente como para preocuparse, y el hecho de que eso hubiera cambiado en tan solo unos años alegraba a todo el mundo a su alrededor, incluso sin saber sobre su pasado. Raechel aprendió a tener cuidado de los demás y agradarlos de las mejores formas, no para buscar aceptación, sino porque le parecían personas importantes en su vida, y esa sí que era una gran revelación. Esos eran los recuerdos que giraban en torno a su mente cuando se halló con la bestia de espaldas en una de las esquinas de lo que parecía ser el sótano. Uno que era oscuro, mucho más húmedo y lúgubre. Cuando quiso enterrar las astillas de la madera en su mano entre la carne peluda de la bestia a la que tenía a pocos metros, pudo darse cuenta de que se comunicaba, pero ¿Con quién? Allí mismo, cayó en cuenta de lo que ocurría, había más de una sola bestia, cosa que la dejó petrificada demás.  Soltó la madera que tenía entre las manos, haciendo que el ruido seco golpeara contra el suelo en un eco enorme, ella se quedó sin oxígeno por un buen rato, sin saber muy bien qué hacer, hasta que observó la reacción de los que lucían como alguna clase de lobo, de colores entre grisáceos y azabaches. Los ojos de tonos ambarinos tirando a amarillos, le divisaron, por lo que pudo contar al menos tres pares. Sus piernas se convirtieron en puré de papas. No podía rendirse tan rápido, de eso era más que consciente, pero el solo ver entre las orbes gigantes que le observaban como sombras de la noche la dejaban en un trance casi imposible de quebrar y continuar, solo que debía hacerlo por bienestar propio. Quiso correr lejos de allí, pero la respuesta de sus músculos parecía ser tan pobre que apenas pudo caminar unos cuantos metros lejos de ellos cuando fue atrapada por uno de ellos, pues mordió la tela de sus pantalones.  El corazón de la chica se detuvo y se saltó varios latidos en esos momentos, pensando que de verdad había llegado el final, pero su sorpresa fue que en vez de devorarla viva, lo que hicieron las inteligentes criaturas que doblaban su contextura y tamaño, la encerraron en una de las habitaciones allí dispuestas, colocando objetos pesados tras la puerta para que no pudiera escapar  ¿Qué harían con ella? Esa era la duda que la asaltaba mientras tomaba el crucifijo que tenía alrededor del cuello, este era de madera rojiza, y sentía que siempre estaba ahí para protegerla, si no había muerto era gracias a esa protección, estaba más que segura. Eso le inculcaron siempre, y no había manera en el mundo de que creyera una cosa distinta. En eso, le llegó una notificación al celular, el que había puesto en vibración desde el momento en que tuvo que usarlo a modo de linterna, ya que había perdido la suya cuando huyó de la escena que le dejó mal. Trató con todas sus fuerzas de seguir con aquello y tomar el móvil, así que lo hizo, aún temblando. Era un milagro que no tuviera ninguna herida, aún después de ser arrastrada hasta allí. Su ropa ya estaba más que mugrienta, pero poco le importaba, era señal clara de que podría vencer cualquier traba que se le pusiera en el camino.  Leyó el texto que le habían mandado, se trataba de Nina, pidiendo saber si se encontraba bien. De inmediato le advirtió a la chica que había más de una criatura, no podría exigirle nunca que la ayudara, pues sabía que los nervios de la chica siempre le jugaban en contra.  En cambio, intentó escribirle a Zaryn y al resto, solo para ver si podían ayudarle a salir de allí, y por supuesto, asegurarse de que se encontraban bien a pesar de todo. Obtuvo respuestas solo de Finneas, quien se hallaba grabando todo lo que pudiera a su paso, dando su testimonio en tiempo real sobre lo que estaban viviendo, a él también le advirtió sobre lo que había visto, y este respondió que no le extrañaba en absoluto, pues era extraño que una sola criatura se mantuviera viva por tanto tiempo sin tener siquiera un semejante con el cual cohabitar. Tenía sentido, pero eso no lo hacía menos terrorífico.  Al observar a detalle el lugar donde se encontraba, este se trataba nada más y nada menos que de una de las que parecían ser salas de atención, una especie de consultorio, o eso parecía por la manera en la que estaba estructurada la decoración y la distribución. Había un escritorio tras ella, una silla en frente y otra más grande detrás, tenía que ser un medio por el cual consultar a los pacientes, no podía ser otra cosa. Comenzó a buscar algún tipo de papel, de informe que pudiera darle siquiera algo en lo que concentrarse que no fuera en no morir. Halló varios expedientes de enfermos mentales y su comportamiento, esos databan de fechas que superaban los treinta años de antigüedad, unas reliquias totales. Uno de ellos llamó su atención, ya que tenía por título "La maldición de Oxfour. Cinco motivos por los cuales nunca venir aquí una segunda vez". Un interesante título para la fecha en la que estaba escrito, y era un trabajo formal, decía que su autor era el Dr. Hemsworth. Parpadeó un par de veces, pues creía estarlo imaginando, pero no era así. Observó entonces que la placa en el escritorio tenía el mismo nombre: Dr. A. Hemsworth, el mismo autor del trabajo escrito a máquina.  La curiosidad la venció por completo, aunque luego se arrepintiera de todo lo que sus ojos leyeron esa vez.
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