Turquesa.
Sin importar sus esfuerzos para intentar dormir, aunque solo fueran las cuatro horas a las cuales ya se había acostumbrado con su problema de insomnio, Cyrus no pudo sacar de su mente aquellos inusuales ojos bonitos.
No importó las técnicas que intentó, de nada sirvieron contra aquellos preciosos ojos que lo atormentaron incluso durante su sueño.
Sí, reconocía que estos eran algo inusuales, también extrañamente preciosos, con una chispa llena de vida que había tirado de algo en su interior. O tal vez había sido él mismo chico, quién en vez de acobardarse tras ser atrapado descaradamente en su intento de robo, le enfrentó como si nada, sin asustarse luego de que sus miradas se encontraran.
No sabía qué, pero algo había llamado su atención sobre el chico.
Hasta el momento, los únicos que sostenían su mirada eran sus hermanos, Archie y Helena.
Incluso para pareja de Helena, Lily, había tenido problemas para hacerle frente, reconociendo su figura más poderosa en todos los sentidos.
Lo cual era un poco extraño, porque Archie siendo un simple humano, parecía estar más que bien en su presencia, hablando de lo más normal de lo poco que pudo pasar a su lado, claro.
Forzando un suspiro entre sus labios, Cyrus pasó sus manos por su rostro y se sentó en la cama, decidido a dejar de pensar en aquellos inusuales ojos para concentrarse en lo importante.
Tenía que descubrir quién era el que estaba matando a los humanos, y mientras antes lo hiciera, mejor, así no tendría que soportar la molesta presencia de Abel.
Tirando las mantas hacia atrás, el vampiro se levantó de la cama y corrió las cortinas que cubrían los ventanales de pies a cabeza que daban acceso a un pequeño balcón con excelente vista a la ciudad.
Contemplando la multitud de personas nuevamente en la calle, asintió y se dirigió a su maleta, la cual abrió y sacó un cambio de ropa limpio similar al del día anterior.
Unos jeans negros, una camiseta manga corta apegada su torso y otra manga larga de mezclilla.
Dirigiéndose al baño, alivió su vejiga y luego tomó una corta ducha más para refrescar su cuerpo que nada, ya que antes de dormir había tomado otra más duradera.
Parándose frente al espejo, paso sus manos por su mandíbula y confirmó que su incipiente barba no estuviera demasiado larga.
Tomando su cabello, tomó la liga de su muñeca y se hizo una simple coleta para que el el pelo saliera de su rostro y entonces se vistió.
Con eso ya listo, tomó el maletín especial donde transportaba su sangre sintética y las sacó, contándolas con cuidado.
—Seis —anunció—. Serán más que suficientes hasta terminar todo esto —asintió satisfecho y luego observó el pequeño refrigerador en una esquina de la habitación, justo al lado del juego de sofás.
Tomando todas las bolsas, cruzó la habitación alfombrada y abrió la puerta, encontrando algunas botellas de champan en el interior. Vaciándolo, se aseguró de que la potencia fuera mínima, solo para mantener y guardó en el interior sus bolsas de sangre.
Cerrando la puerta, se levantó y salió de su habitación encontrándose con una mujer esperando con un carrito de limpieza a su lado.
—¿Qué vas a hacer? —cuestionó, deteniéndose frente a la puerta, impidiéndole seguir.
—Soy de limpieza, señor Bozeman —respondió la mujer, con su cabeza baja.
—No es necesario que entres —ordenó, no deseando que una persona extraña estuviera en su lugar con sus cosas.
—Pero... Señor... —dudó y sus manos temblaron—. El señor Butler lo ordenó —murmuró.
—Yo le diré que no quiero a nadie en mi habitación —aclaró y frunció el ceño cuando el cuerpo de la mujer se relajó notoriamente.
—Muchas gracias —expresó y se retiró empujando el carrito, entrando en otra habitación.
Negando con la cabeza, Cyrus bajó al primero piso y fue directamente al despacho de Abel, encontrándolo completamente vacío.
—El jefe Butler se encuentra en el comedor desayunando —informó uno de los guardias cuando le observó salir del despacho.
—Desayunando —repitió, alzando una ceja.
—El jefe no es una persona madrugadora —excusó el hombre y luego siguió con su camino.
"Tu jefe realmente ni siquiera parece ser una persona capaz para su puesto" pensó con un resoplido molesto.
Entrando en el comedor, sus labios se torcieron ligeramente hacia abajo en una mueca al contemplar la habitación completamente iluminada gracias a los ventanales que cubrían una pared entera, dando vista a una parte del costado de un hermoso jardín.
Con piso blanco y una alfombra gris, apreció a Abel sentado en la cabecera de una larga mesa rectangular con prácticamente un banquete servido en esta.
—Cyrus —exclamó el vampiro al verlo, hablándole con toda la confianza como si fueran viejos amigos de toda la vida.
—Señor Cyrus —corrigió, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Por favor, estamos en mi casa y en confianza —expresó, agitando su mano como si no fuera nada mientras señalaba un asiento a su lado—. Siéntate y desayuna conmigo, ya iba a llamar a alguien para que te fuera a buscar, parece ser que no eres una persona de mañana justo como yo —sonrió.
—Es señor Cyrus, jefe Abel, hay límites que nadie debe sobrepasar —indicó, percibiendo inmediatamente la tensión que cubrió la habitación.
—Por supuesto, comprendo, señor Cyrus —pronunció finalmente y señaló la silla a su costado—. ¿Me hace el favor de acompañarme? Luego de un largo día y una noche de descanso, debe de tener hambre —indicó.
No muy feliz, pero reconociendo que no era buena idea saltarse una comida, Cyrus tomó asiento muy a su pesar.
—Necesito un auto y un guía nuevamente —anunció, sirviendo su plato.
—¿Puedo saber para qué lo necesita? —preguntó, tomando su copa—. Si lo que quiere es salir a conocer más, esta vez por placer, estaría encantado de ser su guía —sonrió—. Conozco lugares muy... Encantadores.
—Quiero ir con las autoridades humanas a ver qué es lo que tienen hasta el momento —respondió, sin mirarlo mientras disfrutaba de su comida—. Y también me gustaría una lista de sospechosos si tienes alguna —pidió, esta vez observándolo.
—No tengo ningún sospechoso —anunció.
—Humanos están muriendo y es obvio que es a causa de vampiros —indicó.
—Ninguno de ellos es alguno de mis hombres —expresó seguro.
—No puede estar seguro —negó.
—Ah, pero realmente lo estoy, señor Cyrus —sonrió—. Mi aquelarre puede no ser exactamente el más grande a diferencia del líder Cedric u otros jefes, pero los puntos buenos de ello, es que conozco perfectamente a cada integrante y sé, que no harían nada sin mi permiso —expresó.
—Y, aun así, están ocurriendo muertes en su territorio —objetó y Abel guardó silencio—. O no conoce muy bien a toda su gente, o hay alguien no registrado viviendo bajo sus narices —indicó.
—A mi parecer, es más la segunda opción —comentó, aunque no se veía exactamente muy feliz de ello—. Creo que, si tuviera una presencia más grande a mi lado, gobernando este lugar conmigo, tal vez no ocurrirían estas vergonzosas fallas —se lamentó, y le dio una larga mirada a Cyrus.
—Encontrará a la persona adecuada algún día —respondió simplemente, ignorando su obvia insinuación.
Pero por supuesto que debió de haber pensado que una persona como Abel Butler no lo dejaría así simplemente, aceptando su obvio rechazo.
—Yo creo que ya lo he encontrado —expresó, recargando sus codos sobre la mesa—. Solo debería de pensar en cómo nos beneficiaríamos si decidiéramos juntarnos —indicó.
—Al igual que otros vampiros, prefiero esperar a mi pareja enlazada —respondió fríamente.
—No me importaría que lo acogiera si en ese momento estamos juntos —aseguró.
—No habrá un momento en el que estaremos juntos —dijo lo más directo que pudo—. Solo estoy aquí por mi trabajo, y una vez que termine, me iré.
—Nadie dice que es un pecado divertirse mientras hace su trabajo —expresó sin rendirse.
—Precisamente las personas que piensan así son las que no hacen bien su trabajo —dijo, observándolo directamente—. Y solo para su información, no estoy en las relaciones casuales —dijo y se levantó de la mesa—. Ahora, necesito el guardia y el auto —anunció.
—Por supuesto —asintió, levantándose de la mesa también—. Espere en la entrada, enseguida le será entregado lo que ha pedido —prometió.
Asintiendo, Cyrus se retiró del comedor y frunció el ceño cuando la habitación inmediatamente fue invadida por un grupo de mujeres, quienes, cogiendo los platos de la mesa se retiraron rápidamente.
En serio, era demasiado obvio el trato injusto que Abel tenía con las mujeres del aquelarre.
Negando con su cabeza, se dirigió a la entrada y esperó apenas unos tres minutos antes de que Abel volviera a aparecer con un cambio de ropa.
—¿Estás listo, señor Cyrus? —expresó, abriéndole la puerta.
—¿Y mi guía? —preguntó una vez salió y contempló solamente el auto frente a la mansión.
—Yo lo seré, por supuesto —sonrió dirigiéndose al auto.
Juntando sus labios para evitar así soltar una maldición, Cyrus se subió al auto en los asientos traseros, dejando a Abel solo en el frente.
—Puedes sentarte en el asiento de copiloto, si lo deseas, no me importaría —expresó Abel, girando su cuerpo para observarle.
—A mí sí —respondió observando por la ventana.
Una sonrisa leve creció en su rostro cuando percibió la molestia del hombre que surgió tras un guardia subiera ocupando el lugar.
—¿A dónde iremos? —preguntó el jefe Butler.
—Las autoridades humanas —respondió.
—Eso no será de mucha ayuda —comentó Abel, conduciendo el auto—. Traería más resultados pedirles que nos envíen todo lo que tienen a mi mansión, que ir directamente y esperar que nos den alguna respuesta —expresó.
—Prefiero ir en persona —anunció.
—Ah, ya sé —exclamó—. ¿Quieres denunciar a la rata ladrona con la que te topaste ayer? —preguntó—. Lo siento, pero lamentablemente son demasiados los que andan sueltos por la calle en este momento, por lo que no creo que logres mucho con ello.
—No denunciaré a nadie. Trabajaré —reiteró, con un latente fastidio en su tono.
—Bueno, mejor entonces, no sería muy bien visto que un simple humano intentó robarle a un vampiro —expresó con disgusto—. Entonces otros idiotas intentarían lo mismo —negó y le observó por el espejo retrovisor—. ¿Por qué permitiste que se escapara? —cuestionó.
—Porque no me robo nada, solo nos estrellamos —respondió.
—Solo porque lograste detenerlo justo a tiempo, pero sus intenciones eran muy claras —aseguró.
Rodando sus ojos, Cyrus prefirió ignorarlo el resto del viaje, contestando sus preguntas con gruñidos cuando el hombre molesto insistió hasta obtener alguna reacción de él.
—Espera, detén el auto —ordenó, cuando observó algo extraño.
Por primera vez, Abel no preguntó al respecto mientras obedecía y se orillaba en la calle.
—¿Qué sucede? —preguntó, girando su cuerpo para poder observarlo.
—Eso de allá —señaló hacia afuera antes de bajarse.
—No obtienes nada con ir ahí —anunció el jefe Butler, siguiéndolo e interponiéndose en su camino.
—Es bastante obvio que ese grupo de personas no está dirigiéndose a ese local por su voluntad propia —indicó feroz—. Es más, ni siquiera creo que estén en ese camión por su propia decisión —espetó.
—Son esclavos —anuncio Abel, logrando que su atención recayera en él.
—¿Esclavos? —repitió, con un amargo sabor de boca.
—Sí —asintió y se dio vuelta para observar también como un grupo de jóvenes entre mujeres y hombres eran empujados por la calle para entrar en un edificio que podría haber visto mejores días—. Algunas de esas personas están ahí por cuentas pendientes, otras porque sus padres o parejas les han vendido por algo de dinero, no importa la razón, solo que con ese grillete en sus tobillos, su libertad ya no les pertenece —explicó.
—La esclavitud fue disuelta hace mucho tiempo —expresó, molesto.
—Tal vez sea verdad, así como que en otros lugares realmente es respetado, pero lo que es aquí, la esclavitud sigue tan abierta como siempre —se encogió de hombros, para nada interesado.
—¿Por qué nadie hace nada? —cuestionó.
—¿De qué les sirve hacer algo si de todas formas esas personas volverán ahí? —cuestionó—. Los menores de edad serán vendidos nuevamente si los padres o el tutor así lo quieren, sin importar cuantas veces los lleves a su casa. Los otros, se ofrecen a sí mismo a vender su libertad con tal de no perder la vida y pagar sus deudas —explicó—. Todo se mueve por el dinero aquí, señor Cyrus —le observó.
—Todo está mal —negó, asqueado de solo pensar en los jóvenes que estaban ahí por voluntad de otros.
—En este momento no logramos nada con entrar y liberarlos —anunció fríamente—. Los más jóvenes volverían con sus padres para volver a ser vendidos, los otros, tendrías que pagar su deuda realmente para que sean libres, y entonces, ¿qué harías con todos ellos? —cuestionó, observándole.
Cyrus guardó silencio sin tener una respuesta.
—Exactamente, no hay nada que nosotros podamos hacer, por lo que simplemente ignoramos los asuntos de los humanos, así como ellos ignoran los asuntos de los vampiros —expresó.
—Si alguien nunca da un paso al frente, entonces no habrá ningún cambio —replicó.
—Si ni siquiera los propios humanos están dispuestos a dar ese paso, entonces ¿por qué nosotros deberíamos de hacerlo? —argumentó con total desinterés—. Hora de irnos, señor Cyrus —le recordó.
Con mucho pesar, Cyrus contempló la puerta del local cerrarse con el grupo de personas en el interior y luego se subió al auto.
Tal vez él no podría hacer nada en ese momento, pero sería la persona que levantaría la voz para que otros conocieran la situación de aquellos desafortunados. Y el primero con quien comenzaría contándole al respecto, era su hermano Cedric, estaba seguro de que una vez le contara tanto del pésimo manejo de Abel con aquelarre y la pésima organización de la ciudad egipcia, querría ayudar.
Así solo pudiera lograr mejorar el aquelarre estaba bien, porque estaría haciendo un cambio y por algo se tiene que empezar.
—Descuida, señor Cyrus —anunció repentinamente Abel, interrumpiendo sus pensamientos—. Esta noche le daré un regalo que le ayudará a superar este mal sabor de boca que te quedó al descubrir un lado que no te ha gustado de El Cairo —prometió.
—No quiero regalos —espetó.
—Es una bienvenida, no un regalo en físico realmente —corrigió—. Le mostraré una de las maravillas que es vivir aquí también.
—Difícilmente creeré que es un país agradable luego de ver que permite el esclavismo —expresó sombríamente.
—Tiene sus puntos buenos —aseguró, guiñándole un ojo.
Decidido a guardar silencio el resto del viaje, Cyrus fue el primero en bajarse cuando se estacionaron frente al departamento de policías, y detectó inmediatamente a los hombres armados en cada esquina del edificio.
—Es lo normal aquí —anunció Abel, posicionándose al lado suyo—. Vamos a lo que viniste —indicó caminando con toda confianza.