Capítulo 3

2880 Words
Rubí terminó su baile justo con el término de la canción. Su pecho desnudo y cubierto con cadenas doradas brillaba de transpiración mientras que subía y bajaba con rapidez, intentando recuperar algo del aliento perdido por el esfuerzo. Con una pequeña reverencia a su indeseado público, estos inmediatamente exclamaron haciendo estallar sus manos mientras alababan a León, su amo y no a él, quien había sido la atracción principal con su danza y había hecho todo el maldito esfuerzo de entretenerlos con un larguísimo baile duro que no cualquier persona podría haber mantenido. Enderezándose, Rubí se estremeció y disfrutó ligeramente de la pequeña brisa que acarició su cuerpo acalorado antes de bajarse del pequeño escenario que su dueño había preparado especialmente para él en su jardín trasero. Solo era una plataforma de tres peldaños rodeada de pasto bien cuidado y arreglos florales que supuestamente había sido un regalo para él, pero en realidad solo era León preparando el lugar para su posesión más apreciada. Bajando, Rubí contempló como el dueño de su libertad se encontraba en el otro extremo del jardín, disfrutando de su privada fiesta con sus invitados exclusivos, a quienes se les derretía la boca por besar el culo de León, halagando hasta por la más mísera cosa. Desde su gran mansión, su trabajo, su colección de esclavos, su apariencia, y, por supuesto, por él. Y León Atkins, que no era más que un hombre demasiado arrogante, posesivo y narcisistas, por supuesto que brillaba de felicidad mientras más mierda le tiraban. Aprovechando que su estúpido amo se veía demasiado distraído como para notar su ausencia, el joven bailarín se alejó con sus pies descalzos y se detuvo justo a tiempo antes de chocar con un cuerpo firme y alto, pero bueno, parecía que todos eran más altos que él en realidad. —Fue un baile magnífico —anunció el hombre, con cierto tono extraño en su habla. —Si, claro —respondió, observando sobre su hombro para asegurarse de que León seguía regodeándose de la atención de sus invitados. —Es en serio, he quedado completamente cautivado, enamorado —expresó con insistencia, alzando su mano. —Hey, no tocar —espetó empujando sin cuidado aquella mano que había intentado agarrar un mechón rubio cobrizo que caía sobre sus ojos, tapando aquellos inusuales orbes color turquesa con llamativas manchitas café. —Oh, lo siento —expresó, empujando la gruesa montura de sus lentes más arriba—. No pensé que te podría molestar —indicó, y su sucia mirada recorrió todo su cuerpo expuesto. Y como siempre, Rubí odió con toda su alma que León insistiera en mantenerlo con escasa ropa, especialmente en sus bailes, que le llenaba de joyas de pies a cabeza y le entregaba pantalones hechos de la tela más deliciosa y suave que iban aferrados a su cadera y luego eran holgados hasta su tobillo, con un corte por los costados desde los mismos pies hasta arriba que mostraba toda sus piernas, por lo que, en teoría, era como si no los estuviera usando. Pero desde que él solamente era un esclavo más en la basta colección de personas de León, no era como si tuviera voz o palabra para opinar sobre cualquier cosa, aunque claro que eso no significaba que no hiciera el intento, porque realmente lo hacía, a pesar de que fuera ignorado o castigado. —Imbécil —espetó, retrocediendo un paso e intentando pasar por al lado del extraño. —¿Realmente esa es forma de tratar a uno de los invitados del señor León? —cuestionó, agarrándole del antebrazo para evitar que se alejara. —Oh, por supuesto —asintió y le enfrento—. O me sueltas, o plantaré mis rodillas en tus bolas —anunció, con una gran sonrisa entre sus labios delgados y de un insistente tono rojo natural. —Tienes fuego, me gusta —asintió el idiota completamente complacido—. Hablaré con León para que me deje pasar una noche contigo, y quien sabe, tal vez hasta negociemos para comprarte definitivamente —expresó. —Lo siento, estoy fuera del mercado —anunció tirando de su mano hasta verse en libertad—. Y no me toques nunca más si no quieres tener problemas —amenazó. —¿Qué está sucediendo aquí? —cuestionó aquella arrogante voz conocida que tanto había aprendido a odiar Rubí. —Me está tocando —respondió, alzando su mentón. —Solo deseaba comprobar la calidad antes de hablar con usted —se excusó el invitado. —Lo siento, señor Kassim, pero tal y como ha dicho Rubí, él está fuera del mercado —indicó, colocándose al lado del pequeño hombre hermoso para colocar posesivamente un brazo alrededor de su estrecha cintura pequeña. Rubí apenas y si logró ocultar el desagrado en su rostro ante el gesto. Odiaba a León y despreciaba cualquier tacto con el hombre, pero no era un estúpido para negarlo estando lleno de personas importantes, y no era solo por el castigo que podría recibir más tarde, sino más bien porque después cualquier idiota pensaría que podía tocarlo sin cuidado. Y una de las cosas buenas de ser el favorito del amo, a pesar de lo malo que fuera, era la inmunidad que le bridaba para que nadie le tocara o molestara. En ese momento, Rubí era como un hermoso pájaro enjaulado, uno al que podían ver, pero no tocar. Y León malditamente se satisfacía al contemplar el deseo en la mirada de los demás de algo que no podrían tener nunca. —Pensé que trabajaba en The house del placer —indicó el tal Kassim. —Así es —asintió León—. Pero como ya habrás visto, Rubí es especial, él no trabaja al igual que los demás ahí, solo baila —explicó y le observó—. Solo es mi chico —expresó, alzando su mano para tocar con el dorso de sus dedos su mejilla. "Piensa en cosas bonitas, solo imagina tus manos alrededor de su cuello" se animó a sí mismo Rubí, mordiendo el interior de su mejilla para así evitar hacer algo tonto como morder aquella asquerosa mano. —Lo siento, no estaba al tanto de ello —se excusó Kassim, pero su mirada no había cambiado para nada. El hombre obviamente lo deseaba y ni siquiera estaba intentando ocultarlo, y León debió de haberse dado cuenta de ello, ya que su brazo a su alrededor se tensó. —Si lo que busca es una buena compañía, tengo a muchas más que ofrecerle —prometió y chasqueó sus dedos, logrando que los otros esclavos que habían estado deambulando cerca y entreteniendo a sus invitados, se acercaran—. Estos preciosos niños también trabajan en The house del placer, y exactamente de la forma que usted está pensando —indicó. La mirada de Kassim viajo desde los jóvenes de ambos sexos parados frente a él antes de detenerse en Rubí. —Sí, son magníficos —pronunció, observándolo directamente. Sin poder contenerse, Rubí le frunció el ceño mostrándole lo molesto que realmente estaba con su atención, y luego le ignoró. —Perfecto, puede elegir a uno o estar con todos, no hay problema —aseguró alegremente León, y luego su atención se concentró en el chico bonito a su lado—. Ve a casa, báñate, vístete y quédate adentro —ordenó—. Puedes pedir incluso comida, hoy te la has ganado —expresó satisfecho, plantando un beso en sus labios que obviamente no correspondió. —Gracias —espetó, decidido a mantener la guardia baja de León. Dándose vuelta, limpió sus labios con el dorso de su mano con fuerza antes de alejarse, subiendo las escaleras que lo llevaban directamente al segundo piso y adentrándose en la mansión. Caminando los desérticos pasillos, sonrió internamente al verificar que la mayoría de los empleados y esclavos, se encontraban en el jardín trasero, ya fuera vigilando o trabajando para mantener a todos felices. Entrando en su propia habitación, Rubí cerró la puerta detrás de él y luego corrió hacia su cama, dejándose caer al piso para coger bajo esta la bolsa que había escondido. Por más que disfrutaría de tomarse una larga ducha con agua caliente para que sus cansados músculos se relajaran, la verdad es que no tenía tiempo. No sabía cuánto iba a durar la fiesta de León, y, aunque esta durara hasta que la luna estuviera en lo alto del cielo, eso no significaba que el estúpido de su dueño olvidara su existencia por mucho tiempo, por lo que pronto estaría enviando a alguien para verificarlo. Sacando la ropa de la bolsa, Rubí se colocó unos pantalones decentes, una bendita camiseta holgada y enrolló un velo sobre su cabeza, ocultando su cabello rubio cobrizo y pequeño rostro, dejando expuesto solamente sus ojos. Sentándose en el borde de la cama, se quitó los zapatos especiales que eran similar a un calcetín muy delgado que evitaba que se cayera en el escenario durante su baile y se colocó unos normales que le quedaban solo un poco grandes, pero nada que un fuerte amarre con los cordones no pudiera solucionar. Con su vestimenta lista, se dirigió hacia el escondite de sus joyas que había hecho pasar por perdidas y las metió al interior de su bolso. Si tenía algo de suerte, el de la tienda de empeño no intentaría estafarlo dándole menos de lo que realmente valían dichas joyas y lograría reunir un poco de dinero, uno que realmente necesitaba para sus planes de abandonar no solo a León, sino que todo el maldito país de ser posible. Cruzando el bolso sobre su pecho, Rubí cruzó su habitación y abrió la puerta, asomando solamente su cabeza para comprobar que realmente no había nadie, y entonces, salió. Ocultándose detrás de una pared, Rubí se inclinó y observó al guardia que estaba en ese momento caminando frente a la escalera. Volviendo a esconderse, contó hasta diez y luego salió, bajando rápidamente. Cuando llegó abajo, sonrió al contemplar al guardia doblar justo a tiempo y perderse en el pasillo, sin sospechar absolutamente nada. Adelantándose, Rubí abrió la puerta y salió, cerrándola tan despacio como pudo para que esta no emitiera algún sonido. Los autos estacionados frente a la mansión de León inmediatamente cubrieron su visión, y aunque estuviera bastante tentado a tomar uno de ellos para realizar un viaje mucho más rápido, no se iba a arriesgar a que alguien lo descubriera al percatarse que un auto había desaparecido, eso solo sería causar más problemas. Adelantándose, rápidamente cruzó el jardín delantero y salió de la propiedad de León Atkins, intentando perderse entre otras personas, pero esto no fue realmente posible hasta que dejó la parte alta donde estaban mayormente los tipos con dinero, y, llegó a la zona media, que inmediatamente la calle se volvió abarrotada. Con tantas personas por la calle, Rubí movió su bolso hacia el frente y luego sus manos lo cubrieron, asegurándose de que ningún tonto ladrón pudiera quitarse fácilmente sin algo de lucha de por medio. Deteniéndose un momento, el hermoso chico se orilló y observó una banca a la cual se subió y comenzó a observar a su alrededor, intentando identificar no sólo dónde se encontraba, sino el lugar en el cual había visto aquella casa de empeño. A pesar de haber vivido tantos años en El Cairo, solo conocía la maldita mansión de León y su sucio prostíbulo, incluso cuando lo trasladaban para hacer sus bailes privados en un evento, su estúpido amo se aseguraba de vendar sus ojos durante todo el trayecto para evitar su escape. Estúpido León, que no sabe que la desesperación de uno lo puede llevar a hacer cosas que nunca habrían pensado con tal de conseguir la libertad. Ciertamente Rubí solo conocía el camino de la mansión a The house del placer, pero eso no significaba que no se arriesgaría a vagar con tal de lograr su propósito. Cuando finalmente encontró algo que se le hacía conocido, el chico hermoso sonrió detrás del velo y se bajó de un pequeño salto de la banca antes de emprender su viaje nuevamente, esquivando hábilmente a los cuerpos gracias a su agilidad y talento para el baile, cruzó sin problemas la calle y luego se detuvo en la siguiente cuadra, observando el prostíbulo de León. Asintiendo con firmeza, Rubí observó la calle y caminó hacia abajo, percibiendo como de a poco las personas comenzaban a dispersarse, hasta que, finalmente, contempló el bendito cartel que anunciaba ser una casa de empeño. Observando disimuladamente a su alrededor, Rubí entró, haciendo sonar una pequeña campanita en la parte superior de la puerta. —Buenas tardes, buenas tardes —saludó el hombre detrás del mesón de vidrio, exponiendo muchas joyas en el interior. Rubí frunció el ceño ante la poca confianza que le daba el hombre. —Quiero empeñar —anunció, entrando más. —Por supuesto, aceptamos cualquier cosa que sea realmente valiosa, desde joyas, ropas, cuadros, absolutamente todo —aseguró con una gran sonrisa. Acercándose, Rubí abrió su bolso y le dio vuelta sobre el mesón, dejando caer su pequeño alijo de joyas que variaba entre anillos y collares, todos con gemas preciosas y de color oro. —¿Quiere empeñar todo esto? —cuestionó el hombre, observando con deseo dichas joyas. —Todo —asintió. —Un segundo —pidió el hombre, alejándose. Observando su espalda, Rubí alzó su mano y agarró un par de anillos que metió en su bolsillo. —Permítame, tengo que asegurarme de su valor real —expresó con un extraño aparato entre sus manos mientras se dedicaba a revisar cada joya. Resulta que, solo había logrado juntar tres collares, cuatro pulseras y cinco anillos, con dos broches totalmente de oro para el cabello. —Bueno, algunas están en muy buen estado mientras que otras no, y lo siento, pero no todas las gemas son reales y solo están bañadas en oro, no son completamente hechas de ello —expresó, terminando con su análisis. Rubí frunció el ceño con molestia, sabiendo muy bien que aquello no podía ser verdad. Cada joya que León le regalaba era mejor que la anterior, y todas de alta calidad, porque alguien tan arrogante y snob como él nunca compraría algo barato. —Solo puedo ofrecerle esto —anunció, empujando un papelito con dicha cantidad—. Y tendría que ser en dos pagos. Arrugando la nota, Rubí se la lanzó al rostro y abrió nuevamente su bolso. Podría estar desesperado, pero no era un idiota y sabía que sus joyas valían mucho más que esa mísera cifra. —Está bien, ¡puedo hacerlo todo en un pago! —exclamó, extendiendo sus manos. —Quiero más —anunció, alzando su mentón. —Realmente, las joyas no son... —Sé lo que realmente valen, amigo —gruñó. —Pero si lo estás empeñando es porque necesitas dinero —anunció—. Nadie te dará la cantidad total que deseas, y además de mí solo hay otros dos lugares de empeño cerca —le indicó. Rubí frunció el ceño, no tenía mucho tiempo. —El doble —anunció. —No puedo... —Quiero el doble o iré a ver esos otros lugares —amenazó. El comprador le observó unos largos minutos y luego asintió. —Ahora, en un solo pago. —Hecho —asintió y se alejó. Rubí suspiró, sabiendo que estaba perdiendo en ese trato, pero era mejor que nada. Recibiendo su dinero, Rubí le entregó todas las joyas nuevamente y salió de la tienda. Deteniéndose mientras pensaba en si debía o no ir a empeñar esos dos anillos con los que se había quedado, sus ojos captaron una figura especial. Y tenía que ser un tonto para no saber que se trataba uno de esos arrogantes vampiros, ya que solo ellos saldrían con tantos guardias a las calles. Pero sus ojos, prestaron especial atención en un tipo grande, de cabello salvaje y que utilizaba ropa diferente a los demás, un poco más... Humilde que nada. Pero si estaba con los otros significaba que tenía dinero. Antes de que se diera cuenta, sus pies se estaban moviendo, siguiendo los movimientos del apuesto hombre hasta que se estrelló a propósito con este. Claro, que no había tomado en cuenta que la fuerza de este podría mandarlo directamente hacia atrás, por lo que agradeció cuando su brazo le rodeó impidiendo que cayera. Y entonces, estaba perdido en unos ojos grises intensos. Forzando a su cerebro a trabajar, murmuró una disculpa e intentó alejarse mientras su mano buscaba. —Esa mano traviesa ha tocado algo que no le pertenece —anunció el desconocido, atrapando su mano en pleno acto. Maldición, el hombre tenía una buena voz que hizo temblar su estómago. Chasqueando su lengua con aparente molestia, le observó. —No sé de qué me hablas —respondió descaradamente. —Pero qué tenemos aquí, una pequeña rata ladrona —exclamó otro vampiro, observándole con total desagrado. Y justo para su mala suerte, tenía que ser uno que trataba con el estúpido de León. Extrañamente, el desconocido vampiro con el cual se había estrellado lo cubrió con su cuerpo como si intentara ocultarlo. Extraño, pero le dio la oportunidad perfecta para escapar aprovechando que ambos se colocaban a discutir.
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