Rubí juntó sus piernas y maldijo cuando el escozor quemó en él.
Frunciendo el ceño, se quitó los estúpidos pantalones y revisó las nuevas heridas ocultas que León le había hecho como castigo por haber salido de la mansión sin su permiso.
Aunque no le sorprendía mucho que las otras perras celosas le hubieran echado al agua, ya que lo habían hecho veces anteriores, el que se percataran de su ausencia sí lo hizo.
Tan ocupados como habían estado todos aquel día de la fiesta, intentando darle el gusto en todo al estúpido de su amo para ganarse su favor, el que se hubieran percatado de su ausencia anunciaba cuánta envidia le tenían.
¿Y envidia por qué?
Porque el estúpido de León tenía un claro favoritismo en él que había demostrado desde el preciso día en que lo llevó a la mansión bajo palabras engañosas y cariñosas.
Y siendo apenas un adolescente en la calle, obviamente había caído bajo la promesa de un techo sobre su cabeza, comida caliente y una cómoda cama.
Ahora, si tuviera la oportunidad de volver al pasado, le diría a su yo tonto e inocente que no aceptara perder totalmente la libertad por algo tan simple como eso.
—Una estúpida jaula —pronunció, observando a su alrededor.
Siendo uno de los favoritos de León, había ganado no sólo su propia habitación, sino que constantemente estaba recibiendo regalos carísimos de joyas o ropa, lo mejor de lo mejor.
Pero cada regalo, obviamente aparecía por una razón, y era la culpa que sentía León luego de "castigarlo" Por haber hecho algo que no debía.
Cada vez que peleó, le golpeó, y cuando respondió, le quitó la comida, pero el castigo que más amaba León y el que más odiaba Rubí, era cuando dejaba marcas en su cuerpo.
Claro que alguien tan interesado como León Atkins no dejaría marcas visibles en su cuerpo que podrían arruinar su preciosa posesión, no.
León utilizaría un puro encendido, y lo presionaría en el interior de sus muslos, desde sus rodillas hasta cerca de su entrepierna, al igual que en el interior de sus brazos, justo bajo la axila donde nadie miraría.
Estos castigos le daban una tremenda satisfacción malvada a León, y solo lo utilizaba cuando Rubí hacia algo demasiado mal, que generalmente involucraba intentar escapar de él.
Pero luego, el idiota se sentiría culpable y enviaría un regalo mucho mejor que el anterior, junto a crema y otros implementos médicos para cuidar la herida.
Y Rubí lo odiaba, porque cada uno de que los pequeños círculos de otro color, le recordaba que no se pertenecía a sí mismo, sino que a un idiota arrogante llamado León Atkins.
Soltando un suspiro, tomó la canasta que descansaba sobre la pequeña mesita de noche al lado de la cama y sacó la crema que le ayudaría con el ardor.
Leyendo las instrucciones, resopló al encontrar nuevamente, que no ayudaría a quitar la marca de su piel.
—Tu culpa solo es hipocresía —murmuró echándose de la crema en las tres marcas nuevas, por cada minuto que había hecho esperar a su amo tras enterarse de su desaparición y mandarlo a buscar con un ejercito de sus guardias.
Cuando la puerta fue abierta repentinamente, Rubí alzó la cabeza y contempló a una de las perras celosas entrar con unas bolsas entre sus manos, luciendo bastante enojada.
—El señor León requiere tu asquerosa presencia en su oficina —informó.
—Se toca antes de entrar, retrasada —indicó.
—Ni siquiera te mereces esta habitación, ni estos regalos —exclamó con la envidia enmarcando su voz, señalando las bolsas.
Recargándose en los montones de cómodas almohadas a su espalda, Rubí estiró sus brazos y la observó con una molesta sonrisa perfecta.
—¿Y quién se lo merece? ¿Tú? —rió—. Tal vez si aprendieras a mover ese cuerpo mejor podrías hablar al respecto.
—Todos saben que tienes esto por acostarte con él, puta —gruñó.
—¿Y no es lo que todos hacen? —parpadeó con inocencia—. En especial tú, que por más que le restriegues tu trasero y tus senos, parece que sigues siendo cruelmente ignorada —expresó con un puchero—. Pobrecita, ¿quieres algún consejo?
—Púdrete —mordió, observándole con odio.
—Lleno de joyas y riquezas, por supuesto —le sonrió, y agitó su mano despidiéndose cuando la molesta perra se dio media vuelta y se largó dando pisotones mortales dignos de un mamut.
Perdiendo toda expresión una vez estuvo solo, Rubí terminó de revisar sus heridas y luego se levantó dirigiéndose a su clóset, donde tomó los pantalones más sueltos que poseía y se los colocó. Entonces, observó las escasas camisetas viendo sus opciones, entre que apenas cubrían sus pezones y otras que eran prácticamente transparentes y apegadas a su cuerpo, ninguna era de su agrado.
Tomando finalmente la que cubría hasta un poco más abajo de sus pezones, Rubí salió de su habitación y se detuvo al ser abordado inesperadamente por un hombre alto y rubio que parecía haber estado esperándole.
—Rubí —sonrió, empujando aquellos lentes de gruesa montura que se le hacían conocidos de cierta forma.
—¿Te conozco? —espetó, frunciendo el ceño.
—Por supuesto, no me he presentado correctamente. Soy Kassim Keff, un conocido de León —se presentó y empujó sus manos entre ellos.
—Esta no es la oficina de León —anunció, ignorando su mano y cruzando sus brazos.
—Por supuesto, lo sé —asintió—. Yo he venido a verte a ti —expresó.
—¿Cómo es que pudiste entrar tan fácilmente? —cuestionó con el ceño fruncido—. Difícilmente creo que León te dejaría entrar a su mansión y subir a mi habitación —indicó.
—Tengo mis medios —le guiñó un ojo y luego alzó su mano hacia su rostro.
—No tocar —le gruñó, empujando su mano.
—Algún día me ganaré ese derecho —juró, con una sonrisa un poco escalofriante.
—Bueno, esperemos que ese día no llegue nunca —expresó dulcemente el pequeño hombre hermoso antes de pasar por su lado.
Cuando sintió al imbécil dar una profunda respiración al pasar cerca de él, frunció el ceño y negó con su cabeza.
Realmente, las personas que le rodeaban cada vez se estaban volviendo más locas y extrañas, para su mala suerte.
Caminando por los pasillos de la mansión, Rubí se dirigió a la oficina de León y se obligó a sí mismo a tocar la puerta, pero entró sin esperar respuesta alguna.
—Rubí —exclamó León, observándole con una auténtica sonrisa enamorada en su rostro de poco más de cuarenta años, en el cual extrañamente apenas y si había alguna arruga.
El maldito hombre seguía manteniéndose en muy buenas condiciones, luciendo tan atractivo como el día en que lo había conocido. Lo único que había cambiado en él, fue su cabello, el cual pinto completamente de blanco para ocultar las canas, y aun así el desgraciado se veía bien.
—¿Qué quieres? —espetó, quedándose cerca de la puerta, sin ningún deseo de entrar y tomar asiento cómodamente frente a él para beber el té y hablar de mierda falsa.
Lo que seguramente había estado haciendo con el chico sentado en su regazo, quien le observaba todo orgulloso y arrogante desde su posición.
—¿Te han gustado los regalos que te he enviado? —preguntó, golpeando suavemente al joven en su regazo para que este se levantara.
—Ah, ¿esos? Ni siquiera los he abierto —respondió, observando sus uñas desinteresadamente.
—¿Sigues molesto conmigo, cariño? —preguntó con preocupación, jugando en su papel de amante preocupado.
El mismo al cual entraba exactamente después de haberle lastimado por su propia mano.
—¿Tú qué crees? —alzó una ceja.
Soltando un profundo suspiro, León le observó con pesar.
—Era un castigo que debía de hacerse, cariño —indicó, volviendo a tocar el muslo del joven, indicándole que se levantara.
Rubí observó como el chico se negaba a obedecer, haciéndose el tonto, enrollándose alrededor de León tanto como podía, actuando como un gato en celo.
—Si quisiera ver porno del malo, me habría ido a The house del placer —gruñó, retrocediendo—. Mejor llámame cuando termines de follar —indicó retrocediendo solo para encontrar un guardia—. ¿Y tú de dónde saliste? —cuestionó observando con el ceño fruncido al corpulento hombre que le superaba en todo sentido, luciendo grotesco de tanto músculo que poseía.
Pobrecito, probablemente era más músculo que persona.
—¿Realmente creíste que te iba a dejar deambular solo luego de que salieras de la casa sin mi permiso? —expresó León y luego observó al chico en su regazo—. Te dije que te levantarás —espetó, perdiendo todo lado de amante amoroso tras abofetear fuertemente el rostro del esclavo.
El joven ingenuo jadeó y le observó con sorpresa.
Bufando, León retrocedió en su silla y se levantó tirando al joven directamente al suelo.
—Tú, sácalo de aquí —ordenó al guardia musculitos que había estado siguiendo a Rubí.
El hombre entró evitando cuidadosamente al chico bonito de bellos ojos turquesa y se dirigió hacia el otro, levantándolo bruscamente del suelo.
—No, amo, por favor —gimoteó, luchando con el tipo.
León le ignoró olímpicamente, solo teniendo ojos Rubí.
—¡Todo es tu culpa! —exclamó el pobre estúpido cuando pasó por al lado de Rubí, alzando su mano para golpearlo inesperadamente.
—Maldita perra —gruñó Rubí y alzó su mano en forma de puño para golpearle directo en su boca, logrando que esta sangrara por un corte en su labio.
—¿Cómo te atreves? —exclamó León, avanzando todo preocupado hacia ellos.
—Amo, estoy sangrando, yo…
La pobre cosa guardó silencio cuando León le ignoró y se dirigió directamente hacia Rubí, apresando su rostro entre sus manos para estudiarlo con atención.
—Déjame —protestó Rubí, empujándolo con sus manos sin éxito.
—Tienes rojo —observó, irritado—. No te puedes lastimar, querido —chasqueó su lengua con molestia.
—Como si hubiera sido mi culpa —bufó Rubí, y la atención de León recayó en el chico que solo minutos antes había estado sentado cómodamente sobre su regazo.
—Castígalo —ordenó León—. Y cuando termines con él, llévalo a The house del placer, tal vez quedarse unas semanas allá le enseñe algo de modales —indicó fríamente.
—Pero… Yo, no… —balbuceó aterrado, y luego observó a Rubí como si este le pudiera ayudar.
—Si lo muele a golpes no será bonito en The house del placer —le recordó Rubí, y esa fue toda la ayuda que ofreció a la pobre cosa.
—Tch, cierto —aceptó no muy felizmente—. Que lo entreguen a los clientes más rudos y que solo sea alimentado con agua por una par de semanas —indicó.
El hombre musculitos asintió y se retiró de la oficina con un sollozante chico que suplicaba por perdón.
—Ahora, tendremos que buscar otra crema que te ayude con ese golpe —expresó León, volviendo a observarlo—. No quiero que tu bello rostro pequeño quede con alguna marca.
—Tal vez deberías de buscar en tu bodega de cremas, entre las tantas que me compras cada vez que me lastimas, debe de haber al menos una que ayude, ¿no? —se burló, apartándose y rodeándolo para tomar asiento frente al escritorio.
Cualquier lugar era bueno si con ello significaba que no debía de estar cerca de ese idiota arrogante.
—Ahora, ¿escucho algo de resentimiento? —preguntó, rodeando el escritorio para tomar asiento en su cómoda silla, enfrentándolo.
—¿Yo? Claro que no, ¿por qué lo haría? —se burló, pero en vez de reaccionar, León solo le sonrió.
—Es bueno ver que tu carácter sigue siendo el mismo, eso nos dice cuántos castigos quedan en el futuro —expresó, y lamió descaradamente sus labios mientras su mirada viajaba hacia sus piernas, justamente donde le había hecho las últimas marcas.
—Idiota —murmuró, cerrando levemente sus piernas—. ¿Para qué me llamaste? —exigió saber.
—Antes que nada —anunció, alzando una mano—. ¿Tuviste una visita frente a tu habitación? —cuestionó.
—¿Mi habitación? —repitió, frunciendo sus labios y luego entrecerró sus ojos—. ¿Qué juego macabro estás haciendo ahora? —cuestionó.
—¿Por qué crees que estoy jugando, querido? —preguntó sonriente.
—Vamos, es bastante obvio que ese tipo no pudo simplemente haber aparecido frente a mi habitación como si nada —resopló—. Incluso, si ese tipo músculos me estaba persiguiendo, ¿por qué no hizo nada cuando vio a Kassim en mi puerta? —interrogó.
—El señor Kassim quedó bastante interesado en ti luego de aquella fiesta, hasta el punto de ofrecerme dinero por el simple hecho de dejarle observarte a la distancia —expresó, muy satisfecho por ello.
—¿Y no ves cuán extraño es eso? —exclamó, con grandes ojos—. Ese tipo no me causa una buena sensación, León, ha vuelto a intentar tocarme —indicó.
—Descuida, solo le sacaremos un poco de dinero —descartó como si nada—. No permitiré que nada le suceda a mi chico favorito, es por eso por lo que Rahan se quedará contigo cada vez que Kassim venga de visita.
—¿No debería de tener alguna palabra de esto? —exclamó, irritado.
—No, no lo tienes —respondió con dureza—. Pero no debes de preocuparte, Rubí, nunca permitiría que algo le sucediera a mi joya más bella —aseguró, observándole con un supuesto cariño—. Cuando el juego se vuelva peligroso, te sacaré.
Enfurruñado, Rubí solo cruzó sus brazos y juntó sus labios, no dispuesto a decir nada más, de todas formas, no es como si fuera a ser escuchado.
—Entonces, por lo que te llamaba principalmente —anunció repentinamente, como si intentara volver a llamar su atención.
Pero Rubí se negó a observarlo, ni preguntar al respecto.
—Vamos querido, no hagas pucheros —pidió León con un suspiro—. Esta será una gran noche importante y debes de sonreír hermosamente —indicó.
Rubí le observó enojado.
—¿Por qué es una noche importante? —cuestionó, irritado.
—Un gran amigo nos ha pedido una fiesta privada para darle la bienvenida a una persona importante dentro de su comunidad —respondió, recargándose en el respaldar de su silla—. Tendrás que hacer uso de tus dones bailarines —anunció.
—¿Quieres darles una fiesta privada a unos vampiros? —cuestionó captando todo rápidamente.
—Exactamente —asintió.
Por alguna razón, por la mente de Rubí apareció el hombre de intensos ojos grises que lo había sacudido.
—No quiero —negó, solo un poco preocupado de que este pudiera reconocerle, a pesar de que solo había visto sus ojos.
—No te lo estoy preguntando —anunció, perdiendo toda amabilidad—. Nos iremos en una hora, prepárate y utiliza el traje que te he comprado ahora —ordenó.
—Me has quitado mis joyas —le recordó, levantándose.
—Enviaré a alguien con ellas, no te preocupes —descartó—. Luce hermosamente Rubí, tienes que enamorar a todo el público.
—Para que puedas sacarles su dinero —refunfuñó, saliendo de la habitación para encontrarse con un pequeño grupo de esclavas—. ¿Qué es eso? —cuestionó, retrocediendo instintivamente.
—Alguien que se asegurará de que estarás presentable esta noche —respondió León, levantándose—. Te bañarán, maquillarán y vestirán —declaró, acercándose—. Y antes de que preguntes, no tienes alternativa, mi confianza fue dañada seriamente hace poco —se lamentó y besó su frente para luego de salir de su oficina—. Ah, y antes de que lo olvide —anunció, deteniéndose—. Una herida más en su cuerpo, y ustedes serán las culpables —advirtió.
—Sí, amo —respondieron las cuatro mujeres con una gran reverencia.