NO ES TAN MALO

1041 Words
Los siguientes días pasaron con relativa rapidez y sin mayor novedad. Lucía caminaba a la orilla del mar recolectando conchas, por momentos se asoleaba en el jardín leyendo un libro, otros nadaba como pez en la piscina, corriendo por los bordes y lanzándose. Andrés la veía divertido desde su estudio, trabajando en su computador, no podía permitir que ella sea una distracción que lo aparte de su amada empresa. El único momento en el que coincidían eran la cena, donde ella le contaba a detalle lo que había leído mientras él fingía no escucharla sin apartar la vista de su celular, levantando la mirada a ratos solo para regañarla por no sentarse correctamente, por algún error en la comida que había preparado, o por quejarse de lo mucho que hablaba. Aunque en realidad disfrutaba de su compañía, su vibrante voz le recordaba los días pasados, cuando la mesa era un lugar de conversaciones y risas. - Andy… - Ya te he dicho que me digas Andrés. - Lo siento, Andrés… mañana es nuestro último día aquí y quería pedirte… - ¿Qué quieres ahora? - Vi en internet que hay una feria… y quería saber si quizás… tú y yo… si no estás muy ocupado… aunque sé que siempre estás ocupado… - ¡Termina la oración carajo! - ¡Quería ir contigo a la feria! – soltó – solo si quieres y puedes… – terminó esta frase casi en un susurro. - Te has portado bastante bien y estoy estresado, creo que unas horas fuera no sería tan malo. - ¡Gracias! – se lanzó en sus brazos quedando sentada sobre sus piernas, al darse cuenta sus ojos se abrieron y pensó por un momento en huir, pero algo la detenía, porque se quedó ahí, con su cuerpo negándose a mover un centímetro. Andrés vio a la chica sobre él, en qué momento había crecido, en qué momento su cuerpo había cambiado tanto. No pudo evitar sentir como todo su ser temblaba, mientras sus labios le pedían desesperadamente besar los de ellas. - ¡NO! – gritó, poniéndose de pie y dejándola caer. – ¡¿Por qué tienes que actuar así?! aprende a comportarte como una adulta. Cómo puedo salir contigo en publico cuando actúas de esta forma – se retiró hecho una furia, dando grandes pasos mientras subía a su habitación. Al día siguiente una nerviosa Lucía caminaba de un lado al otro frente a la puerta del estudio, él había dicho que aceptaba ir a la feria, pero no había salido de ahí en toda la mañana. A momentos se animaba a tocar, pero dejaba su mano levantada sin tener el valor de golpear la madera ante el temor de hacerlo enojar como la noche anterior. Finalmente la puerta se abrió. - Le quitaste el brillo a mi piso de tanto caminar. - No lo hice – regresó a ver. - Eres tan fácil de convencer – dijo él sonriendo. – Vamos. Después de una caminata de 20 minutos llegaron al pequeño pueblo, donde en un terreno vacío habían instalado varios juegos. - ¿Vas a trabajar desde tu celular? - Solo quiero enviar este último mail, es importante. Bueno, ahora sí, ¿que vamos a hacer? - Vamos a divertirnos, porque hoy es un día ¡de feria!- dijo ella gritando y levantando los brazos, provocando que el celular de él vuele por los aires y se rompa al chocar contra el pavimento. - Pero qué carajos… ¿cómo puedes provocar un accidente tan tonto? - Lo siento, me emocioné – se agachó a recoger el teléfono intentando unir las piezas. - Ya, déjalo. Solo, déjalo – respiró profundo. Los ojos de ella empezaron a llenarse de lágrimas, algo que le provocó un nudo en el estómago. - Sabes qué, tengo otro teléfono en la casa y no tenía nada urgente, así que subamos rápido a un par de juego para regresar. Total, ya estamos aquí. El rostro de la chica se iluminó con una enorme sonrisa, sosteniendo la mano de su viejo compañero de juegos corrió emocionada arrastrándolo. Sin darse cuenta él sostuvo su mano con fuerza y sonriendo la siguió, había algo en su alegría que lo contagiaba, que lo hacía sentir una calidez que hacia muchos años no tenía. No hubo juego donde Lucía no hizo competir a Andrés, lanzando pelotas, apuntando, golpeando, saltando. No hubo dulces que Lucía no hiciera comer a Andrés, provocándole mil risas durante las horas que pasaron volando sin que ambos lo noten. Cuando cayó la noche le pidió subir a la rueda de la fortuna, para así despedirse de la ciudad con esa vista desde lo alto. Ahí arriba, en el silencio, sintiéndose tan distante del mundo y con su corazón latiendo en paz, él la observó. Eran tan perfecta, con esos hermosos labios que mostraban unos bellos y blancos dientes, con esa nariz que arrugaba al sonreír, con esos ojos llenos de brillo, de esa chispa de vida que a él le faltaba. - ¿Estás feliz Lu? - ¡Sí!, gracias por darme el mejor día de mi vida. - Quisiera ser como tú sabes. - ¿Cómo es ser como yo? - Feliz. Poder emocionarme de nuevo hasta con lo más simple, como un algodón de azúcar. - Lo siento. Por mi culpa te tocó cargar todo el peso… Con la empresa, el abuelo, yo... - Tú nunca has sido un peso para cargar, en realidad eres la persona que menos peso me dio – su mirada se encontró con la de ella, mientras sus manos tomaron su rostro y su dedo pulgar acarició sus labios. – Estás temblado, ¿tienes frío? - Sí – suspiró y le dio una sonrisa. - Ven – la abrazó. Era un momento perfecto, porque por ese instante sintió no necesitaba nada más. No se habían percatado de que el paseo llegó a su fin hasta que el encargado del juego tosió para sacarlos de su burbuja. Con risas nerviosas ambos salieron del lugar, tomados de la mano con la luna como su única compañía caminaron de regreso sin decir nada, las palabras sobraban en ese momento, solo eran ellos, la luna y el ruino del mar como fondo.
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