ESTAMOS SOLOS

1104 Words
- Pobre pequeña, quedarse completamente sola. - Sí, por lo menos el niño tiene a su abuelo. El eco de las conversaciones de los asistentes se escuchaba en el enorme lugar adornado con flores blancas, en medio del salón dos pequeños niños permanecían abrazados dándose consuelo mutuamente. - Enderézate Andrés, debes proyectar una imagen fuerte, estos tiburones esperan oler sangre para atacar. Podré estar viejo pero aún puedo mantener esto en pie hasta que estés listo para sostenerlo. - Sí abuelo. - Y tú pequeña – cambió su voz a una más suave, agachándose para estar al nivel de la niña – a partir de hora estarás bajo mi cuidado también, así que no te preocupes que todo saldrá bien. - Sí abuelito – dijo la niña rodeando con sus manos el cuello del anciano. ¿Por qué ella siempre logra que los demás la quieran y sean amables? ¿por qué? se repetía el niño... AÑOS DESPUÉS El despertador sonó y el hombre abrió sus enormes ojos azules, se puso de pie y se dispuso a iniciar su siempre organizado día. A sus 25 años Andrés Evans podía ser considerado el hombre perfecto, con un atractivo rostro y un cuerpo de impacto, no solo era millonario, se había convertido en el presidente de la corporación de su familia, relevando a su abuelo en este cargo, forjándose un nombre por su perspicacia en los negocios, su don para anteponerse a su competencia y su excesiva frialdad para acabar con los que se interponían en sus metas. Para todos era bien conocido que el imponente Andrés no tenía corazón, y si lo tuvo algún día posiblemente lo vendió a cambio de cerrar un buen trato. Este carácter no había venido de la nada, después de quedar huérfano y estar bajo la tutela de su abuelo, el anciano lo crió con la misma dureza que había criado a su padre. Al inicio Andrés permaneció en su hogar, donde Lucía y él vivían con su abuelo. En ese tiempo intentó cumplir la promesa que le había hecho a su mejor amigo de cuidar de su pequeña hermana, pero pronto el destino puso a cada uno en lugares diferentes. Su abuelo lo consideraba demasiado débil por su amor a la pintura, deshaciéndose de todos sus materiales, buscando que se concentre en sus estudios. Mientras, Lucía jugaba y seguía en su mundo de muñecas, unicornios y tutús de baile, pues el anciano solo sonreía ante la pequeña, quien ante la mínima oportunidad buscaba a su compañero de juegos con quien se ponía a dibujar. Pensado que habían demasiadas distracciones y el tiempo para preparar a su heredero era corto, decidió enviarlo a un estricto internado donde se habían educado por generaciones los hombres de su familia. A pesar del llanto y las peticiones de los niños no hubo vuelta atrás, Andrés Evans había quedado solo otra vez. Conforme pasaban los años Lucía notaba el cambio de Andrés, al principio se le permitía visitarla en vacaciones y días festivos, pero estas visitas cada vez eran más cortas. El chico que regresaba, también, era cada vez más distante, frío, podía sentirse como su sonrisa se había borrado por completo y su alegría se desvanecía. Las conversaciones con ella eran casi nulas, hasta que ingresó a la universidad en el exterior y no volvió hasta el día de su graduación. Ese día, 4 años atrás, ella había se había emocionado con su regreso, pero se topó con un hombre que no era ni el recuerdo del amigo que conoció. - Es bueno verte regresar convertido en un hombre, me costó trabajo pero lo he logrado. - Supongo que debo agradecerte abuelo. - Te fue muy bien entrenándote en la sucursal del exterior, ahora que entrarás a dirigir un departamento en la matriz veremos de qué eres capaz. - Soy un Evans, para eso nací - el anciano se adelantó. - ¡Andy! – Lucía corrió a los brazos de él, emocionada de al fin poder verlo. - Ya te dije que soy Andrés – apartó sus brazos y empezó a sacudir su traje - acabas de manchar mi camisa. ¿Puedes tener más cuidado? - Lo siento – se sonrojó con vergüenza. – Yo... me emocioné un poquito... no podía creer cuando me dijeron que estabas aquí - sonrió. - No entiendo por qué, solo he regresado a cumplir con mi papel en esta familia. - ¿Vas a vivir con el abuelo y conmigo en la casa de mis papás? - sus ojos brillaban. - Tú lo dijiste, la casa de tus papás. No sé por qué mi abuelo decidió venir a este pequeño lugar solo por darte gusto, pero yo no seguiré tus caprichos. - Es que tu casa es muy linda, pero me asusta mucho. Es demasiado grande y oscura. - Veo que sigues siendo la misma niña de siempre. Debe ser una suerte dar tanta pena para que puedas actuar como la pobre huerfanita y que todos terminen haciendo lo que quieras. - Yo no hago eso – agachó la cabeza. - Podrás mentirle a todos, pero a mí no. Así que deja de actuar como si fueras una niña buscando consuelo. Solo vine a presentarme con mi abuelo y no volveré a poner un pie en esta casa, algunos tenemos que hacer el trabajo sucio para que tú tengas tu vida de princesa. Pero ya es momento de que conozcas lo duro que es el mundo real. Y se lo presentó, porque desde ese día convirtió la vida de ella en una cárcel. A pesar de no vivir cerca le tenía una estricta seguridad, prohibiéndole completamente las salidas que no fueran de la casa al colegio y del colegio a la casa. Incluso no había podido celebrar su graduación. - Pero el abuelo dijo que podía ir - le rogaba en el teléfono en medio de lágrimas. - Pues el abuelo no está a cargo de esta familia, lo estoy yo y dije que no vas a ninguna fiesta Lucía. Me sacrifiqué por ti, por todos en este lugar, no asistí a ninguna fiesta tampoco para que tú puedas vivir en paz, es tu momento de pagar tu parte. - Lo siento, no fue mi intención – colgó, regresó a ver a sus amigas secándose las lágrimas y esbozando una forzada sonrisa.- Lo siento chicas, no podré ir, pero miren el lado bueno, pronto estaremos en la universidad y después entraré a trabajar así que podremos ir a muchas fiestas más. – Lo repetía siempre, no solo para sus amigas, sino como un recordatorio para sí misma.
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