CAPÍTULO DIECIOCHO Todo lo que Keri podía hacer era no arrojar su taza de café caliente sobre el inocente empleado de la tienda de donas que se la llenó. Su frustración se acercaba a la ebullición y la tentaba a pagarla con el que tuviera más cerca. En este caso resultó ser el tipo de ojos dormilones que volvía a llenar su taza sin que ella se lo pidiera, arruinando el delicado balance entre crema y azúcar. Por supuesto, no era por eso por lo que se sentía tan frustrada. Eran las 12:45 de la madrugada y había estado sentada bajo las luces fluorescentes en la tienda de donas durante quince minutos, con sus rodillas, codos y todo lo que estaba entre uno y otro doliéndole, escrutando las postales extendidas en la mesa delante de ella. Y todavía no averiguaba qué significaban. Keri había e