Imelda Urriaga baja de su auto después de un día arduo de trabajo. Se encuentra feliz por el nuevo capítulo que inicia en su vida. Lo cierra con cuidado y con paso cansado se dirige a la pequeña casa de su madre Mía de Urriaga. Abre con su propia llave e ingresa y al verla sentada cosiendo en una máquina, le sonríe feliz. -¡Hola madre!- se le acerca y besa la tierna mejilla- ¿Y eso?- le pregunta al ver que la mujer está uniendo unos retazos de tela de varios colores. -Hago colchas para mi nieto o nieta- sonríe feliz. Imelda al verla tan ensimismada sonríe emocionada. Su madre siempre ha sido su mayor apoyo tanto espiritual como psicológico. -Estoy muy feliz, madre- se sienta en un sillón después de acomodar su maletín y bolso en la mesa que está a un lado de ellas - nunca ima