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1449 Words
Era un día normal. —¡Abran paso, abran paso! —grito una voz en el pasillo de la escuela—. ¡Idiota pasando, abran paso! Venía saliendo del salón, cuando me topé con una muralla de chicas, bloqueando el pasillo. Muchas gritaban felices y emocionadas por volver a ver a su ídolo a salvo nuevamente, otras en tanto, más emocionadas, agradecían porque estuviera vivo. "Así que Blanca por fin dejó que Ethan volviera a la escuela", pensé divertida. Y es que aún recordaba cómo mi tía, a través de la pantalla del computador, le había ordenado a su hijo quedarse en la silla de ruedas. —¡Si descubro que te levantaste medio segundo de esa silla, estarás en graves problemas, jovencito! —¡Mamá solo me torcí el tobillo! —le rebatió Ethan—. ¡No es necesario el yeso… y mucho menos una silla de ruedas! ¡Demonios, soy grande ya! —grito, casi en las puertas de una justa pataleta. Pues bien… Ethan había faltado a la escuela una semana. Y sí, había terminado usando un yeso y una silla de ruedas. Resulta que su caída en el cobertizo no había sido la causante de la torcedura de mi primo rubio. El pie ya estaba así, solo que mi primo parecía ser un masoquista sin control y luego de su práctica de basketball, en donde se había caído fuertemente según Chris, había vuelto andando a pie a casa, había jugado más basketball, y finalmente, dando un paseo me había encontrado y además, me había salvado de una caída. —Aún así estás gorda —replicó Ethan, en cuanto le expuse todos esos puntos, pidiéndole una disculpa. Justo después de eso, gritaba para que dejara de pellizcarle las mejillas. Vi a Chris aparecer en la esquina. Venía corriendo y tirando de la silla de ruedas, y haciendo sonidos de ambulancia. Parecía un niño. —¡Colisión! —grito en cuanto vio al grupo de chicas, frenando la silla de golpe. Ethan se fue hacia delante, botando su pelota de basket—. ¡Lo siento! Chris caminó hasta la chica que la había recogido y le agradeció con una sonrisa, lo cual hizo que la chica gritara. —Dámela —ordenó Ethan a su amigo. Ethan se puso de puntillas frente a él, y alzó el brazo con la pelota. —¿Esto? —preguntó el pelinegro, divertido. —Chris… —bufo Ethan, estirando los brazos y perdiendo la paciencia—. ¡Maldito, la pelota! Lo cierto era que la escena era bastante chistosa. Tuve que disimular mi risa con una tos, en cuanto las fans más cercanas me miraron con cara de pocos amigos por reírme. —¡Chris, eres tan malo con él! —gritó una de las chicas más cercanas, al borde de las lágrimas—. ¡Ethan… Ethan está…! —Ethan está bien —respondió él, con voz hastiada—. Sólo que se muere de aburrimiento… —Ah… haberlo dicho antes —susurró Chris, demasiado seductor para el gusto del rubio. Ethan de inmediato deseó mover la silla, desesperado, pero Chris la sostenía. El pelinegro se inclinó sobre su amigo—. Ya sabes que Chris consigue animarte cuando estás aburrido, ¿no?. Tu sabes… —sonrió coquetamente—, como anteayer en la noche… en tu cuarto… Ethan abrió la boca, sorprendido. Y miró alrededor, notando a todas las chicas y a mí, en una esquina. —¡I-Idiota! —gritó sonrojado—. ¡No digas eso! Gritos. Gritos por doquier. Chicas sonrojadas y saltando como resortes. Incluso algunas desmayadas. No pude evitar sonrojarme también y desvíe mi mirada hacia otra parte. Por un segundo me los había imaginado, antes de recordar que anteayer, en la noche, los chicos habían jugado a cartas en mi habitación. ¡Y yo había estado con ellos! Me di la vuelta para irme. Venía la clase de deportes. ** Cerré el libro y suspiré. ¡Cómo adoraba a Maurice! ¡Y al mismo tiempo detestaba a Rosette, por el trato injusto que le daba a su madre! Miré a mi alrededor. Estaba sentada en las gradas del gimnasio, y frente a mí, tanto chicos como chicas jugaban al básquet. Por todas partes se podía oír el sonido de los balones rebotando. En uno de los extremos más alejados, el club de porristas practicaba, y en la puerta del gimnasio, algunas chicas se hallaban reunidas y miraban hacia el chico sentado a un par de metros de mí. Podía sentir las miradas sobre mí y cada cinco segundos, un suspiro desanimado por Ethan. Finalmente eso me llevó a mirarlo de reojo, aunque sabía que me podía traer problemas más adelante. El silbato sonó, dándoles un descanso a la parte masculina de la clase. —¡Natalie! —gritó Chris, corriendo hacia ella. Venía con la camiseta azul y blanca del equipo de básquet, sudando y respirando agitadamente—. ¿Tienes el agua? Busqué en mi bolso, y le entregué una botella, que él tomó rápidamente. —¡A este paso, estarás muerto en 15 minutos! —le gritó Ethan, como burla. —¡Al menos no soy un amargado! —le rebatió Chris. Luego se volteó hacia mí y me guiñó un ojo—. Ve con él, a ver si lo animas —susurró antes de marcharse. No pude evitar sonrojarme por sus palabras. Miré hacia el resto de las chicas y dudé. Sabía que debía mantener el perfil bajo… sabía que acercarme a él era peligroso. Me volteé hacia la zona de los chicos, Chris ya estaba ahí, estirándose. Adam me miró con seriedad, luego hacia el grupo de chicas, y nuevamente hacia mí, antes de asentir con firmeza. Me prometía estar atento. Aún así… Me volteé a verlo. Él miraba hacia la cancha con expresión vacía, pero sus ojos en cambio… Tomé mis cosas y me acerqué hasta mi primo. —¿Me lo cuidas un momento? —le pregunté, mientras dejaba el bolso cerca suyo. Luego lo abrí y saqué un certificado. —¿Qué es eso? —pregunté. —Mi licencia. Corrí hasta la entrenadora y le presenté el papel. Una de las chicas se quejó en voz alta al verme, de que no estaba haciendo deportes como las demás. —Eso es injusto. —le reclamó a la entrenadora. El resto de las chicas se volteó a verme—. Thompson debería hacer deportes como todas. ¡Solo lo hace porque Ethan no puede hacer deportes! Odiaba ser el centro de atención y más cuando se referían a Ethan. Me sentía indefensa ante esas acusaciones, y sabía que ahí mismo, varias chicas pensaban lo mismo. —Dudo que Thompson finja ser asmática a tal altura del año —rebatió la profesora—. A diferencia de otras jovencitas que aparecieron con certificados falsos de un segundo a otro —añadió, mirando hacia la muchacha del reclamo—. No, hoy no pasaré por alto sus excusas, señoritas. Y la próxima que se queje sobre Thompson, le añadirá a sus compañeras 10 vueltas extras a la cancha. ¡Ahora a correr 15 minutos! Y sonó el silbato. Las chicas partieron a regañadientes, lanzándome miradas envenenadas. Iba a devolverme, cuando el profesor de los chicos me llamó. Troté hasta él, quien me pidió que le llevara un certificado a Ethan. Asentí y me devolví calmadamente hasta las gradas. —Gracias —le susurré y le entregué el papel a Ethan—. ¿Estás bien? —pregunté, sentándome junto a él. Aunque claro, jamás tan cerca, sino que a dos metros. No podía llamar la atención. Ethan me miró con leve extrañeza, pero lo pasó por alto. —Nada —bufó y guardó silencio—. Es solo que… de verdad amo el básquetbol y no jugarlo me deprime—. Entonces frente a nosotros, Chris perdió el balón y casi tropezó sobre el piso—. Y ver a ese idiota fallar algo tan simple, me encabrona —añadió con una mueca. Solté una carcajada. —Chris jamás ha sido bueno para este deporte. Es mejor para las artes marciales. Ethan desvió la vista, aún deprimido. Parecía que seguiría así por un buen rato, pero no sabía qué hacer para contentarlo. Además, tenía miedo de que todos a nuestro alrededor se dieran cuenta de nuestra cercanía, aunque era inevitable. Ethan cada vez se abría más a mí y sabía que era contraproducente. No quería estar cerca, pero a la vez sí… y eso me causaba una enorme desazón.
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