Giré, pero de pronto sentí que era detenida.
Ethan me sujetaba con firmeza de la chaqueta, al parecer, sin intenciones de dejarme ir.
—¿E-Ethan? —llamé, preocupada.
Mi voz pareció hacerlo reaccionar, pues me soltó inmediatamente.
—Lo siento —se disculpó rápidamente, como si hubiese cometido una tontería—. Estaré esperándote.
Asentí lentamente, mientras caminaba hasta la entrada de la bodega, antes de detenerme.
Recordaba las palabras de Chris, de que Ethan nunca pedía ayuda.
Cuando había informado acerca de mis intenciones de vivir en Estados Unidos, toda la familia de mi madre expresó su preocupación por la idea. Para ellos, Ethan no era alguien adecuado con quién convivir.
Mi padre, sin embargo, resultó ser el único que confiaba en mi juicio.
Volteé a verlo. Se mantenía perfectamente, esperando paciente, pero la manera en que miraba hacia el tragaluz lo decía todo.
Estaba preocupado, preocupado por algo que no sentía la confianza de decirme.
—Pensándolo bien… —volví sobre mis pasos, intentando simular que nada sucedía—, está demasiado oscuro y no tengo linterna. Además, las escaleras de piedra están resbaladizas por la lluvia, no quisiera sufrir un accidente.
Ethan asintió.
Me arrodillé unos cuantos metros de él, observando cómo poco a poco la escasa luz que quedaba, comenzaba a desaparecer.
El día, finalmente terminaba.
Y de pronto, aún con su vista sobre el tragaluz, Ethan se removió incómodo.
Continué observándolo unos cuantos segundos más, hasta que finalmente lo comprendí.
Sí, ahí estaba. En la forma nerviosa en la que él cambiaba el cuerpo de su peso de un lado a otro, o cambiaba de posición cada pocos segundos. Él jamás hacía eso, Ethan solía ser alguien muy tranquilo y seguro.
—¿No estás con tu celular? —pregunté entonces, rompiendo el silencio que se había formado. Noté que mi voz había sonado un poco más alta de lo habitual.
—Pues… se supone que solo vendría aquí un par de minutos. No lo creí necesario —suspiró—. ¿Y el tuyo?
—Cargándose —me limité a responder, mientras miraba hacia otra parte—. Adam sabe que estoy aquí —le aseguré tras varios segundos—. Al ver que no vuelvo, sé que vendrá a buscarme.
Ethan asintió, sin embargo, aquello no pareció tranquilizarlo en lo absoluto.
—¿Qué clase de bodega no tiene bombillas? —lo escuché quejarse, tras un minuto más de silencio.
No pude evitar aproximarme un poco más a él, preocupada. Me quedé observando el tobillo lastimado con una mueca.
—¿Duele?
—No es algo que vaya a matarme —contestó, sin responder nada en realidad. Apartó su vista y, pronto, fueron los estantes llenos de cajas los que llamaron su atención—. ¿Qué buscabas de todas formas? Estoy seguro de que nadie ha entrado aquí en años.
Recordé entonces, la razón por la cual había ido allí en primer lugar. De inmediato llevé mi mano al bolsillo de mi pantalón, sacando una pequeña fotografía que había rescatado del olvido.
—C-Creí que tal vez podría hallar una foto de mis padres, pero en vez de eso encontré esto…
Tomé asiento a su lado y le entregué la fotografía, quién con la escasa luz que quedaba fue capaz de distinguir lo que allí se mostraba, porque sus ojos dejaron entrever la sorpresa que debía estar sintiendo.
En la foto había dos mujeres, una pelirroja y la otra con el cabello castaño. Ambas estaban arrodilladas en el piso y abrazando a dos niños pequeños. Todos juntos en la base de un gran árbol y vestidos con ropas abrigadas.
En la foto ambas mujeres reían, y uno de los niños, rubio y de ojos azules, sonreía a la cámara, mientras que la otra pequeña, de cabello n***o y ojos grises, lloraba.
—¡Somos nosotros! —lo escuché exclamar, asombrado—. ¿Cuántos años tenemos?
—Según la foto, solo cinco años —respondí entusiasmada—. Eras muy lindo a esa edad, ¿sabes?
Él guardó silencio, mientras un ligero sonrojo se instalaba en su rostro. Tras comprender lo que había dicho, hice exactamente lo mismo, deseando haber mordido mi lengua.
La oscuridad aumentó entonces. Poco a poco, ambos dejamos de vernos.
—Supongo que… Adam vendrá pronto, ¿cierto? —susurró Ethan en voz baja.
—Sí, Adam ya debe estar buscándonos —le aseguré. No podía saberlo, pero deseaba que él se sintiera mejor.
No lo conseguí, lo supe con solo verlo: Ethan estaba asustado.
Pronto, la temperatura comenzó a bajar.
Casi inconscientemente, ambos nos aproximamos, buscando resguardarnos un poco del frío. Sin embargo, Ethan se acercó un poco más, aún cuando ya estábamos lo suficientemente cerca.
Nos miramos a los ojos en un momento, mientras podía sentir lo veloz que latía mi corazón en aquel instante. ¿Por qué tenía que sucederme algo así en este momento?
—Tienes... tienes una mancha —susurró él de pronto, con su vista fija en mi rostro. Parecía haberse acostumbrado a la escasa iluminación que conseguía entrar por el tragaluz. Acercó su mano, pero a medio camino se detuvo y en cambio, la usó para señalarse la frente—, mira, aquí.
Lo miré fijamente antes de limpiarme, agradeciendo que estuviera lo suficientemente oscuro para que él no pudiera ver lo avergonzada que en verdad me sentía.
Luego de eso, volvimos a guardar silencio, sumidos en la oscuridad y el frío, pero juntos.
—Gracias.
Volteé a verlo rápidamente. Ethan miraba hacia otro lado, sin embargo, sus palabras habían sonado claras.
Sonreí, agradeciendo haber tenido el presentimiento correcto.
"No hay de qué …", pensé, sintiéndose de alguna forma, mucho más cercana a Ethan que nunca.
Sí, definitivamente mi primo no era el tipo de chicos que dijera en voz alta cómo se sentía o a qué cosas le tenía miedo, pero sí lo demostraba en sus acciones.
De pronto recordé que cuando era pequeña y le temía a la oscuridad, mi madre me cantaba una canción para distraerme. Tal vez, lo mismo funcionaría con mi primo.
Iba a cantar las primeras notas, cuando él se rió. Fue una risa leve, parecida a un estornudo.
—Dime que no me cantarás una tonta canción de niños —me pidió de manera seca, sin voltear a verme—. Ya me siento muy tonto por tener 17 años y temerle a la oscuridad.
Bajé la vista de inmediato.
—L-Lo siento —susurré, avergonzada de que mis intenciones hubieran sido tan obvias—. No fue mi intención hacerte sentir de esa manera.
Hubo más silencio.
—Eres la primera persona que se da cuenta —continuó diciendo Ethan entonces, aun observando a otro lugar—. ¿Cómo lo hiciste? Ni siquiera Chris lo sabe.
Apoyé mi mentón en mis rodillas y rodeé mis piernas con mis brazos. Quería observarlo, pero él rehuía de mi mirada todo el tiempo.
—Pues… —susurré, mientras él volteaba a verme al fin—, en cuanto sujetaste mi manga, recordé que yo solía hacer eso cuando tenía miedo de quedarme sola. Luego de eso, te veías muy preocupado por la cantidad de luz que quedaba en la bodega.
—Con que estaba muy oscuro para regresar, ¿eh? —se burló con tranquilidad. Sentí mis orejas arder. Tras algunos segundos, Ethan cerró sus ojos— Gracias, por no dejarme solo… eres una buena persona, Nat.
De pronto bostezó y, de un momento a otro, su cabeza cayó hacia un lado. A los pocos segundos, pude oír su respiración calmada.
Al parecer, se había quedado dormido.
Fijé la vista en sus labios, sintiendo verdadera curiosidad por un instante. ¿Cómo sería besarlo? Claro, no planeaba hacer algo similar, pero preguntarme aquello, era inevitable.
Tomé nuevamente la fotografía y la volví a observar.
Hasta ese momento no me había detenido a pensar lo parecidas que eran mi madre y la madre de Ethan, Blanca.
Y es que la diferencia física entre Ethan y yo era mucha, pues ambos habíamos tomado los genes paternos, que aún nadie en la escuela lo había sospechado siquiera.
Pero tanto la madre de Ethan como la mía, comparten muchos rasgos en común.
"Si al menos nuestro color de ojos fuera el mismo… de seguro no dolería tanto"
Porque sí, muy en el fondo me dolía.
Estar enamorada de Ethan me dolía. Para mí estar aquí, consciente de cada pequeño centímetro que separaba nuestras manos, deseando sólo tener el valor para unirlas… era algo hermoso, algo de lo que sólo deseaba poder participar sin sentirme culpable.
Y es que cada uno de estos sentimientos, que venía manteniendo desde mis 14 años cuando lo había conocido y que poseía en mi interior, con la esperanza de algún día revelarlos como cualquiera de mi edad aspiraba… para mí siempre estarían prohibidos, y serían completamente inútiles.
Porque él jamás sentiría lo mismo…yo lo sabía.
Suavemente recosté la cabeza sobre su hombro, y observé lo cerca que estaban nuestras manos.
Con miedo de despertarlo, estiré mi mano hasta la de él y dejé que esta pasara bajo. No me atrevía a sujetar su mano con fuerza, sin embargo, de igual manera era como si lo hubiese hecho.
Una calidez indescriptible me envolvió.
"Me pregunto…", pensé, mientras veía nuestras manos y sonreía levemente, "¿Y…si Ethan supiera alguna vez todo lo que pienso y siento al verlo… seguiría pensando que soy una buena persona?"
Y al instante, comprendí que Ethan Wells jamás podría saber nada sobre lo que sentía, nunca.
Era mi primo y estaba enamorada de él, este chico, cuya mano estaba siendo sostenida por la mía en estos segundos, jamás podría saber nada acerca de estos sentimientos.
Después de todo… la sangre no perdona jamás.
"Pero no me impide soñar…", pensé, sintiéndome de alguna extraña manera, afortunada de estar aquí, con él. "Y a veces, soñar es lo único que necesitamos para ser felices…"