Confrontación

2008 Words
—¿Desea que nos vayamos, señor Lombardi? —preguntó uno de mis hombres al ver mi rostro de aburrimiento en plena ceremonia de graduación. —Aún no, Jhonson —respondí, acomodando mis gafas oscuras—. No voy a irme hasta encontrar a mi esposa. —Quizás, el vuelo se haya retrazado y… —Deja de molestar al jefe —interrumpió otro—. Eres un mocoso al lado de nosotros, por eso no comprendes que el señor Lombardi, tiene ojos en todos lados. —Disculpen, trato de adaptarme. Bajando la cabeza, Jhonson apretó los puños. —Llevas seis meses aquí, ya deberías entender como funciona esto. Eres un completo inutil —contestó con enojo el otro. El mayor de mis hombres, era un tipo que no medía sus palabras, además de que era el menos escrúpulos tenía. —No están aquí para discutir. Así que más vale que cierren sus bocas. —Perdone señor, no volverá a ocurrir —se disculparon ambos. Volviendo la mirada al frente, iba observando como se le entregaba sus diplomas a los recién graduados. —Esto es absurdo —dije en mi mente—. ¿Cómo puede tardar tanto? Levanté mi antebrazo para ver la hora, descubriendo que ella llevaba más de una hora de retraso. —¿Quién te crees, Georgiana? ¿Piensas que mi tiempo no vale? —murmuré para mí. —¿Señor? —dijo Johnson, apretando su auricular a su oído—. Los hombres afuera acaban de decirme que acaba de llegar una mujer pelirroja, informan que se trataría de la señora. Asentí, permaneciendo en mi asiento. Ahora sí, ella me escucharía claro y preciso. Ni una sola llamada, nunca se dignó en tan siquiera pensar que estaba casada. Definitivamente, fui muy flexible con ella. De repente, asomándose por la entrada, entró una mujer con un gran sombrero, bastante alta y muy mayor. —¿Qué es esto? Tratan de hacerme una broma, ella no puede ser Georgiana —mirando con frialdad a mis dos empleados, mostré mi descontento. —Perdone señor, preguntaré… —Debiste confirmar bien el informe, eres un imbécil, Jhonson —arremetió el otro. Cansado de sus estupideces, me levanté del asiento, pero fue en ese instante, que una hermosa mujer ingresó, también traía un sombrero y unas gafas oscuras que cubrían sus ojos, era difícil saber quién era, pero tan pronto se los retiró, reconocí al instante su larga cabellera rojiza y esos ojos verdes. —Maldición —dije entre dientes sin saber que sentir. Ella caminó despreocupada hasta tomar su lugar en uno de los asientos, tal parece que no había notado mi presencia. Sentía una gran rabia ardiendo en mi estomago. Ella tan feliz y dichosa, mientras que yo… —Señor, me informan que la señora Georgiana es la entró después de una mayor. —Debería despedirlos a todos. Acabo de verla. —¿Entonces vamos por ella? —Aún no. —¿La dejará ir de nuevo? —preguntó Jhonson. —Por supuesto que no. Ella es mi esposa, y ten por seguro que jamás volverá a mí. Va a responder por todos estos malditos años perdidos. ———————— (POV Georgiana) Describir lo que se sentía al ver de nuevo al ser que tanto extrañabas, era imposible. Kate estaba hermosa, mi hermanita sonreía orgullosa de su gran logro y yo estaba más que feliz por ella. —Tanto tiempo… Te extrañé mucho, Gio —dijo, pegando su cabeza a mi pecho, mientras que por otro lado mi madre me fulminaba con la mirada. —Ya siéntate, Kate, vas a ensuciar tu traje, y aún no hemos tomado las fotos —interrumpió nuestra progenitora. —Mamá, por favor déjame abrazar a mi hermana. Como me gustaría verla, apuesto a que es muy hermosa. —No más que tú, hermanita. Yo era la mayor por solo dos años, pero Kate sería siempre mi pequeñita. La adoraba. —Tu hermana, debe tener poco tiempo, después de todo jamás ha llamado en cinco años. —Madre… Entonces, Kate pegó sus labios cerca de mi oído, para susurrar: No te preocupes, Gulio me lo explicó, no guardo rencor. Mi querido amigo, apenas he llegado y aún no lo he visto, pero ya tendría el tiempo, pues mi regreso era para arreglar otros detalles que dejé pendiente. (...) Luego de que la ceremonia finalizara, todos los recién graduados en compañía de su familia, iban a hacer un brindis, por supuesto, yo recibí una copa, y cuando estaba detrás, casi al final de todos los asistentes, sentí unas manos tapar mi boca y tomar bruscamente mi cintura. No tuve ni tiempo para defenderme. —¡Ay! Algo me mordió, dijo el sujeto que me metió a la fuerza a la camioneta, solo para que segundos después, el hurón en mi cuello le gruñera—. ¡Esa cosa tiene vida! Al reconocer que se trataba de uno de los hombres de Loid, calmé a mi pequeño amigo, que ya estaba preparado para morderlo. —¿¡Qué le ocurre!? ¿¡Acaso ha enloquecido!? ¡Esto es un secuestro! —Es una orden del señor, señora Lombardi. Él desea verla. —Pues que amable invitación, no se hubieran molestado —respondí con sarcasmo. —Señora, el señor solo desea hablar —agregó uno que no conocía, probablemente sea nuevo. —¿Hablar? Por supuesto ¡Abran esa maldita puerta y déjenme salir o…! —Usted no da órdenes aquí, y tampoco es nadie para gritarnos, así que baje su maldito tono. No entiendo como el jefe pudo casarse con usted. Solo es un par de piernas. —Es la esposa del señor, guarda respeto. —¡Callate, Jhonson! Soy mayor y he servido al señor Lombardi por muchos años, así que no es difícil suponer que la única razón sea porque esta mujer es buena en la cama. —¡Insolente! ¿¡Cómo se atreve!? —No se haga la inocente, todos sabemos que en su noche de bodas, el jefe le dio hasta dejarla sin poder caminar, y viéndola de cerca… —su mirada lasciva me dio tanto asco—. Con un delicioso bocado como usted, tampoco quisiera salir de la cama. Un sonoro golpe sorprendió al que me acompañaba del otro lado, quien solo guardó silencio al ver la marca de la palma de mi mano en la mejilla de ese hombre. —¡Tú! —¡No te atrevas a tocar a la señora! —Inservible gusano, apártate o te daré unos golpes que te mandarán al más allá. Pero él tuvo que calmarse, pues a los pocos segundos, tres hombres se acercaron. Uno ocupó su lugar en el asiento de conductor y los otros dos mantuvieron la puerta abierta, pensé en utilizar ese instante para escapar, mas sería practicamente un suicidio, hasta que él apareció. —Al fin te veo la cara —fue lo primero que dijo, quitándose las gafas oscuras. —Loid… —¿Recuerdas mi nombre? Que sorpresa. —¿¡Qué demonios pretendes!? ¿Sabes que puedo denunciarte por esto? Me estás secuestrando. —Intentalo si lo deseas. Veremos si la policía puede hacer algo. —¡Estás vulnerando mi derecho! —¿Tu derecho? —soltando una carcajada de alta ironía, se acomodó en al asiento frente a mí, mientras daba la orden de moverse—. Bueno, yo también estoy reclamando mis derechos. —¡Tú no tienes ningún derecho! —Mis derechos como tu marido —respondió—. Consumamos la unión. Eres mía. —¡No soy tu objeto! ¡Ya no tengo dieciocho y no te tengo miedo! —Pues que mal, aún no me conoces zanahorias. —Y tú tampoco. Llegamos a su casa, y cuando las puertas de la camioneta se abrieron, tanto yo como mi hurón saltamos al aprovechar una pequeña distracción, sin embargo, yo no pude avanzar, pues sin hacer ningún esfuerzo, Loid me tenía en su hombro. Mi pequeño amigo se preparó para morderlo, pero este fue atrapado por otro de los sujetos más serios. —¡Suéltalo! ¡Ni se te ocurra lastimarlo! —grité dando golpes y patadas que a Loid no le hizo ningún daño. —No quiero que nadie nos interrumpa —ordenó Loid, retirándose conmigo en su hombro. —Ya cálmate —contestó, dando una nalgada a mis gluteos. Juro que en ese momento, lo odié más que nunca. Fue después de echarle llave a la puerta de una habitación, que me soltó para dejarme caer sobre un sillón. —¿Cómo te atreves? ¡Eres un monstruo! ¡Te exijo que me dejes salir! Esos hombres tuyos van a lastimar a mi Hermes. —¿Hermes? —Mi hurón. Mofándose, se acomodó en el sillón frente a mí. —Ellos no le harán nada. —Pues yo no estoy segura. Entre tus hombres hay uno que me faltó el respeto, es capaz de matarlo. —No intentes desviar el tema. Ahora vas a explicarme, porque te largaste durante tantos años. —¿Y qué querías que hagas? Me tenías vigilada las 24 horas, te pedí el divorcio y me saliste con una estupidez. —No es una estupidez. —¿Te parece poco pedirme un hijo para que nos divorciemos? Espero que hayas cambiado de opinión. —¿Crees que solo es cuestión mía? Está señalado en el acta de matrimonio. —¿Cómo? —dije sorprendida. —Así es. De modo que si deseas tener el divorcio, ya sabes que hacer —susurró como si la situación le pareciera graciosa. —Nunca… —fue mi respuesta inmediata—. Jamás llevaré en mi vientre a tu hijo, grábatelo bien. —Entonces prepárate para pasar el resto de tus días conmigo. —Eso lo veremos, sabía que seguirías siendo el mismo inhumano, ¿pero sabes qué? Vine preparada. —¿Ah sí? Perfecto, Zanahorias. —¡No me llames así! ¡Eres el peor hombre que he conocido! ¡¿Qué ganas con retenerme?! Dejame libre y cásate con otra para que tenga a tus hijos. Estoy segura que dispones de cualquiera. Mostrando una mirada ensombrecida, acortó la distancia, de modo que me obligué a levantarme y alejarme, mas eso no fue impedimento para que él se detuviera. —¿No lo entiendes? Solo tú puedes darme hijos. Te he esperado cinco años y no van a ser en vano. —¿Vas a tomarme por la fuerza? ¿Eres tan poco hombre para forzarme? —No, esposa mía, serás tú quien venga a mi cama. —¡Prefiero morir! —lo enfrenté—. Así que mejor hazlo, mátame ¡Acaba con esto! Termina con lo que no lograrás y que así yo pueda irme con él. Loid se quedó en silencio, solo su expresión estaba frente a mí. —Yo no podría sentir nada por un hombre que ve a un hijo como una condición para el divorcio. —Cállate, no me hagas perder la paciencia. —No me callaré, ya estuve en silencio muchos años, y jamás dejaré que alguien me domine, porque él quería lo mejor para mí, y tú eres tan diferente a Orev. —No me compares con ese. —¡Es la verdad! Orev era un verdadero hombre, un caballero, jamás pretendió obligarme a nada. —La única verdad aquí, es que eres mi esposa. Mi mujer, y que ese, está muerto. ¡¿Lo oyes?! ¡Muerto! ¡Su cadáver dejó de estar putrefacto y ahora solo debe ser polvo! ¡Jamás lo verás! ¡NUNCA VOLVERÁ, PORQUE LOS MUERTOS NO REGRESAN! Sus palabras resonaron y golpearon a las ventanas con tal rudeza que se quedaron grabadas en mi cabeza. Pasando saliva, me mantuve firme, no iba a mostrar debilidad ante él. —Escúchame bien, porque no lo repetiré. Te juro por lo sagrado que tengo, que voy a divorciarme de ti. No me importa que esto me lleve tiempo. No seré más tu esposa.
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