Libre

2125 Words
La discusión había llegado a límites en los que mi calma amenazaba con volverse un volcán en erupción. —Ahora abre esa puerta —me exigió—. Tengo que ver a mi hermana y nadie va a impedírmelo. —No veo que tengas la llave —fue mi respuesta—. Aquí nadie escuchará tus gritos o pedidos de auxilio. Podría atarte y dejarte encerrada durante el tiempo que me plazca, hasta que cambies de opinión. —No te atreverías. —Si alguien me provoca, paga. Y tú, llevas provocándome desde que te atreviste a escapar. —¿Es que no te das cuenta? Haciendo esto, solo logras que te odie más. —Perfecto —sonreí con seguridad—. Así como el amor, el odio también desencadena pasiones. —No, tú estás mal ¡Estás completamente desequilibrado! ¡Simplemente no te tolero! ¡Me da asco pensar en ti como mi esposo! ¡Imaginarme en tener un hijo contigo, me da nauseas! ¡Odio tu casa! ¡Odio tu vida! ¡Pero más te odio a ti! Porque me quitaste al amor de mi vida… Mi expresión se llenó de completa frustración. No era posible que ella aún lo tuviera presente, después de tantos años. —Ya te dije que yo no lo maté. —Aún cuando lo niegues, sé que tu tuviste la culpa. Eres un monstruo, alguien que no tiene compasión. —¿¡Compasión?! ¡¿No tuve compasión?! —grité, pateando el sillón a la pared—. ¡ENTONCES QUE HICE CONTIGO! Me casé para que no quedarás sola, le di mi palabra a tu padre, pagué y sigo pagando el tratamiento de tu hermana ¿Y dices que no tengo compasión? —Solo lo haces por tu propio ego masculino. De repente, me hallé con ella, presionando su cuerpo a la pared y mis manos reteniendo sus brazos, del mismo modo que mi rodilla se flexionaba para frotar mi muslo en su centro. —¿Crees que solo es ego? Mirando de cerca sus ojos verdes, inhalé ese particular aroma a melón solo de ella. Tan dulce, tan tentador, tan jugoso. Del mismo modo que esos labios carmesí que nunca he probado. —Esta es la única manera en que puedes tenerme, a la fuerza —dijo ella sin siquiera temblar. —Si quisiera tomarte a la fuerza, podría ahora mismo sujetarte a mi cintura o recostarte en mi escritorio y tomar de lo que tengo derecho. Han sido muchos años, Georgiana, también tengo deseos —le susurré, acercando mi rostro a sus labios, tenía la intención de besarla, probaría sus labios por primera vez. —¿Ah sí? Bien, entonces hazlo… Tómame como el monstruo que eres, después de todo eso es lo que buscas, ¿verdad? Anda, bésame, tócame, desahoga toda tu rabia, pero eso sí, con cada roce de tus dedos en mi cuerpo, con cada beso que me des, y cuando estemos juntos en la cama, pensaré en Orev. Mis ojos quedaron a centímetros de los suyos, mi sangre se congeló y juro que jamás sentí aquello que me estaba consumiendo por dentro. Terminé por soltarla al mismo tiempo que me alejé en silencio. —¿Qué pasa? ¿Cambiaste de opinión? —Callate… —dije, apoyando mis manos en el respaldo de una de las sillas. —Orev es quien tiene mi corazón y mis pensamientos. Iba a estallar, iba a cometer una locura, pero fue en ese instante que alguien tocó la puerta. —¡Dije que no me interrumpan, maldita sea! —Señor Lombardi, lo lamento, pero se trata de la señorita Mía. Dice que es urgente —fue el aviso de Eliana. —Mierda… —dije entre dientes, sacando la llave de mi bolsillo para abrir la puerta. —¡Señora Georgiana! —exclamó Eliana con sorpresa. Incluso con la servidumbre se sentía más cómoda que conmigo. Ella no dudó en correr a abrazar a la ama de llaves, mostrando una sonrisa plena y ancha. Tan distinta a cuando estaba conmigo. —¿Dónde está Mía? —pregunté, haciendo resonar mi voz con eco. —Oh, está esperando en la sala, parece muy preocupada. Sin detenerme a escuchar más, pensé en salir a recibirla. ————————— (POV Georgiana) Fue lo único que se me ocurrió decir en ese momento. Estaba tan enojada por haber sido llevada en contra de mi voluntad, que solo grite que lo salió de mi boca, no lo analicé ni pensé, pero al menos dio resultado. Sin embargo, cuando me encontré a Eliana, esa rabia desapareció. —Señora, usted está más bella que antes. No tenía idea de que volvería. Venga conmigo, la llevaré a la cocina, he horneado unas tartaletas que le van a encantar. Pasando por delante de Loid, ella me llevó de la mano, mas al recordar a mi amiguito, me detuve en la sala. —Espera, primero tengo que recuperar a Hermes, esos sujetos se lo llevaron. Mi pobre hurón, debía estar muy nervioso, no le gustaban los extraños. Pero tan pronto cuando quise darme vuelta, me encontré con el pecho de Loid, y una voz que detrás de mí, lo saludó con formalidad. —Buen día, señor Lombardi, lamento interrumpir su día de descanso, pero… ¿No sabía que tenía visitas? —dice, antes de que me girara a ella. —¿Usted? P-pero… El rostro sonriente y sus mejillas rosadas, perdieron su color, tan solo con verme. —Hola —la saludé. —La esposa del señor Lombardi, ha regresado, señorita Mía —agregó Eliana con dureza y burla en su voz. Todo se había vuelto tan frío, de una forma totalmente incomoda, mas fue Loid quien rompió con ese hielo. —Dijiste que había algo urgente. Bien, solucionemoslo —señalando el sofá, Loid invitó a Mía a sentarse. —Así es, señor, he recibido esta queja de algunos de los empleados, por lo tanto me vi obligada a visitarlo el día de hoy. —Pues yo creo que es una excusa, para usted siempre hay emergencias —interrumpió Eliana. —Usted que se mete, esto es un asunto entre su jefe y yo. Váyase a lavar los platos —le contestó Mía—. Ve a servir que para eso te pagan. —¡Mía! —Loid levantó la voz—. En mi casa, las órdenes las doy yo. Totalmente avergonzada, la mujer de cabellos rizados, enrojeció. —Perdone señor, ella me provocó y… —Eliana, por favor retirate. Sabes que en cosas de trabajo, detesto la interrupción. —Lo lamento, señor. No volverá a ocurrir. Entonces, guiada por Eliana, llegamos a la cocina. —¿Qué fue todo eso? —pregunté, después de todo lo que había presenciado. —Oh, habla de Mía; esa mujer es desesperante. Trata de hacerse la víctima ante el señor, pero no es más que una oportunista. Me llena de rabia que el señor sea muy amable con ella. —¿Amable? Yo creo que podrían ser amantes. Antes de irme, ella ya se mostraba coqueta. —¿Amantes? Oh no. El señor Lombardi, es amable con ella, pero solo eso. Nunca ha mostrado otro tipo de interés en ella, y eso es lo que Mía no soporta. —Ya veo… —murmuré pensativa. —¿Creerá que venía cada semana a preguntar si usted había vuelto? Por supuesto jamás le di información. Muchas veces la oí mencionarle algo de divorcio de parejas de empresarios. Una clara indirecta. —Comprendo. Eliana, ¿podrías decirme dónde están esos hombres que acompañan a Loid? Tengo que recuperar a mi hurón y regresar a la fiesta de graduación de mi hermana. —Pero ¿regresará? Sonriendo de lado, tomé las manos de aquella mujer que recibió cuando yo era solo una muchacha asustada. —Lo siento, pero no hay manera en la que yo vuelva. Necesito mi libertad. Bajando la cabeza, Eliana me indicó la dirección que debía seguir para llegar donde esos sujetos. Agradeciéndole por su ayuda, salí de la cocina, pero en el camino, me encontré a alguien más. —¿Georgiana? —me dijo al verme a la cara. —¿Johan? —respondí, tratando de recordar su nombre. —¡Pero qué sorpresa! —sonriendo con esa alegría que nunca perdía, me sorprendió con un abrazo—. Esto si es digno de celebrar. Imagino que el cuñado y tú, ya están preparando un buen reencuentro. —Ehhh No, de hecho me voy. —¿Pero, cómo te vas? Beth aún no te ha visto. —Tal vez pueda saludarla otro día, pero ahora tengo prisa. —Es una lastima. Con lo contenta que se habría puesto. —La saludas de mi parte —me despedí, alejándome de él. Jamás traté tanto con el esposo de Beth, pero sé que es un hombre que ama y consiente a su esposa, sin embargo, sentí algo raro al estar cerca, como si no fuera el mismo de antes, o tal vez solo sea una mala idea mía. Encontré el lugar donde estaban solo dos de los hombres de Loid, estaban en pleno refrigerio, cuando uno de ellos se levantó para atenderme, lo reconocí de inmediato. Era aquel joven nuevo. —¿Jhonson, verdad? —Así es señora. Dígame en qué puedo ayudarla. —Mi hurón, vine a llevarlo. —Oh, por supuesto, ahora mismo se… —¿Qué crees que hace, inutil? Inesperadamente, aquel otro sujeto que me faltó el respeto se fue contra Jhonson. —¿Qué haces? Déjalo. —¡Usted no se meta! No es nadie para darme órdenes. —¡Eres un bruto! Lo vas a lastimar. —¿Ah sí? ¿Y eso le importa? O es que también quiere con este. —No me faltes el respeto, no te atrevas a hablar así de mí. —¿Por qué? Cinco años, estoy seguro que usted tuvo sus necesidades, y no dudo que le haya puesto los cuernos a su esposo, pero en lugar de fijarse en este remedo de hombre, veame a mí. Le aseguro que será un secreto y le daré el mejor revolcón de su vida. —¡Ya fue suficiente! Le estás faltando a la esposa del señor, ¿sabes lo que hará cuando se entere? Es capaz de… No intentes tomar más de lo que puedes. Jhonson se alejó a tomar una jaula y sacar a Hermes para entregármelo en las manos. —Tenga señora, y disculpe a mi compañero. Parece que los golpes lo dejaron idiota. No tenía nada que decir, pues era mi mano la que quería darle una respuesta a ese sujeto atrevido. Al pretender irme, mi cartera resbaló, dejando caer una pequeña fotografía que Jhonson recogió. Sus ojos quedaron unos segundos atentos. —Es muy bonita —murmuró. —Es mi hermana —respondí—. Y sí, es muy bonita. Noté el leve rubor en el rostro de él, pero apenas reaccionó, me entregó mi cartera y la foto. (...) Luego de irme, regresé a la graduación de mi hermana, mas me di con la sorpresa de que había terminado. Ir a casa de mi madre, no era una opción. No sé como, pero hallaría la manera de verla. Ahora era el momento de solucionar las cosas que tengo pendiente aquí. Empezando por la constructora que me pertenece, mi dinero y luego asesorarme con mi abogado, para los papeles del divorcio. Después de tomar un taxi, llegué a una pequeña, pero cómoda casa para una mujer como yo, con un jardín amplio donde Hermes correría a sus anchas. Había sido una buena idea comprarla antes de venir. Solo hacía falta un par de arreglos y quedaría perfecta. Al entrar a la casa, encontré todo cubierto con manteles blancos, sin embargo, lo que para otros sería estresante, para mi fue una gran sonrisa en mis labios. —Mío… Por fin algo que solo es mío y donde nadie va a lastimarme. Hermes bajó por mis hombros para luego saltar al sofá, levantando el polvo que dio en mi cara. Después de casi ahogarme, me reí a carcajadas. Tenía tantas ganas de recorrer todo el lugar. —¿Qué dices? ¿Una carrera hasta el patio trasero? Hermes solo movió sus patitas, llevando la delantera. —Hey, eso es trampa. Tal vez para otros sería infantil, ¿pero qué debo hacer? Cuando toda mi vida he estado encerrada y llevada de un lugar a otro a conveniencia. Nunca pude disfrutar de una infancia tranquila, todo lo que recibía eran golpes, tantos que hasta ver la sangre brotar de mi cuerpo, ya era una costumbre. Hoy por fin estaba libre de esa pesadilla.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD