Liam Simone
Tengo sentimientos encontrados sobre la decisión tan apresurada de alquilar un vientre. Mi matrimonio con Antonella atraviesa su peor momento, aunque, para ser sincero, solo fueron buenos los tres primeros meses… aquellos en los que apenas nos estábamos conociendo.
Dejo la finca y me encamino hacia la oficina. El día se me hace eterno y no puedo dejar de pensar en ella, Emilia. Por alguna razón, su presencia se apodera de mis pensamientos hoy. No es que me atraiga, sino que hay algo en su mirada, una tristeza tan evidente, como si algo estuviera ocurriéndole… y no precisamente algo bueno.
El tiempo avanza lentamente. No tengo ganas de regresar a casa; sé que solo me espera una nueva pelea con Antonella. Cada día es lo mismo: discusiones, enfrentamientos.
Me recuesto en mi asiento, absorto en mis pensamientos. ¿Es este el momento para ser padre? La puerta de mi oficina suena dos veces, interrumpiéndome.
—Adelante —digo, levantando la vista.
—Amigo mío, pero ¿qué haces aquí a estas horas? —Xavier, mi mejor amigo, entra y se sienta frente a mí con una sonrisa.
—Ya sabes, Xavier, todos los días son iguales. Discusiones, peleas... El trabajo me da algo de calma. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
—Bueno, mi historia de amor no es diferente. Ya le dije a Margaret que quiero el divorcio… y ella lo aceptó, sin problema alguno.
Lo miro a los ojos, levantando las cejas por la sorpresa.
—¿De verdad lo tomó así, tan tranquila? —pregunto, incrédulo.
—¡Pues claro! El matrimonio no es para estar atado a la otra persona. Si quiero irme, me voy —responde, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Y los niños? Tienen dos hijos, carajo, eso es una gran responsabilidad.
—Bueno, vamos a tener una custodia compartida, ya sabes, esas cosas que se inventaron. Yo feliz, Adán y Joanne son mi vida entera, pero ya lo sabías mi matrimonio es un fracaso. Y tú, ¿por qué esa cara?
Sonrío con sarcasmo. Mi amigo no tiene ni idea de las locuras que hay en mi vida. Se supone que esto es algo que debe quedarse dentro de la familia, pero necesito hablar con alguien, contarle todo lo que está pasando. Y ese alguien es él. Solo en Xavier puedo confiar.
—Voy a ser padre —suelto, sin rodeos. Las mejillas de mi amigo se tiñen de rojo, y menea la cabeza, desconcertado.
—¿Qué? ¿Padre? ¿Cómo? Se supone que tú y Antonella tienen problemas de fertilidad, no lo entiendo.
—Como lo escuchas, Xavier, vamos a ser padres, pero no de forma natural. Hemos optado por fertilización in vitro, y esperemos que funcione.
La expresión de Xavier cambia, su semblante se suaviza, como si ahora estuviera más tranquilo. ¿Será que le preocupa que tenga un hijo con Antonella?
—Uf, amigo, qué tema tan complicado. Pero, Antonella, ¿está bien? ¿Está de acuerdo con todo esto?
—Sí, ella fue quien buscó a la mujer que será nuestro vientre de alquiler. Está muy emocionada con la idea de que finalmente tengamos un hijo, aunque a mí me está costando asimilarlo —digo mientras doy un sorbo a mi copa de whiskey y resoplo, pensativo.
—¿Por qué? Si es lo que siempre han querido, según ustedes, esto es lo que va a salvar su matrimonio.
—Ese es el dilema, mi querido Xavier. No sé si quiero salvar este maldito matrimonio, que cada día va de mal en peor.
Mi amigo me observa, conoce nuestra historia de hace muchos años. Niega con la cabeza y me mira con algo de pesar.
—Sé cómo funciona todo. Uno lo intenta, lo intenta, hasta que finalmente fracasa. Pero esto puede ser una buena opción para salvar tu matrimonio y, quién sabe, quizás hasta para ser felices.
Lo miro con desdén y suelto una risa irónica.
—¿En serio? Claro que no. Esa mujer ya no tiene remedio, pero la idea de tener un hijo… eso sí me llena el corazón.
Suspiro profundamente y Xavier no deja de mirarme, su mirada intensa me intimida un poco.
—¿Y quién es la mujer?
Recuerdo el rostro de Emilia, su cuerpo, su físico, y algo me confunde. No puede ser que esté pensando en ella de esta manera. Llevo todo el día con el pensamiento puesto en la finca.
—Es una mujer de Centroamérica, joven, que contrató mi esposa para alquilar el vientre.
—¿La conoces? —Xavier abre los ojos, visiblemente sorprendido.
—Sí, la conozco. Ella se está quedando en la casa de campo, allí estará mientras dure el proceso del bebé. Ya sabes cómo es Antonella. Va a fingir que está embarazada, se pondrá un vientre falso y les dirá a todos que está esperando un bebé. Fingirá un maldito parto y saldrá con el niño en brazos.
—Antonella está loca —dice Xavier de repente, sin pensarlo.
—Nunca he dudado de eso —respondo, con un suspiro. —Por cierto, amigo, ya está tarde. Me voy a casa, debo hablar con ella.
—Pensé que íbamos a ir al club, por eso me quedé esperándote.
—Tengo ganas, pero no puedo. Tengo que resolver algunos asuntos. ¿Te llevo a casa?
—No, para nada. Me voy al club. Yo sí voy a aprovechar mis noches de soltero.
Le sonrio, mi amigo defintivmente nunca va a cambiar.
Bajamos por el elevador. Xavier toma su rumbo, mientras yo, en pocos minutos, llego a la mansión. Hace un frío helado esta noche. Eso me recuerda que no mandé a arreglar el calentador de la casa de Emilia. Menos mal, ella se quedó en la casa principal.
Entro a la mansión y, en la sala de estar, está Antonella, con una copa de vino blanco en la mano, sentada, mirando hacia la puerta, con una pierna cruzada.
—Mi amor, te has tardado. ¿Por qué te demoraste? —pregunta, su voz es suave pero cargada de una ligera acusación.
—Tengo mucho trabajo en la compañía, Antonella. Deberías ayudarme. Así no me demoraría tanto en volver a casa.
—Sabes que estoy tan ocupada con mis cosas que me es imposible ayudarte en la compañía. ¿Fuiste hoy a la finca?
—Sí, por cierto, debemos hablar sobre ese tema.
Antonella se pone de pie, firme frente a mí, y levanta la cabeza, algo desafiante.
—Sí, mi amor. Dime.
—Primero, me parece apresurada la decisión de la fertilización in vitro. Pero está bien, ya está hecho. Y segundo, ni siquiera le has pagado un adelanto a la mujer por sus servicios, y la dejaste durmiendo en la casa del servicio, allí ni siquiera hay calefacción. ¿Qué te pasa, Antonella?
Ella me mira y sonríe apenas con la comisura de los labios, encogiéndose de hombros.
—Pues es que ella simplemente es una empleada más. ¿Por qué tendría que tratarla de manera especial?
—¿Te estás escuchando? Claro que debe tratarse bien, es la madre de nuestro hijo.
—¡Cállate! Ella no es la madre de nuestro hijo, solo es el vientre que lo llevará hasta que nazca. Los padres somos nosotros, porque lleva en su útero tu esperma y mi óvulo fecundado.
Antonella toma un largo sorbo de su copa y la coloca con fuerza sobre la mesa. Luego se acerca, mirándome fijamente, desafiante, con una actitud prepotente.
—Antonella, te digo esto porque creo que debemos ser amables con ella. Hoy le hice un adelanto de su salario y también la acomodé en la casa principal. Eso es todo, solo quería que lo supieras.
Mi mujer se pone roja, sus mejillas arden, y aprieta los puños. ¿Qué le pasa ahora?
—No, no me puedes estar hablando en serio. ¿Por qué, maldita sea, la sacaste de la casa de los empleados?
—Porque allá hace mucho frío, ¡carajo! Y si está embarazada, lo mejor es que la cuidemos. ¿Acaso no lo entiendes? Estamos hablando de nuestro futuro hijo.
No puedo controlar la rabia que siento y la grito con furia. Ella, por su parte, aprieta los labios, esforzándose por no soltar una de esas barbaridades a las que ya está tan acostumbrada.
—Claro, siempre llevándome la contraria, como si yo no fuera tu esposa, sino una extraña en tu vida. Por eso este matrimonio no funciona —su voz se corta, y empieza a moverse de un lado a otro—. Es que tú siempre me gritas, me tratas mal, como si yo fuera una basura.
Antonella comienza a llorar, su llanto desgarrador parece tan calculado. Es impresionante su arte de manipulación; no hay ninguna razón para que esté llorando como si le hubieran arrancado el corazón.
—Antonella, por favor, cariño, ¿por qué estás llorando?
—No preguntes estupideces. Siempre haces lo mismo. De verdad, no sé en qué momento tomé la peor decisión de mi vida. No debí haber contratado a Emilia para que tuviera nuestro hijo. Yo siempre hago cosas para salvar este matrimonio, mientras tú... ¡Ja! Solo haces cosas para destruirlo.
—Eso no es cierto, Antonella —no puedo resistirme, y le grito de nuevo. En ese momento, escucho unos pasos rápidos bajando por las escaleras. Ruedo los ojos—. Increíble, ahora el show es en doble partida.
Dora y Helen, están aquí, madre y hermana de mi querida esposa, porque jamás pudimos vivir solos. Tengo que mantenerlas, ¿por qué?
—¿Pero por qué le gritas a mi pobre hija? —Dora se lanza sobre Antonella, abrazándola con fuerza, mientras mi esposa no deja de llorar. ¿En serio? ¿Pero qué le hice yo?
—No la he gritado, Dora. Antonella está fuera de control.
—Eres el peor esposo. Mi hija cometió un grave error al casarse contigo —me suelta, mirando me con asco, y yo meneo la cabeza.
Pues, quien realmente cometió ese error fui yo.
—Pues dile que se divorcie de mí, como siempre se lo he pedido, así nos ahorramos tanta mierda —les suelto, cruzándome de brazos mientras las miro a las tres. Todas me observan fijamente, acusadoras, manipuladoras, intrigantes.
—Eso es lo que tú siempre has querido, Liam, que me divorcie de ti, que te deje en paz para irte con tus amantes.
—¿Cuáles amantes? Antonella, por favor, contrólate.
—Tus amantes. —Giro para ver a Helen, que se está riendo con la boca tapada. Ella es la única de la familia que me respeta. Es mayor que Antonella, pero está soltera por culpa de mi suegra, que solo quiere controlarlas como si fueran niñas pequeñas.
—No tengo amantes. Vamos a dormir, Antonella. Deja el espectáculo. Y si estás tan aburrida conmigo, lo mejor es que dejes todo a un lado y nos divorciemos. Es todo.
Antonella se zafa de los brazos de su madre y se va hacia mí. Comienza a golpearme con sus puños en el pecho, causándome algo de dolor.
—No, no, me vas a dejar... No ahora que estamos esperando un hijo. ¡No! ¡No! ¡Me niego! ¡Me niego! Jamás dejaré que te metas con otra mujer. Primero te mato.
Sentenció, y yo solo pude retener sus brazos para que dejara de golpearme un poco. Pero estaba incontrolable. Maldita sea, Antonella tiene problemas en la cabeza y le cuesta reconocerlos. La abrazo con fuerza, manteniéndola contra mi pecho, mientras ella sigue golpeándome, descontrolada y llorando desconsolada.
Mi suegra me mira, sus ojos me fulminan, mientras que para Helen esto ya es un espectáculo común.
—Yo me voy a dormir —dice Helen, encogiéndose de hombros, y se va por las escaleras, mientras Dora sigue mirándome con una expresión severa.
—Haz algo por mi hija, mírala en el estado en el que está.
—Vete a dormir, Dora, yo me arreglo con ella.
Antonella está un poco más calmada, y mira a su madre ahora con desprecio.
—Vete a dormir, mamá, yo arreglo mis problemas con mi esposo, ¿verdad, cariño?
Asiento con la cabeza, y Dora sale hacia las escaleras, dejándome solo con el problema que ella crio.
Antonella levanta su cara roja, me mira y, por un momento, no sé qué siento por ella. Pero si hay algo que es seguro, es que no siento amor. La tomo de los brazos y asiento con la cabeza.
—Vamos a dormir, mañana es otro día, Antonella.
—¿Me harás el amor esta noche?
—Estoy cansado —respondo, cortante, y la suelto. Me dirijo hacia la cocina y ella se va detrás de mí.
—No me digas eso. ¿Hace cuánto no me haces el amor? ¡Ah! ¡Ah! Dímelo, por eso no fecundamos un hijo de forma natural. ¡Hazme tuya! ¡Carajo, hazme tuya!
Sacudo la cabeza. Por lo visto, esta noche será larga con ella. Mi esposa, cada día que pasa, está fuera de control. Su actitud me está volviendo loco. Lo único que quiero en este momento es que, con el nacimiento del bebé, ella cambie un poco más, solo un poco, no la soporto.
NOTA DE AUTOR:¿Como les parece esta nueva historia? dejenme sus comentarios, para mi es muy importante, que les parece, dejen aquí sus opiniones, no olviden seguirme en mi grupo de r.e.d. f.a.c.e.b.o.o.k Novelas de LauraC escritora.
Un abrazo, y bienvendidas.