La alarma sonó por centésima vez y Leo la lanzó al otro lado de la habitación. Supongo que ninguno de nosotros estaba listo para levantarse de mi cama. Yo seguro que no. Entre Duncan siendo mi almohada y los mellizos acurrucados a cada lado de mí, con parte de sus cuerpos sosteniéndome, era lo más cálido y seguro que me había sentido. Un abrazo de cachorros, que una vez explicado, los chicos aceptaron y saltaron a la cama conmigo. Mi teléfono sonó desde quién sabe dónde. Lo ignoré y seguí ignorando la sensación de que tenía que ir al baño. Seguía sonando. Sabía quién sería ya que nadie había necesitado o querido mi número antes. —¿De quién es ese teléfono? Duncan gruñó, estirando las piernas. —Es mío. —Me deslicé hacia abajo en la cama y me levanté. Los mellizos seguían durmiendo