Nuevos conocidos y evasiones

1814 Words
Otro día más en la universidad y ya me siento abrumada, hostigada, cansada. "Quizás no deberías estar aquí", me dice esa vocecita cobarde en mi subconsciente. He estado evitando ver a Adam todo el día. Esquivo los pasillos más transitados y los conglomerados de gente donde él pueda estar. Siento algo dentro de mí, algo que no debería… melancolía. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Dios, Adam, ¿por qué te empeñas en joderme la existencia?! No, en realidad eso no es su culpa. Que yo esté como estoy, no es su culpa ni de Lucas, no es culpa de nadie más que mía. Estoy sentada en el comedor con Jess, Ana y Nat. Es hora de almuerzo y los jueves felizmente nuestros horarios coinciden. En la mesa de al lado está el gringo guapo gracias al que hasta ayer sonreía, junto al gringo que ayer se fue con Ana. Pensaba interrogarla, pero hoy no tengo ganas ni de hablar. Jess está hablando algo acerca de otro gringo. Dios, tanto norteamericano me marea, no sé cuál es cuál. Dice que ayer lo conoció por casualidad cuando él tuvo un sorpresivo encuentro con el suelo. Su nombre es Samuel Webster, pero prefiere que le digan Sam. Y Jess está realmente entusiasmada, al parecer ayer comieron juntos en la tarde y ya se sienten íntimos amigos. Al parecer el tal Sam es un chico muy alegre, por lo que no le costó demasiado llevarse bien con mi amiga. Ahora Nat dice que conoció a un gringo también, pero que duda de su sexualidad. Creo que estuvieron juntos en la clase de Cálculo, pero no se molestaron en intentar conocerse. Según ella, él es muy arrogante, casi como una diva. Mientras cotorrean sobre el boom norteamericano de la universidad, miro mi sándwich vegetariano. "Te ves tan llamativo, cariño. Pero lo siento, no tengo hambre". De un momento a otro, el chico que ayer se fue con Ana se levanta y camina hacia nuestra mesa, dejando a mi norteamericano sensual solo. Sonríe y se dirige a mi amiga. —Disculpen que las interrumpa —dice el chico con un leve sonrojo—, pero me preguntaba si podríamos almorzar con ustedes. Estamos solos, y la verdad es que Lucas no es muy entretenido que digamos. Lucas, así que su nombre es Lucas. —¡Claro que sí! —exclaman mis amigas a coro. "Disimulen su efusividad, chicas". —¿En serio, no les molesta? —pregunta, rascando su nuca. —Claro que no, Tyler, pueden sentarse con nosotras —contesta Ana muy entusiasmada. Yo sólo me limito a observar. Mi voz sigue esquiva, no quiere salir ni a tirones. El chico, Tyler, le hace un gesto a Lucas con la mano para que se acerque. Torpemente, él se levanta con su bandeja y camina hasta nuestra mesa. Saluda con una sonrisa y por algún capricho del destino o propio se sienta a mi lado, quedando aún dos puestos libres en la mesa. Será que se ha acostumbrado a sentarse junto a mí. Hoy en clases también lo hizo, teniendo cincuenta sillas más para elegir. Si esto hubiese ocurrido ayer, seguramente yo hubiese hecho piruetas en el aire con dos pompones en mano de pura felicidad, pero hoy, sólo me limito a echarle un vistazo y devolver mi concentración al sándwich que me seduce pero que mi estómago se niega a digerir. Ana y Tyler hablan animadamente. Mi amiga actúa de forma coqueta, mientras él le cuenta algo sobre un departamento o no sé qué. Jess y Nat cuchichean entre ellas, mirando a la parejita parlanchina, se dan codazos y sueltan pequeñas risitas con su atención fija en Ana y el gringo. Y Lucas… sigo pensando que él es mudo. "No, Graz, recuerda que te preguntó si sabes inglés". "Bueno, quizás es lo único que sabe hablar en español, junto con preguntar si el asiento de mi lado está vacío". Inmediatamente, me imagino hablando con él… Yo: Hola, ¿cómo estás? Él: ¿Sabes inglés? Yo: ¿Ah? Él: ¿Está vacío este asiento? Yo: ¿Podrías responderme? Él: ¿Sabes inglés? Yo: Eh… ¿Algo? Él: ¿Está vacío este asiento? Imposible. Quizás, simplemente no le interesa hablar con nadie como a mí ahora, pero lo suyo ha de ser algo crónico. Sacudo mi cabeza para desechar mis ideas absurdas y es entonces cuando veo que un chico norteamericano —oh, ¿en serio?—, viene directo hacia nosotros con una bandeja y una amplia sonrisa en su rostro. Saluda y se sienta junto a Jess, mirándola, sonriendo, sin decir nada. Al parecer, él es Sam. Oh, y no viene solo. —¡Ya! ¿Por qué te vas? ¿No vas a almorzar conmigo? —llega un chico pelinegro, regañando al amigo de Jess, haciendo caso omiso de nuestra presencia, y adivinen, es otro gringo. Nat abre los ojos como platos cuando el pelirrubio llega, y cuando éste la ve, se miran despectivamente. —¡¿Tú?! —se preguntan mutuamente, al mismo tiempo, como si estuviesen coordinados. —¿Qué haces aquí? —nuevamente hablan a coro. —Estoy con mis amigos. —Sigo a mi amigo —responde él, después de Nat. "Oh chicos, perdieron la coordinación". —¿Este es tu amigo? —pregunta Natalia a Sam. —Key —le corrige el pelirrubio. —Sí, es mi amigo, lamentablemente —contesta Sam, burlesco—. Quería alejarme de él, pero es imposible. —Claro que lo es —se jacta Key airoso y se sienta junto a Nat, en el último asiento libre. Muy bien, la mesa está completa, no se admiten más norteamericanos. —¿Vinieron juntos desde Estados Unidos? —pregunta Jess a Sam. —Oh no —contesta Key—. Yo vengo de Corea, viví allá por años. Conocí a este pollo maníaco cuando me vine a este país, hace un año. —Somos vecinos —explica Sam—. Yo vivo aquí desde los trece años. —¿No son parte del convenio de intercambio que implementó la universidad este año? —indaga Nat, muy curiosa. —Yo sí. "Oh por Dios, Lucas ha hablado". Todos lo miran para que se explique mejor, excepto yo. Mi mente está caminando bajo una nube lluviosa en este momento, con mirada nostálgica y el corazón en la mano. —Mi intercambio dura un año. Ni se molesta en profundizar más su explicación, sigue comiendo. Los chicos lo miran con cara de “¡Ah!”, y al notar que no pretende seguir con la charla, comienzan a platicar entre ellos amistosamente, excepto por Key y Nat, que se dan miraditas de “no me caes”, “lárgate”. Vaya, Lucas es el único que ha venido de intercambio. Los demás viven hace tiempo aquí. Bueno, debo asumir entonces que mi ciudad estaba invadida desde antes y yo no me había dado cuenta. "Oh, claro que te diste cuenta, Graz… desde hace casi cuatro años". Sip. desde que conocí a Adam. No logro captar qué es lo que se propone. ¿Es que ahora va a pretender que está enamorado de mí? ¿Ahora después de todo lo que lloré por él? ¿Después de que me humilló? ¿Después de que me hizo odiarlo? Observo a mi alrededor. Se ven todos tan felices, tan… jóvenes. Y yo parezco una vieja amargada. Hasta Lucas se ve interesado en la conversación de Ana y Tyler. Me siento fuera de lugar, fuera de enfoque. Yo no debería estar aquí con esta cara de frustración… es más, no quiero estar aquí, porque mi corazón ahora duele, lamentándose porque las heridas del pasado aún no han cicatrizado; sólo pretendieron hacerlo. Porque a pesar del daño que ese chico me causó, una parte escondida de mí, en lo recóndito de mi alma, añora correr hacia sus brazos, decirle que lo extraño, que lo necesito, que me siento indefensa, a la deriva desde que él se fue de mi lado. Como no debería sentirme, porque soy una mujer fuerte, ¿no? No debería necesitarlo... ¿Por qué lo hago entonces? Porque a pesar del rencor, me niego a pensar que su afán fue lastimarme, me niego a creer que disfrutó haciéndome mal. Sólo éramos niños... Y además, porque los momentos que viví a su lado, a pesar de todo, no se comparan con nada de lo que he experimentado antes ni después. Y eso que ni siquiera nos besamos… el amor que yo sentí por él iba más allá de lo carnal, de lo físico, de lo obsesivo… Yo a él lo amé sin prejuicios, lo amé con alegrías y tristezas, con risas y llantos, con “Yo estoy aquí, para ti, quédate conmigo” y también con “Eres libre, ve en busca de tu felicidad”. Cuando me vi derrotada, fui capaz de dejarlo ir sin jamás reclamarle nada, aunque hasta ahora las palabras que quedaron atoradas en mi garganta me ardan hasta lo más profundo. Al fin y al cabo, las explicaciones y reclamos no hubiesen calmado mi tristeza, no los necesitaba. Debo salir de aquí o comenzaré a llorar. No quiero que nadie me vea así, no quiero que el mundo se entere de la fragilidad que existe tras mi escudo de hierro. Me coloco de pie. —¿Graciela? ¿Estás bien? —pregunta Jess, en cuanto me levanto de la silla. —Sí —no puedo hablar más, no debo hacerlo o no me contendré. Esa sensación asfixiante de llanto a punto de explotar, está subiendo por mi garganta y no soy tan fuerte como para soportarla una vez más en silencio, como lo llevo haciendo desde hace años. —¿A dónde vas? —inquiere Nat, con notable preocupación. —Por allí, no se preocupen, sigan comiendo —finjo una sonrisa lo mejor que puedo, pero mis amigas me conocen, no las puedo convencer tan fácil. Comienzo a caminar, pero alguien me jala del brazo. Es Ana. —Dime qué sucede —exige. Echo un vistazo hacia donde están los chicos. Lucas me traspasa con la mirada. Ana también. Ella me conoce a la perfección, pero no, esta carga es mía y no quiero arruinar su momento de armonía. —Tengo ganas de ir al baño, pero no puedo decirlo en la mesa —miento. Sostengo su mirada, necesito que me crea. Finalmente, de mala gana me suelta el brazo. Soy libre para escabullirme por ahí, a algún lugar bajo los árboles del inmenso campus antes de que las clases comiencen. Aún me queda una hora libre. Salgo del comedor y elijo un sendero que va hacia el norte. Mala elección… Pocos pasos más allá, me pillo de frente con él, con el que he estado evitando todo el día; Adam.
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