Corazón enfermo

1419 Words
Doy media vuelta rápidamente y comienzo a andar en dirección contraria a la que iba. "No me hables, por favor, no lo hagas". —¡Graciela, espera! —grita. "Pero no quiero, no quiero esperarlo, no más". —¡Por favor! ¡Graz! Oigo sus pasos avanzar ágilmente hacia mí, así que emprendo un leve trote, pensando ingenuamente que así no me va a alcanzar. Al segundo siento su mano firme jalar mi brazo, obligándome a quedar frente a frente con él. Todo transcurre muy rápido, no dice absolutamente nada, sólo me toma por la cintura, atrayéndome hacia su cuerpo, sin que yo pueda luchar por escapar. Me rodea con sus brazos y mi rostro queda apoyado en el hueco de su cuello. Respiro. Su olor. Su perfume. Mierda. Al instante, comienzo a maldecirlo, golpeo su pecho con mis puños intentando liberarme, pero sus brazos son muy fuertes, más de lo que me gustaría. Más de lo que fueron alguna vez. Y me tiene aquí, atrapada, con mi corazón latiendo como loco, mientras la ponzoña venenosa de su traición recorre todo mi sistema circulatorio, quemándome, doliendo. —Por favor… suéltame —susurro con un hilo de voz, al borde de las lágrimas—. No me hagas esto, no de nuevo, por favor… —No quiero dejarte ir otra vez. Por favor, dame una oportunidad y escucha lo que tengo que decir —suplica, sin apartarse de mí, sin abandonar mi espacio vital. —¡Maldita sea, Adam! ¡Déjame ir! ¡No quiero estar cerca de ti! ¡Aleja tu puto cuerpo del mío! —La voz que había acumulado, sale toda de una vez a todo pulmón, con toda la rabia almacenada, con todas las palabras ahogadas que guardé. —¿Eso es realmente lo que quieres? —me pregunta y termina de asesinar mi dignidad—. Me consta... sé que tú y yo, lo nuestro... nunca terminó del todo. Todavía te recuerdo, Graciela. Todavía no soy capaz de dar vuelta la página. ¿De verdad quieres que te deje? Rompo en llanto, ya no lo soporto más. "No, no es lo que quiero, esperé dos años para volver a abrazarte así y si no pude hacerlo antes, fue por tu culpa". De pronto, mi sentido común hace acto de presencia, mirándome por sobre sus lentes reprobatoriamente y con las manos en sus caderas. —Sí… eso es lo que quiero —murmuro. —No te creo —alega, pero termina soltándome. No soy capaz de mirarlo a los ojos. Mis lágrimas tampoco me lo permiten. —Ese es tu problema —a la velocidad de la luz, he vuelto a ser la misma; altanera y esquiva, sólo con él. Seco mis lágrimas y lo miro a los ojos—. No vuelvas a tocarme en tu vida —advierto. —Graciela, sé sincera conmigo y contigo también, por favor. —Estoy siendo sincera, no quiero nada que venga de ti. El tiempo ya se acabó, Adam. Tú mismo lo dijiste hace dos años, no voy a escucharte ni a darte oportunidad alguna —comienzo a caminar, pero vuelve a atrapar mi brazo. Antes de que pueda hacer nada más, mis labios son aprisionados por los suyos. Y éste es el primer beso de Graciela… Sorpresivo, cargado de rencores, y en contra de su voluntad. "Maldito seas, Adam… ahora ya puedes decir que te llevaste lo único que me quedaba". Intento empujarlo, pero captura mis muñecas sin apartar sus labios de los míos. ¿Qué hago? He visto situaciones similares en las películas, donde la protagonista se libera al otorgar una dolorosa y magistral patada en la entrepierna a su atacante… pero mi estómago está revuelto, y mis piernas flaquean… no tengo fuerzas, porque su aliento es una droga. "Una droga de la que ya has sido rehabilitada, Graz", me recuerda mi conciencia. Entonces saco la carta que guardo bajo mi manga. Lo muerdo, lo hago con toda la rabia que pueden expresar mis blanquecinos dientes. Se separa de mí al instante, vociferando maldiciones a los cuatro vientos, acto que aprovecho para escapar. Por milagro, mis piernas ya responden, y corro con la energía que acoplé durante cuatro años en los que estuve eximida de Educación Física. Corro casi por inercia, con los ojos cerrados, lloviendo impotencia, con mis puños apretados y el corazón a punto de estallar. Porque yo no quería que fuese así… Desde pequeña soñaba con mi primer beso, ese que debía ser mágico, ese donde un caballero sobre su corcel se presentaría ante mí, me tendería la mano y me llevaría a recorrer el mundo, para luego bajo la luz de la luna, probar por primera vez el dulzor de mis labios… Ya de adolescente, me conformaba con que ese caballero fuese Adam sobre su Jeep, llevándome al mar para ver el atardecer, mientras nuestros corazones nos pedían a gritos amarnos… Sin embargo, mi primer beso terminó siendo el peor que pude imaginar. Forzado por mi primer amor, el mismo que me hizo trizas más de una vez y que ahora, encima de todo, parece burlarse de mí. Tropiezo contra una pared, cálida, pero bastante dura. Levanto la vista cuando la pared inclina mi rostro con sus largos dedos, entonces me doy cuenta de que no choqué precisamente contra una muralla, sino contra el pecho de… Lucas. Estoy llorando. Él me observa, sujetando mi apesadumbrado rostro entre sus manos. Me siento estúpida, estoy cansada de dar lástima. "Por favor, quiero que el mundo me vea sonreír. Sonreír de felicidad, no fingidamente". Me alejo de su contacto y sin mirarlo a los ojos hago un gesto de disculpa. —Disculpa —mascullo, con el dolor latente. —Es la segunda vez —su voz no suena arrogante, sino traviesa, reconfortante. Lo miro a los ojos y me sonríe dulcemente. No sé qué decir. Lucas sigue siendo sólo un chico guapo, desconocido y… extranjero. ¿Qué pensará de todas las cosas que ve acá? ¿Creerá que acá es normal que las chicas lloren solas por los pasillos de las universidades? —Lo sé, suelo ser despistada, lo siento —me disculpo de nuevo. Pero él no deja de observarme, como si quisiera decirme algo más. —¿Tienes tiempo para conversar conmigo? Claramente, lo ha dicho. —No… no me siento muy bien en este momento —evidencio, enjugándome las lágrimas con la manga de mi sweater. Ni por muy guapo… no estoy en condiciones de llevar una aburrida conversación con un extraño, que de hecho, según Tyler, es un aburrido. —Por eso mismo —sonríe y toma mi mano. No sé qué decir, y no tengo tiempo tampoco; me ha sentado a su lado sobre el césped, a los pies del tronco de un gran roble, recibiendo la majestuosa sombra de aquel árbol milenario. Si la universidad no fuese para ir a estudiar, sería espectacular como un sitio de picnic. —Lucas, lo siento pero… —No tienes que hablar si no quieres —interrumpe. Su voz tiene esa calidez que relaja mi flujo sanguíneo. —¿Entonces para qué me trajiste hasta aquí? No, no lo entiendo. —Porque no es bueno sufrir solo, Graciela. A veces necesitamos compartir nuestras lágrimas para que no sean tan dolorosas —se acerca a mí, acomodándose en posición de loto y profundizando su mirada. Agacho la mirada. Su cercanía es un poco incómoda, pero no más de lo que es agradable. —¿Es coherente compartir mi sufrimiento con alguien de quien apenas sé el nombre? —Dime tú —toma una de mis manos y la observa—. ¿Por qué comemos con cubiertos si tenemos las manos? ¿Ah? —Pues… para evitar enfermedades… —¿Eso resuelve tu pregunta? Sinceramente no, él puede verlo en mi expresión. Sonríe débilmente y entonces me explica: —Compartimos nuestros sufrimientos para evitar que el corazón enferme más de lo que puede resistir nuestra naturaleza humana… Para evitar que el corazón enferme… "Demasiado tarde, Lucas". Yo ya no soporto más… y rompo en llanto nuevamente. Lloro como una cría perdida en el supermercado, porque el mismo terror hace añicos de mí. Tengo miedo, miedo de caer otra vez en el mismo pozo del que logré salir con tanto esfuerzo. Lloro y lloro, como no lo hacía hace mucho, mientras Lucas… él me abraza. Me abriga con sus brazos porque por alguna razón que no termino de entender, no quiere que mi corazón enferme.
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