20 de marzo de 1885
Layla
Layla tomó una cucharada de sopa y se obligó a tragar más de aquel líquido caliente. Durante las cenas, intentaba no mirar a Elliot, pero no podía evitar sentir el desconcierto de no saber qué pasaría por su cabeza. ¿Cómo alguien podía cambiar tanto en tan solo unos años? Era como si le estuvieran haciendo una broma de muy mal gusto.
Elliot no le había vuelto a dirigir la palabra desde aquel día, cosa que la molestó. De pequeño, siempre se había preocupado por ella y había sido como un hermano mayor. Él, y su primo Gabriel, juntos, habían sido criados como hermanos y habían sido siempre muy unidos. La lista de innumerables bromas que habían gastado, los juegos, las meriendas juntos… ahora parecía algo que jamás había ocurrido.
Contuvo un suspiro. No podía dejar que viera que le afectaba su actitud. Era fuerte y se lo iba a demostrar. Dejó la cuchara a un lado y miró a ese chico de cabello azabache que se sentaba frente a ella. Él ya había terminado de comer, no obstante, no entendía a qué esperaba para marcharse tal y como había hecho días anteriores.
Decidió ignorarlo.
-Abuelo Allan -lo llamó suavemente-. Con vuestro permiso, me voy a mi habitación.
Lord Allan asintió. Señal más que suficiente para que se levantara de su asiento y saliera del comedor sin mirar atrás. Caminó por el extenso pasillo hacia las escaleras y las subió rápidamente. Cuando salió había notado como la mirada de Elliot la había seguido a lo largo del comedor. E incluso por un momento, había pensado que había salido justo detrás de ella; pero al no escuchar el sonido de pasos, dio por hecho que no lo había hecho.
Aun así, aguardó unos segundos en mitad de las escaleras antes de continuar su camino hasta su habitación. No se escuchaba nada. Cuando llegó a su habitación, no tardó en quitarse la ropa. Quería dormir. Dormir y leer un buen libro para olvidar todos los días anteriores. Se había sentido muy decepcionada por Elliot, pero aún más, que las cosas hubieran resultado así: siendo un par de extraños.
Una vez se cambió de ropas, cogió la lámpara y la trasladó lo más cerca posible de su cama. El libro que había leído los últimos días había permanecido debajo de su almohada. Una novela trágica y romántica que le recordaba brevemente su historia con Elliot. Personajes que se querían, pero que debían enfrentar desafíos -con la excepción de que él no sentía nada por ella-. Apenas lo sacó de su escondite, la puerta sonó.
-¿Quién podrá ser? -murmuró para sí.
Layla se acercó a la puerta recelosa. No acostumbraba a recibir visitas en la noche. De hecho, nunca las había recibido y no estaba segura de quien podría ser a aquellas horas.
-¿Quién es? -preguntó alzando un poco la voz.
-Soy yo -mencionó una voz que no pudo reconocer-. Abre.
Layla arqueó una ceja a sabiendas de que no podían verla.
-No sé quién sois -respondió-. Márchese.
De repente, el pomo comenzó a moverse al tiempo que intentaban abrir la puerta. Layla se acercó para cerrársela de golpe, pero él fue más fuerte y la empujó hacia atrás cuando se abrió.
-Soy yo -volvió a decir la voz, esta vez supo quién era-, Elliot. ¿Acaso ya me ha olvidado, princesa?
Layla se hizo a un lado, aturdida. No lo esperaba y posiblemente lo demostró en su rostro.
-¿Qué hace aquí? -preguntó incrédula-. Se suponía que no volvería a hablarme.
-No recuerdo haber dicho nunca algo así -contestó Elliot. Suspiró y sus ojos se bajaron, mostrando una imagen más cansada de él. Layla notó que ya no llevaba una chaqueta y que, en su lugar, solo venía vistiendo una camisa y el chaleco-. Venía para llegar a un acuerdo usted, señorita Sallow.
Layla alzó una ceja. Si algo había aprendido de su padre era que nunca se debía apostar sobre algo de lo que no estabas seguro y mucho menos, llegar a un acuerdo del que no sabías nada.
-¿Un acuerdo?
Elliot asintió y, sin haber sido invitado por Layla, caminó hasta su cama y se sentó ahí, tieso como un bastón. Ella contuvo una mueca de sorpresa y se cruzó de brazos, en un intento de sentirse más protegida. Tener a Elliot ahí, la perturbaba de muchas maneras distintas.
-Un acuerdo que nos beneficiará a ambos.
Layla inclinó la cabeza ligeramente. Algo le decía que nada de lo que pudiera salir por su boca podía ser beneficioso.
-¿Y por qué se supone que debería de escucharle?
-Porque esta sigue siendo mi casa.
-Es de su abuelo -especificó ella.
-Y yo vivo aquí por si lo ha olvidado -contestó Elliot escrutándola con la mirada-. ¿Va a escucharme o no, princesa?
Layla alzó la cabeza y lo miró a los ojos. No estaba dispuesta a retroceder. Fuera lo que fuera, estaba dispuesta a enfrentarlo de frente.
-Habla.
-El otro día me pasé -mencionó-. El abuelo nunca permitiría una cosa así. No lo pensé bien.
Ella arqueó una ceja.
-¿Y ha venido todo este camino solo para decirme eso?
Elliot negó con la cabeza.
-No -respondió-. De hecho, vengo a pedirle un acuerdo como ya le he mencionado anteriormente. ¿Qué le parecería un matrimonio concertado?
Layla quedó pasmada. Nunca había esperado eso. ¿Él le estaba pidiendo matrimonio? Su corazón se calentó de pensarlo y la idea le pareció agradable. ¿Estaría él dispuesto a hacerla su esposa?
Espera, ha dicho >.
-¿Un matrimonio concertado? -preguntó con desconfianza.
Él asintió.
-Así es -confirmó-. Con Jude O’Brien. Debe acordarse de él si no me equivoco.
Layla apretó los labios disgustada. Sentía como si le hubieran dado una bofetada en la cara. Habría esperado cualquier cosa viniendo de él. Incluso se había propuesto ignorar lo sucedido días anteriores, pero nunca, nunca habría podido esperarse eso. Él sabía perfectamente que no le gustaba esa persona.
¡Por Dios, incluso llegó a pensar que él estaba dispuesto a casarse con ella! ¿Cómo había podido ser tan estúpida? La vergüenza no era un sentimiento que sintiera a menudo, sin embargo, ahora la sentía al punto del dolor.
-Eso le permitirá vivir de manera estable y sin preocupaciones y él le dará todo lo que necesite -continuó.
-¿Está burlándose de mí? -preguntó airada.
Elliot la miró confundido.
-¿Perdone?
-¿Me toma el pelo, Lord Hamilton? -preguntó nuevamente, molesta-. ¡No me puedo creer que me haya propuesto semejante cosa!
Elliot se levantó de la cama y se acercó a ella tan rápido que le costó seguir el ritmo de sus movimientos.
-¿Y qué propone, entonces? -preguntó-. Su padre ya no está y no hay nadie más aparte del anciano que quiera cuidarle o ningún hombre que quiera a una esposa sin fortuna y que ha perdido el valor de su estatus.
Layla retuvo una mueca de dolor. No podía creer que él fuera tan idiota. Estaba herida por sus palabras.
-¡Estás tú! -gritó Layla-. ¡Siempre estuviste a mi lado! ¿Se puede saber qué pasa contigo ahora?
Ambos permanecieron en silencio. Layla con la respiración agitada; Elliot mudo. No había esperado escuchar aquellas palabras. Tantos años en los que había enterrado sus sentimientos por ella, lo confundían. ¿Ella había esperado que él se casara con ella? La simple idea lo enmudecía. Lo aturdía y… simplemente lo dejaba sin palabras.
Los sollozos de Layla se escuchaban por toda la habitación. Se sintió como un idiota por hacerla llorar. Más de una vez, Elliot se había preguntado si era un sueño, si aquello que sus ojos veían era algo ficticio creado por su propiamente. Pero una vez más, Layla no solo lo había deslumbrado con su belleza, sino que ahora lo había abofeteado con sus palabras.
Nunca se le había dado bien ver a Layla llorar.
-No llores -susurró afligido.
-¡Cállate! -le espetó mientras se esforzaba por reprimir más lágrimas-. ¿Qué más te da? Me odias -respondió.
Elliot apretó los puños, dolido. ¿Cómo podía haber sido tan idiota?
-No te odio -respondió.
-Mientes.
Elliot le sujetó los hombros y la obligó a mirarlo, con la necesidad de hacerla comprender que él no la odiaba. Ni siquiera entendía por qué le importaba tanto lo que ella pensara de él, pero lo hacía. Simplemente le asustaba que ella pudiera verlo como un monstruo.
-No lo hago -afirmó. Se lamió los labios antes de continuar-. Nunca te llegué a odiar realmente. Era yo el que se odiaba a sí mismo.
Layla lo miró confundida y asustada. Eso lo mató por dentro.
-¿Cómo podría creerte después de todo lo que has dicho y hecho?
-Me conoces -respondió Elliot. Su cuerpo temblaba por dentro-. Me conoces desde niños.
-Las personas cambian, Elliot. Todos cambiamos.
Elliot le dedicó una sonrisa melancolía.
-Intenta creer en mí -pidió.
-¿Y por qué debería de hacerlo? -susurró.
-Porque estoy enamorado de ti desde que éramos niños.
-Mientes -espetó Layla-. Solo sabes mentir.
Elliot cogió aire. Todo esto había sido su culpa. Si tan solo hubiera sido sincero desde el principio, no estarían así ahora. Él solo había intentado buscar una solución que le resolviera la vida. Era consciente de lo que la sociedad decía de las mujeres de su edad solteras y sin familia que pudiera cuidar de ellas.
-Entonces, ¿qué debería de hacer para que me creas?
Los ojos de Layla se abrieron.
-¿Qué?
-Que debería hacer -repitió-. Solo dímelo, haré lo que sea para que creas en mí.
-Bésame.
Ahora era él quien la miraba sorprendido.
-Bésame -repitió Layla-. Solo así te creeré.
Elliot permaneció en su sitio por unos minutos, nunca habría esperado ese tipo de respuesta.
Layla dio un paso hacia él y lo sujetó del chaleco. Al principio no sabía cómo hacerlo, pero tan rápido como acercó su cara a la de él y lo besó, todo se volvió más sencillo. Los labios de Elliot eran calientes y suaves; su boca se movió sobre la de ella.
A pesar de todas las emociones contenidas que ambos sentían, el beso fue lento y tranquilo. Como una degustación de un buen vino que debía tomarse con dedicación y tiempo. Sus manos sujetaron sus caderas y le dieron un pequeño apretón. Layla se deshizo bajo él.
Cuando por fin se separaron, Elliot habló.
-¿Así que solo un beso? -preguntó.
Layla sonrió.
-Solo un beso.