Nuestras prendas de ropa estaban tiradas en diferentes partes del baño. Nos encontrábamos en la misma posición en la que habíamos empezado, yo sentada en el borde del lavamanos, con mis piernas rodeando las caderas de Andrés. Mientras él me besaba, yo acariciaba su tonificado abdomen, su espalda, y todo lo que fuese acariciable. Sus labios pasaron a mi cuello, y tuve que morderme el labio para no gemir. Luego pasó aún más abajo hasta llegar a mis pechos, dando tímidos besos cortos a cada uno. -Hazlo despacio – le dije apenas él me tomó de las caderas, dispuesto a entrar –. Aunque sé que sólo será al principio. -No te preocupes, lo haré despacio. Fue una puta mentira. Entró con fuerza, me atrevo a decir que salvajemente, y no evité pegar un grito y arañar su espalda. -¡Ah! – gimió él,