Leonardo se dejó caer en el sillón de su despacho, con la mirada perdida en el horizonte que se extendía más allá de las ventanas. El crepúsculo teñía la ciudad de tonos anaranjados y púrpuras, pero él no veía nada. Su mente estaba atrapada en un bucle de pensamientos caóticos, sin encontrar salida.
El anuncio de Valeria había sido como un mazazo inesperado. Embarazada. Las palabras aún resonaban en su cabeza, secas, como si pertenecieran a alguien más. Nunca había imaginado que se encontraría en una situación como esta, atrapado en una relación que siempre fue más un acuerdo de conveniencia que una historia de amor. Y ahora, el peso de ese compromiso se hacía insoportable. Cuando Valeria lo anunció frente a todos, la sorpresa fue tan brutal que no pudo reaccionar más allá de mantener una fachada de control. Pero por dentro… por dentro sintió cómo todo su mundo se resquebrajaba.
Peor aún había sido la discusión con Isabella. La frialdad en sus ojos, el dolor que destilaban sus palabras… No podía sacarse de la cabeza la imagen de su rostro cuando le dijo que se iría. Fue como si le arrancaran una parte de sí mismo. Su presencia en Rossi Fashion, su creatividad, su pasión… todo lo que ella representaba se había convertido en algo esencial para él. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran a este punto? Había intentado protegerla, mantenerla a salvo de la toxicidad de su situación con Valeria, pero en su intento por controlarlo todo, había terminado por alejarla.
El viaje de negocios fue la última carta que pudo jugar para darle algo de espacio, para que se tomara un respiro lejos de la presión que ambos sentían en la oficina. Sabía que Isabella necesitaba enfocarse en algo positivo, algo que la motivara más allá del caos que él había permitido. Pero, con cada hora que pasaba desde que ella se fue, la incertidumbre lo corroía. Luca… Sabía que el joven diseñador había estado cada vez más cerca de Isabella. Había notado cómo sus miradas se cruzaban, cómo se entendían con una facilidad que, en el fondo, lo ponía en guardia.
Leonardo apretó los puños, sintiendo la impotencia golpear en su pecho. Mandarla con Luca fue una decisión calculada, consciente de que trabajar juntos podría aliviar la tensión y redirigir sus energías hacia algo productivo. Pero al mismo tiempo, sabía que la cercanía entre ellos solo haría crecer una conexión que él temía. El éxito de Isabella y Luca como equipo era indudable, pero ¿a qué precio? El temor a perderla, no solo como parte de su empresa sino como algo más, se hacía más tangible con cada minuto.
"¿Y si esto la empuja a sus brazos?" El pensamiento lo atravesó con una mezcla de rabia y resignación. Desde que Isabella y Luca partieron, Leonardo había luchado por concentrarse en su trabajo, pero su mente volvía, una y otra vez, a imaginar lo que podría estar sucediendo entre ellos. Las cenas después de las reuniones, los momentos de confidencias en un entorno más relajado… ¿Cuánto faltaba para que cruzaran una línea que él no podría revertir?
Se levantó de golpe, incapaz de seguir sentado mientras su propio tormento lo devoraba. Caminó hacia la ventana, clavando la mirada en las luces que comenzaban a encenderse en la ciudad. "No puedo seguir así", se dijo. Pero ¿qué podía hacer? Cada movimiento parecía empujarlo más hacia un callejón sin salida. Aceptar que Valeria tuviera un lugar asegurado en su vida lo ataba a una realidad que aborrecía, pero luchar contra ella significaba desatar un conflicto familiar y empresarial que podría destruir todo lo que había construido. Y mientras tanto, Isabella, la única persona que lograba darle un sentido a todo, se alejaba de él, física y emocionalmente.
La presión en su pecho se hizo insoportable. Quiso gritar, romper el silencio con una furia contenida que necesitaba salir, pero solo logró cerrar los ojos con fuerza, esperando que el torbellino de pensamientos se apagara, aunque fuera por un instante.
El viaje acabaría pronto, y sabía que tendría que enfrentarse a lo que Isabella decidiera tras su regreso. Leonardo estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para retenerla, pero sabía que ya no podía controlarlo todo. Mandarla lejos fue un riesgo, uno que podría costarle más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sabía que debía prepararse para lo que vendría, para cualquier confesión o reproche que Isabella trajera consigo. Pero lo que más temía era que, al final de todo, su mirada ya no reflejara el mismo brillo que había visto tantas veces cuando trabajaban juntos, cuando soñaban juntos.
A lo lejos, el sonido de la puerta de su despacho interrumpió sus pensamientos. Dio un respingo, volviendo a la realidad. Tomó aire, preparándose para continuar con una jornada que, aunque llena de obligaciones, se sentía vacía sin ella.