Habíamos llegado a la casa luego de todo el espectáculo que monté en casa de Tobías. Lina estaba muy callada y todo eso me preocupaba. –¿Vas a decir nada?–pregunté cuando vi que ella caminó apresuradamente a la habitación–, ¡Lina! ¿No vas a decir nada? ¡Por lo menos grítame! ¡Pégame! ¡Pero dime algo! Se giró, ya dentro de la habitación, dio un vistazo en el espacio y luego me miró. –No eres un hombre agresivo, Rafael. Tan solo mira tu cara. –No fue mi intención, te lo juro, nada de esto–Se quedó mirándome, solo juzgando mis acciones–. Dime algo, por favor, no me mires de ese modo. –¿Qué es lo que quieres que te diga? –¿No vas a preguntar qué pasó? –¿Y quedar más humillada de lo que ya me siento? No permitiré que me pisotees como lo hacías con ella. Ni siquiera pudiste negar que