La oficina se había convertido en mi refugio de soledad, las paredes empapadas de mi tristezas, suspiros lentos y miradas cargadas de culpa. Durante la última semana, desde que Mariel confirmó nuestras sospechas de que no seríamos padres, había evitado el contacto con el mundo exterior. Las paredes que una vez vibraron con ideas y energía, ahora resonaban con el eco de mi desánimo. No es que me quisiera sentir así, pero puede que me haya ilusionado en base a nada, es decir, no había una seguridad de que ella quedara embarazada luego de nuestra boda o esa noche previa. Supongo que… era bueno para ella. Cada día, me sumergía en un mar de papeleo y correos electrónicos, intentando ahogar mis pensamientos en el trabajo. Pero el vacío dejado por la noticia era demasiado grande, un abismo os