Había venido en la ambulancia con mi padre, mi hermana vendría con mamá. Pero aún no las veía, estaban tardando en llegar. El hospital estaba en silencio, un silencio que pesaba como plomo en mi corazón. La espera había sido larga y tensa, cada segundo se sentía como una eternidad. Y entonces, irrumpió Talita, mi hermana, como un torbellino de emociones descontroladas, lo veía en su cara, en su expresión. –Patrick, ¡cómo pudiste hacerle esto a papá! – gritó, su voz llena de acusación y furia–¡Lo has matado con tu egoísmo! Me quedé paralizado, incapaz de responder, mientras las palabras de mi hermana me golpeaban como puñetazos. Cada acusación era como una daga en mi corazón. Sabía que había sido mi confesión la que había llevado a mi padre a este estado, pero ¿era realmente un acto de