—Vaya… así no. Hazlo bien, Davide. —¡Solo te falta decirme que soy un inútil! —Ya lo has dicho tú. Siéntalo. Debes de jugar con él antes de mojarlo. —No me tienes paciencia, Chiara. —Davide… Te he dicho más de diez veces como hacerlo. Deja entonces que lo haga yo si no me prestas atención a lo que digo. —Miraba tus labios. —Mejor escucha lo que digo si quieres hacerlo bien, ¿queda claro? —Eres… mandona. Pareces una pequeña anciana. —Dicen que la mujer se pone a la altura de la edad del hombre, quizás por eso me comporto así, serás tú el anciano y yo tengo que ir por el mismo camino. —En respuesta, él llenó su mano de agua arrojándosela en la cara. Su hijo hizo lo mismo y Chiara los miró a los dos, sus ojos acusándolos y dejando claro que no era gracioso. El hijo y el padre