Ambos entramos tomados de las manos como si fuésemos una pareja real. El Señor Reinart me presenta ante sus amigos como su esposa, algunos se sorprendían porque no sabían que él estaba casado, otros lo admiraban, unas cuantas mujeres solteras trataban de parecer “felices” pero se les notaba la envidia que sentían. Yo no les di importancia porque a pesar de que mi cuerpo reacciona todo hormonal al lado de este misterioso hombre, en realidad no somos nada, es un trabajo más, y me importa un bledo las áridas mujeres deseosas de su atención. Otros hombres no tardaban en alagarme, darme cumplidos e incluso ser un poco más atrevidos al punto de querer bailar conmigo o hablar a solas para así conocer a la misteriosa mujer del Señor Reinart. Obviamente eso no ocurrió nunca, pues mi cliente se most