La preparación de los niños en el manejo de armas era algo que el Rey consideraba necesario.
Un hombre completo debía ser sabio y fuerte para manejar un reino, y el príncipe Ethelbert no sería la excepción, siendo sometido a su corta edad a entrenamientos estrictos y agotadores.
La reina jamás se oponía a esto, su vida giraba en torno a lo que su esposo ordenaba y a la organización de banquetes y fiestas que se daban en el palacio.
El rey Christopher observaba en silencio a su hijo, el pequeño había terminado con los objetos de prueba hechos personalmente para su entrenamiento, pronto estaría listo para su primer enfrentamiento.
— ¡Hya!
Ethelbert practicaba con la espada falsa hasta que escuchó unos aplausos a sus espaldas.
El Rey entraba con una sonrisa de orgullo, sus manos no dejaban de aplaudir la proeza de su hijo. Su primogénito era lo mejor que tenía en la vida.
— ¡Padre! Guardando su espada de madera corrió a los brazos de su progenitor , quien con orgullo lo elevó en brazos.
Sus brazos se estiraban de alegría combinando el sonido del viento con la risa.
La vida que llevaba era envidiable, tenía a cientos de sirvientes a su disposición, sus ropas eran hechas de las telas más caras y lujosas, era un niño afortunado sin embargo su actitud no era soberbia, por el contrario Ethelbert gustaba de jugar con los hijos de los criados aunque esto terminaba con un gran regaño de su padre.
"Los criados y la realeza jamás deben mezclarse" Esas habían sido las palabras de su padre.
Desde entonces los hijos de sus sirvientes tenían prohibido acercarsele, razón por la que pasaba solo muchas horas al día. Su vida se iba entre el estudio y la práctica de manejo de armas aunque su verdadera pasión estaba en la naturaleza, amaba especialmente cuidar de las rosas, su belleza era increíblemente hipnotizante, los frágiles pétalos tan suaves que las hacía ver tan hermosas y llamaban a tomarlas pero con unas espinas que las protegían de manos humanas.
Solo se preparaba en el manejo de las armas por complacer a su padre, muchas veces le había repetido que él sería el futuro señor y soberano de las tierras del Oeste, y un rey debía ser tan fuerte como sabio.
Aquel era su destino, no tenía escapatoria, y tarde o temprano tenía que enfrentarse a ese momento.
...
Las miradas extrañas las seguían por el pueblo ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? Y sobre todo ¿A donde iban?
La mujer mayor caminaba cubierta con una cofia, dejando ver muy poco de su rostro pero la niña que llevaba a su lado estaba totalmente cubierta con una capucha, oculta de los pobladores curiosos.
— ¿A dónde vamos Nana? Le había preguntado Rosalie, poco antes de dejar la cabaña.
— A un lugar mejor, uno al que por derecho te corresponde.
— Tras esa pequeña charla, Ava no había vuelto a hablar, solo esperaba llegar pronto al lugar que tenía en mente.
— Nana ¿Por qué hay muchas personas aquí? Nunca había visto tanta.
— No hables cariño, pronto te lo explicaré.
— Oh sí, lo siento.
Por el pequeño rabillo del ojo miraba encantada todo a su alrededor, esto era como descubrir un nuevo mundo, todo lo que ella conocía hasta entonces habían sido árboles, flores, ríos y animales del bosque.
Tuvo que detenerse inesperadamente por la mano de Ava. Una clase de bestia grande de color n***o estaba frente a ella, en el lomo de esa enorme criatura habia un hombre con ropas tan brillantes como la luna.
– ¡Wow!
En su mente deseaba usar esa ropa, pues todos a su alrededor lo miraban con respeto. Seguro era alguien importante. Pensó.
Llevada por su curiosidad estiró su delicada manita intentando acariciar a la extraña criatura.
Pero la bestia relinchó, dando un gran susto a la pequeña que terminó cayendo de espaldas al suelo.
— ¡Oh mi niña! Alarmada Ava se arrodillo frente a Rosalie.
Tomando asiento sobre el piso empezó a reír a carcajadas al igual que los demás en el pueblo. — Ja, ja, ja. Nana ¿Lo has escuchado ? El sonido que hace ¡Es Increíble!
Aliviada de que su pequeña estuviera bien, le dedico una sonrisa.
De pronto, para sorpresa de ambas, el hombre de brillante vestimenta bajó de la bestia.
— ¿Estas bien pequeña? Dijo al tiempo que la ayudaba a ponerse de pie.
— Si señor, estoy bien.
— Que bueno, disculpa a mi caballo, él no se deja tocar por otro que no sea yo.
— ¿Son caballos? ¡Wow! Decía con los ojitos brillantes y llenos de admiración.
— Ven acércate. Llamó el hombre junto al caballo a la pequeña.
Llevando la mirada a su nana pidió permiso. La mujer mayor asintió.
Con la sonrisa de oreja a oreja corrió frente al señor.
— No tengas miedo ¿de acuerdo?.
— No señor.
Cargándola con delicadeza la subió sobre el lomo del caballo.
— No tengas miedo, estás conmigo.
— ¿Puedo acariciarlo?
— Ja, ja, ja adelante ya estas sobre el.
Con sus manitas tocó la cabeza del animal, pasando sus dedos entre el pelaje corto de la gran criatura.
— Es… muy lindo, jamás había visto un caballo.
— ¿No eres de aquí? Preguntó el hombre con curiosidad.
— ¡Pequeña! Despídete del amable caballero, debemos irnos. Dijo Ava, claramente su rostro se había tornado pálido aunque intentase ocultarlo.
— ¿Caballero? ¿Qué es un caballero? Preguntó confundida.
— Te lo explicaré todo luego mi niña. Decía Ava al tiempo que recibía a la pequeña en sus brazos.
Tomándola de la mano continuaron su camino.
— Nana, cuando sea mayor deseo ser un caballero.
— Ay mi niña ¿ pero qué dices?
— Si, ¿vio cómo miraban con respeto a ese señor y las ropas brillantes que usaba?
— Cariño, ser caballero significa mucho más que usar ropas brillantes, lo que usan se llama armadura. La visten para protegerse en batalla.
— ¿Así que pelean?
— Es su obligación, si tienen que hacerlo lo harán. Su deber es proteger de los más débiles con valentía, lealtad y fidelidad.
— Esas personas son increíbles… ¡Ahora con más razón quiero ser como ellos! Sus mejillas se llenaron de rubor por la determinación que demostraba.
— Rosalie eso es imposible.
— ¿Pero por qué? Acaso tengo algo malo.
Ava intentaba encontrar las palabras para contarle sobre esas diferencias que existían solo por ser mujer, pero por más que lo pensó no encontró otra manera.
— No mi niña, pero un caballero solo puede ser un hombre. Nosotras como mujeres solo debemos obedecer y guardar silencio. Ese es nuestro destino.
— Oh… Bajando la mirada con tristeza ella asintió.
Cerró sus ojos dejando escapar el aliento, para arrodillarse frente a la niña con los sueños rotos, gentilmente le tocó las manitas.
— ¿Sabes algo? No importa lo que dije, si quieres lograr algo lucha por ello. Jamás te des por vencida aunque todos estén contra ti, tu deseo se cumplirá si te esfuerzas.
Con la confianza de regresó y determinación en ella se propuso a cumplir su deseo.
— Lo haré Nana Ava ¡Lo haré!
...
— ¡Aa..!
Con un ruido sordo un hombre cayó al piso, frotandose el abdomen trató de ponerse en pie a pesar del dolor que sentía por el golpe que había recibido segundos atrás.
Frente a él una mano se estiró con la intención de ayudarlo.
Aceptando la ayuda tomó la mano haciendo un gesto con la cabeza en agradecimiento.
— ¿Cómo va todo? ¿Qué hazañas ha realizado hoy mi hijo?
— Majestad. Saludo el hombre haciendo una reverencia.
— ¿Y bien?
— No cabe duda que el príncipe será un excelente guerrero , Majestad. Su destreza con las armas es inigualable y aún sin ellas puede dar golpes que dejarían inconsciente a cualquier enemigo.
— No esperaba menos de mi hijo. Decía con orgullo el rey de las tierras del Este, Eduardo Birdwhistle . - Acércate hijo, déjame ver tus habilidades con la espada.
—¿Contra usted, Majestad? Preguntó el hombre sorprendido.
— Quiero comprobar que mi hijo me ha superado en fuerza y habilidad.
Tomando una espada entre las armas se puso en posición de ataque.
Con el rostro serio a pesar de su corta edad, el príncipe Gareth Birdwhistle tomó su espada y se lanzó al ataque.
El sonido de las espadas chocar en una batalla entre padre e hijo resonaba alrededor.
El joven príncipe apenas tenía trece años, pero al haber sido entrenado desde pequeño había adquirido una destreza increíble. Luchaba como un verdadero maestro, sabía protegerse y atacar. Cada movimiento lo hacía con inteligencia, sus manos sujetaban sin miedo la espada que al chocar con la de su padre sacaba chispas.
Entre fricciones y choques la espada del joven salió disparada al suelo.
El príncipe Gareth con la cabeza inclinada caminó hasta donde se encontraba su arma, cuando de la nada ante él, su padre se agachó a recoger el arma, entregandola a su hijo.
— Padre… Susurró. Tomando la espada de manos de su progenitor.
Tomando del hombro a su hijo, Eduardo le dio un mensaje que le serviría para toda la vida.
— Escúchame hijo, eres muy fuerte y hábil, mucho más que yo, estoy seguro que superarás a tu viejo padre por eso no permitas que una derrota te desanime, siempre mantén la cabeza en alto, arriba en el cielo para que recuerdes todo lo que has luchado para llegar hasta ese momento. Así que jamás debes sentirte como un perdedor, pase lo que pase.
— Así lo haré padre. Contestó con la esperanza en el pecho.
— ¿Lo prometes?
El príncipe asintió decidido.
— Esta espada solo será para levantar victorias, jamás será enterrada en el suelo. Agregó.
— Con una mirada llena de orgullo, Eduardo sería testigo de las grandes hazañas de su hijo como príncipe y guerrero.
...
Sentado en su trono del castillo, el rey Christopher recibía un comunicado del mensajero real. Las noticias eran muy buenas, George iría a visitarlo tras firmar el pacto en que sus hijos se casarían en el futuro.
George, el señor Feudal era un hombre poderoso, sus dominios así como su poder eran enormes , los suficientes para ser de agrado al Rey Christopher a quien brindaba su ayuda de vez en cuando a cambio de tierras.
Mientras recibía lectura un caballero entró, disculpándose por la interrupción.
— Majestad, disculpe las molestias pero hay una señora que insiste en verlo. Mis hombres estuvieron a punto de atacarla, hasta que vieron que que llevaba consigo un infante.
— ¿Una mujer? ¿De quién se trata?
— No quiso dar su nombre, solo dijo que se trata de algo muy importante para usted.
— Analizando la situación Christopher pensaba que podría tratarse de alguien mandado por sus enemigos para atacarlo.
— ¿Dijiste que es una mujer con un niño?
— Así es mi rey. ¿Desea que las eché ?
— No, dejalas… déjalas pasar, pero No-Le-quites-los-ojos-de-encima.
— Como usted ordene mi señor. Se despidió con una reverencia.
Tan pronto como se fue, ingresó una mujer con el rostro cubierto. Christopher no tenía la menor idea de quién podría tratarse. La persona no parecía ser alguien importante, su aspecto era el de una pobre campesina.
— Dicen que tienes algo importante que decirme. ¿Quién eres y qué buscas?
— ¿Cuánto tiempo, majestad? Me da gusto que esté bien.
— Esa voz…
El rey parecía recordar vagamente a una persona.
— Déjennos solos. Ordenó a los caballeros como al mensajero real.
— Majestad pero usted…
— ¡Ahora! Ordenó
Sin perder el tiempo todos obedecieron dejando al rey con un terrible dolor de cabeza.
— Ahora responde ¿Quién eres?
— Mi rey, si he venido aquí es porque se trata de algo importante.
— Quitándose la tela que cubría su cabeza y rostro reveló su identidad.
— Ava… Pronunció sorprendido. - ¿A qué has venido? ¿Alguien lo sabe? De pronto el rey parecía nervioso. Su voz era torpe y las manos no dejaban de moverse.
— No, nadie lo sabe.
— Mas te vale, ¿Qué es lo que quieres? Creo que fui bastante claro la última vez.
Ava lamentaba que el rey seguía siendo el mismo hombre de corazón de hielo.
— Lo recuerdo muy bien, pero ella lo necesita. Es su deb…
— ¡No! No se te ocurra mencionarla. Dijo con voz amenazadora al mismo tiempo que avanzaba hacia ella.
De pronto algo se movió detrás de Ava, entonces se detuvo y apuntando preguntó.
— ¿Qué escondes ahí?
— En silencio ella trató de ocultar lo que escondía.
— ¡Me lo vas a decir! De lo contrario yo… Con actitud asesina se acercó, sin embargo esta vez la mano de Ava lo detuvo. — No deseo lastimarte, pero estas acabando con mi paciencia.
— De acuerdo, se la mostraré de todas formas, era a eso a lo que vine.
Girando sobre sus talones Pony miró lo que escondía, se arrodillo ante lo que parecía una persona pequeña pues estaba tapada desde la cabeza hasta la punta de los pies.
Sujetando la capucha la miró a los ojos.
— No tengas miedo pequeña.
Tomándola del brazo la llevó frente al hombre de figura imponente que confundido presenciaba toda la escena.
— Alza la cara mi niña y muéstrale quién eres.
La pequeña no se atrevía a moverse, por algún motivo que ella desconocía su corazón latía con rapidez, sus ojos parecían querer llorar y la boca le temblaba.
— Mi niña, hazlo.
La persona dentro de la capucha asintió y cerrando los ojos subió sus manos, tomó la capucha con sus dedos bajándolos de su cabeza.
No quería ver, temía quemarse como cuando miraba al sol, pero como si algo la envolviera su corazón empezó a calmarse, sus boca ya no temblaba y sus ojitos ya no parecían querer llorar, lentamente los abrió revelando dos esmeraldas en su mirada.
El hombre frente a ella traía una expresión de sorpresa en los labios, su mirada estaba como congelada, ni siquiera parpadeaba.
— Majestad… Habló Ava. - Ella es Rosalie, su hija…
La palabra "hija" se repetía una y otra vez en su cabeza haciendo eco. ¿Había escuchado bien? Seguro esto era una pesadilla. Pero no lo era, delante de sus ojos estaba una niña idéntica a él.
En la inocencia de la pequeña Rosalie, sus labios se curvaron en una sonrisa, sentía ganas de correr y abrazar a quien creía muerto.
Dio un pequeño paso sin embargo el rey retrocedió dos. Con la voz firme reclamó a Ava.
— ¿A que la has traído? No te quedó claro, dije que no la quería volver a ver.
— Pero Majestad…
— ¡Llévatela ahora! No me obligues a llamar a los guardias para que las saquen de aquí.
Inmediatamente ella se acercó a la niña protegiéndola con sus brazos.
— Es que usted no entiende, ella no puede seguir viviendo de esa manera. ¡Mirela por el amor de Dios! ¡Mirela! Suplicaba derramado lágrimas. - Cada día que pasa solo recibe maltratos de los demás, la insultan, la golpean. Mire como le dejaron el rostro, tiene el pómulo amoratado. ¿Sabe que ayer fue su cumpleaños? Y mire lo que recibió. Ava corrió la capa mostrando los brazitos lastimados de Rosalie. — Esto es lo que sufre todos los días, y todo porque… es mujer, es huérfana y su padre, él hombre que debería protegerla, la repudia y la desterró como si nacer hubiera sido un pecado.
No se de que me hablas. Dijo dándole la espalda.
— ¡Es la legítima princesa!
— ¡COMO TE ATREVES! Estaba a punto de perder el control cuando…
— ¡No!
Una voz retumbó, descubriéndose un niño casi idéntico a Rosalie salvo por los ojos, que los tenía azules.
En comparación, Rosalie tenía mayor parecido a su padre que el otro niño.
— No les hagas daño, padre.
— Ethelbert que…
— Es mi hermana. Dijo el pequeño colocándose delante de las dos.
— Hijo, no sabes lo que estás diciendo.
— Yo lo se papá, escuché a mamá y a ti hablar de ello, y yo se que… algo aquí dentro de mi me dice que ella es mi hermana. ¿Por qué la ocultas?
— Ve a tu habitación.
— Papá…
— ¡Que te vayas! Asustado pero con la mirada de enojo obedeció a su padre.
Llevándose las manos a la cabeza sentenció.
— ¡Escúchame bien niña! Porque solo lo diré una vez, llevaras mi sangre, pero no te considero mi hija. Te mantendrás alejada de todos, especialmente de mi hijo, tu futuro Rey no quiero que cruces palabra con él JAMÁS. Viviras en la torre del norte y trabajaras en la cocina para conseguir tus alimentos al igual que Ava. Así que recuérdalo, aquí solo eres como los demás criados y yo soy tu Rey. ¡Entendiste!
— Si, señor. Respondió Rosalie con la voz débil.
— Ahora váyanse de mi presencia.
Tomando a la niña del brazo se la llevó a la torre donde viviría de ahora en adelante.
— Nana…
— ¿Qué sucede mi niña?
— Mi padre ¿me odia? Preguntó con inocencia.
— Cariño, a veces los padres son…
Rosalie sonrió con tristeza. — No importa, yo… trataré de ganarme su corazón. Sus palabras eran tan inocentes como ella.
Ava guardó silencio, recordando por un momento al niño que cuidó cuando este aún no se convertía en rey; su dulzura era igual que la de su hija, que lastima que el poder y las riquezas lo hayan vuelto alguien tan frío.