Herida en el corazón

4786 Words
Todos los días siempre comenzaban muy temprano para ellas, ganándose los alimentos. — ¡Auch! Exclamó de dolor frotándose las manos. — ¡Oh mi niña! Dejame verte. Se encontraban haciendo pan, cuando Rosalie accidentalmente se quemó las manos. — Bueno, afortunadamente no es tan grave, cariño solo debes amasar la harina, yo me encargaré del fuego. ¿De acuerdo? — Si Nana, lo siento. — Se que quieres aprender, pero hay cosas que se te harán muy difícil ahora,te prometo que más adelante te enseñaré. — ¿De verdad? Preguntó con las mejillas encendidas de emoción. — Si, por cierto nos hace falta leche para Majestad. — ¡Yo iré Nana, Ava! — ¿Estás segura? No te aterran los animales grandes. — No, ellas son muy amigables. — Bueno, ve con cuidado. Mostrando sus dientes y las mejillas sonrojadas salió alegremente. — Ja-ja-ja Riendo a carcajadas corría libremente con el viento en su cabello, sus manos estiradas sentían como si pudiera volar, la canción que el viento susurraba para sus oídos era inigualable al compás del piar de las aves. — Él se pondrá contento cuando vea lo que hice. Decía sonriente. —Ahí está. Al encontrar a la vaca saltó de alegría. Acercándose con cautela inclinó su cabeza ante el gran animal. — Con su permiso señora vaca, necesito un poco de leche. — Procedió a agacharse, y llevándose los dedos a la barbilla, pensó en cómo hacía su nana para ordeñar a tremendo animal. — ¡Oh si, ya lo recuerdo! Nana Ava tiraba de aquí. Tan pronto como tomó las ubres del animal, este soltó un sonido que sorprendió a Rosalie quien cayó de espaldas. — Ja-ja-ja. Sentada sobre el heno no dejaba de reírse de su torpeza, cuando una voz detrás de ella la interrumpió. — Pero ¿Qué haces ahí pequeña? Una mujer con el cabello cubierto y de gran vientre apareció inesperadamente. Rápidamente se puso de pie, saludando como correspondía a los mayores. — Buen día señora, lamento molestar. Solo quería un poco de leche. — ¿Y pretendías hacerlo tú sola? — Si bueno… — Pero lo estás haciendo mal, vamos déjame ayudarte. — ¿De verdad? ¡Gracias! — Respondió emocionada. Mientras la mujer ordeñaba la vaca, Rosalie la miraba fascinada. — No te he visto por aquí antes ¿De donde eres? — Llegué hace muy poco, por lo general paso los días en la torre. — ¿Tu sola? ¡Oh no! Vivo con Ava. — ¿Es tu madre? — No, ella es la persona que me cuida. De pronto los ojitos verdes de Rosalie miraron el suelo, su semblante se había tornado triste. - Mi madre murió cuando nací. — Lo siento pequeña. Levantando la mirada ella trató de pensar en algo mejor. — Usted pronto tendrá un bebé ¿verdad? Dijo al observar el gran vientre de la mujer. — Eh... si. — ¿Será una niña? — Eso lo sabré cuando nazca, pero me gustaría que fuera un varón. Así tendría una vida mejor, no sería visto como escoria. — ¿Usted sabe por qué somos vistas de tan mala manera? Posando la mano sobre la cabellera rubia de la niña, la mujer le respondió de forma amable. — Aún estas muy pequeña para entenderlo pero para el mundo siempre seremos lo peor, las culpables de sus desgracias. Terminando de ordeñar la mujer le entregó el recipiente lleno. — Buena suerte pequeña. — Gracias. Rosalie retornaba muy feliz, por su cabecita pasaba la idea de que tal vez el rey se alegraría al ver lo que consiguió. Cuando él me vea me felicitará. Tal vez así logre que me quiera, aunque sea un poco . Se animaba ella. Usando toda su fuerza trataba de sostener el recipiente, algunas gotas de leche empezaban a caer mientras caminaba. — ¡Aah! Sus manos temblaron resbalando el contenido de leche. Sin embargo, cuando creía que perdería todo, unas manos amigas acudieron a su ayuda. — ¿Te lastimaste? Rosalie vio a su salvador y retrocedió sorprendida. — ¿Eres el niño de la otra vez? ¡Tú eres el príncipe Ethelbert! Perdón no quise mancharte. — No te disculpes por eso, me ensucio todo el tiempo aunque mi madre se enoje. — Se ve que eres muy amable, no eres como pa… Rosalie se detuvo al recordar las palabras del rey "Llevaras mi sangre pero no te considero hija mía" — Papá. Terminó por decir el príncipe. - No hace falta que calles, se que eres mi hermana. — Pero el rey dijo que… — Papá puede decir muchas cosas, pero eres mi hermana. — ¿Hermana? Tú me consideras… tu hermana. Él asintió con amabilidad. — ¿De verdad? — Los ojos de Rosalie se tornaron cristalinos. — ¿Por qué lloras? Preguntó preocupado. — Estoy feliz, gracias por aceptarme. Dejando el objeto con el contenido de leche en el suelo, se acercó donde su hermana. — Tonta. Dijo revoloteando el cabello lacio de la niña. - ¿Sabes? Siempre quise tener una hermana, alguien a quien cuidar. Sin más ella lo abrazó, su corazón saltaba de alegría. — ¡Rosalie..! Una voz conocida la llamaba a lo lejos. — ¡Oh es la nana Ava! — Alejándose del abrazo de su hermano. Rosalie saltó alzando sus manitas. — ¡Aquí estoy Nana! Al notar a su pequeña, Ava tomó las capas de su vestido y fue por ella. — Mi niña, te he estado esperando mucho tiempo, pensé que te habías perdido o lastimado. — Lo siento nana, me he distraído. — Pero pequeña no puedes… Notando la presencia del joven príncipe, Ava se inclinó. — Buen día príncipe Ethelbert. Saludó — ¡Rosalie! Recuerda lo que advirtió el rey. Le ruego mil disculpas joven amo ya nos vamos. Sujetando la mano de ella, Ava pretendía irse. —¡Espere! Tomando el recipiente con leche se lo entregó gentilmente para luego dirigirse a Rosalie. —Adiós hermana. La abrazo sorpresivamente frente a Ava. — Ethelbert… ¿Dónde estás Ethelbert? — Es mamá… Dijo. — ¡Oh Dios! Tenemos que irnos, lo siento joven amo. Ava se llevó a Rosalie de la mano antes de que alguien la viera cerca al príncipe. — Ethelbert… — ¿Mamá? Girando sobre sus talones enfrentó la mirada desaprobatoria de su madre. Tu padre ha sido muy claro contigo. No puedes hablar con los plebeyos. — Pero madre, ella es mi hermana. Él no se imaginaba que esas simples palabras ocacionarian un ola de ira en la reina. — ¡No vuelvas a repetir eso! Esa mugrosa no puede ser tu hermana ¡Ni hablar! — Lo siento mamá, aunque digas lo contrario es mi hermana. — Ethelbert ¿qué pasa? Tú nunca me has desobedecido ¡Ah claro! Es evidente que todo es influencia de esa. Tu padre es muy blando, no debió dejar que esa mugrosa se quedara. — Mamá eso no es verdad. — Claro que si, esa niña será nuestra ruina. — El pánico se apoderaba de Bárbara, sus ojos se llenaron de terror el solo imaginar que todo saliera a la luz. Su hijo había nacido fuera del matrimonio por lo tanto había sido un bastardo. En cambio Rosalie era la legítima hija del matrimonio real. Ella tenía muchas posibilidades de reclamar el trono si así lo deseará. ¿Qué pasaría con ella si eso pasaba? En la calle… ¡No! Jamás a esa vida. — No quiero que vuelvas a acercarte a esa niña. Mirando directamente a los ojos de su madre, Ethelbert respondió. — Debo volver a mi entrenamiento. —Bert, ¡Ethelbert..! Llamó a su hijo repetidas veces sin embargo él al contrario de quedarse, caminaba a prisa alejándose del llamado de la reina. Pero ella no se quedaría tranquila, ya lograría que la infeliz chiquilla se alejara. Al cabo de una semana, por orden del Rey, fueron desterradas de los territorios del castillo, siendo enviadas a una cabaña, donde las tierras eran infertiles. Solo regresaban para trabajar y servir al rey. — Nana, ¿por qué no puedo ver a Ethelbert? — Mi niña, ya sabes lo que el rey dijo. La reina no quiere que hables con el joven amo. — Pero seré cuidadosa. Prometo que no me descubrirán. — Rosalie… — Por favor Nana. Con los ojos suplicantes de la pequeña, Ava no se atrevía a negarse. — Bueno… — ¡Gracias nana! Saliendo a prisa de la cocina, Rosalie fue en busca de su hermano. Ava miraba a la dulce niña brincando de alegría, sonreía cada vez que ella era feliz, solo pedía que nadie la descubra. Buscaba a su hermano por donde acostumbraba verlo, pero no había rastro de él. Cuando estaba por regresar con la tristeza en su mirada, escuchó gritos, la voz la reconocía muy bien. — Ethelbert. Siguiendo el sonido de la voz continuó buscando. Así llegó a un lugar extraño, las columnas tenían antorchas colgadas y mientras más avanzaba encontraba armas apoyadas sobre los muros. — ¡Hya! — ¡Ethelbert! Apareciendo frente suyo, el niño tuvo que detener su espada a pocos centímetros de la inoportuna pequeña. Alarmado tiró su arma al suelo acercándose con gran preocupación. — ¿Estas bien? ¿No te lastime? — Preguntó. — Me asuste mucho, pero no tengo nada. —Respondió Aliviado, Ethelbert sintió que su alma regresaba a su cuerpo. — No debiste aparecer así. — ¿Qué es eso que manejabas? Preguntó la pequeña. — Oh hablas de mi espada. Dijo recogiendo su arma. - ¿Te gusta? Apenas me la otorgaron, hasta hace poco usaba una de madera. — Se ve peligrosa. — Y lo es. De hecho no debería estar usandola solo. Tengo un maestro que me enseña. — ¿Hablas de los caballeros? Preguntó cada vez más interesada. — Si, papá dice que son hombres honorables que defienden a los demás. — Lo sé, es emocionante ¿verdad? Bueno… no lo se, a mi nunca me gustaron las armas, mi deseo es otro… Las rosas aquellas frágiles creaciones de Dios. — Hablas como alguien mayor… — Ja-ja-ja, supongo que tienes razón. — Entonces… ¿por qué lo haces? — Por papá, no quiero decepcionarlo. La tristeza en los ojos de su hermano, la conmovían quería hacer algo para que sonría. — ¡Ethelbert! Al levantar la mirada observó a Rosalie levantando una espada que se encontraba apoyada en el muro. — ¿Qué estás haciendo? — Pelea conmigo. Dijo ella apuntando con el arma. — Pero ¿Qué estás diciendo? Esa arma es del maestro, es muy pesada para ti. — ¿Acaso me tienes miedo? Ella sonreía con superioridad. — No me gusta pelear, pero jamás me rehusó a un desafío. Poniéndose en posición él espero a que su hermanita lo atacará. Se notaba que la pobre apenas y podía sostener el arma, se veía muy graciosa, pero mostraba algo admirable. Determinación. — Espera, intenta con esta. Ethelbert le había entregado su espada. — Pero... es tuya. — No te preocupes, tengo otra aquí. — ¿Estás seguro? — ¡Vamos ataca! — Muy bien aquí voy. La espada de su hermano era mucho más fácil de manejar. Imitando la posición del príncipe se lanzó al ataque. — ¡Hya! Para sorpresa del joven príncipe, Rosalie utilizaba muy bien la espada. No le daba tiempo ni para atacar, solo utilizaba defensa a la par que las espadas chocaban. — ¡Eres muy bueno con las espadas! Dijo emocionada. — Tú no lo haces nada mal, eh. Yo demoré más de tres meses en aprender a manejar la de madera. — ¿De verdad lo crees? El joven príncipe asintió. — Prepárate, que llegó mi turno. — Estoy lista. Las chispas salpican cada vez que las espadas chocaban retumbando su sonar a lo largo y ancho del espacio de práctica. Sin embargo, ninguno había notado que no estaban solos. Unos ojos cafés miraban la proeza del acompañante del príncipe. Él observaba algo interesante en el contrincante, estaba tan concentrado en su ataque que no se había dado cuenta que la compañía era una niña. — ¡Bert! Una voz masculina retumbo en sus oidos. — Es el maestro. ¡Oh cielos! Era muy tarde para esconderse, Rosalie había sido descubierta. — Una niña… susurró para su sorpresa. ¿Cómo era posible que una delicada niña pudiera manejar tan bien la espada? — Maestro no se enoje con ella, todo ha sido mi culpa. Agregó Ethelbert antes de que culparan a su hermana. El hombre al contrario de enojarse sonrió. Caminando hacia la niña, se arrodillo frente a ella. — Dime pequeña ¿donde aprendiste a manejar así el arma? — Eh… yo no lo se, es la primera vez que tengo una espada. — Pues tienes un talento natural para las batallas aunque te falta pulirlo. — ¿Usted podría enseñarme? Preguntó con ilusión. — ¿Yo? No, eso es imposible. Respondió poniéndose de pie. — Maestro Relish, por favor enséñele. Rosalie es mejor, incluso que yo. — Bert ¿Sabes lo que diría tu padre si se entera que estoy enseñándole a una niña? Mirando la decepción en su hermana, siguió pidiendo por ella. Observando a Rosalie el señor Relish pareció meditarlo. — Me meteré en un gran problema pero no puedo dejar ir a un gran talento. — ¿Eso quiere decir? — Si niña, te enseñaré. — Gracias. Con las mejillas encendidas de alegría corrió a abrazarlo. El señor Relish se enterneció ante el gesto de la pequeña, pero debía advertirle algo antes de comenzar. — Escúchame Rosalie, si el rey descubre que estoy enseñándole a una niña, me ira muy mal así que procura que nadie se entere de esto. Lo mantendremos en secreto. — ¿Ni siquiera mi nana Ava? — Nadie pequeña. — Muy bien, mantendré el secreto. — Una cosa más, toma esto. — ¿Un pedazo de tela? — Es mucho más que eso, mientras estés conmigo deberás ser un niño, recibirás el mismo entrenamiento que el joven príncipe. Así que tu cabello será un problema y con esto deberás cubrirlo. Tocando sus lacios cabellos dorados, Rodalie se colocó el pedazo de tela sobre ellos. — Le prometo que me esforzaré mucho. — Eso espero, ahora vuelve con tu nana, si alguien te ve así, recibiremos un castigo del rey. — Si, muchas gracias señor Relish. Se despidió Rosalie. Por la ventana de la cabaña se podía observar como el sol se asomaba por las montañas. La brisa fresca movió sus cabellos en un saludo a la mañana. Rosalie aprovechando que su nana aún dormía, salió cuidadosamente. No había absolutamente nadie afuera, solo escuchaba a las aves entonando su cantar junto a los árboles. — ¿Me quieren acompañar? Dijo dirigiendose a las criaturas de la mañana. Las pequeñas aves sobrevolaron en ella como si entendieran las palabras de la niña. — Pero es un secreto… así que procuren no contárselo a nadie. Los pájaros piaron en complicidad. — Muy bien… ¡Alcancenme! Dicho esto, la niña de ojos verdes corría libremente riendo en compañía de sus amigas las aves. Al llegar descubrió que no había nadie entonces pensó que tal vez podría ir mirando los diferentes objetos hasta que encontró un costalillo en el había algo escrito. "Rosalie" eso decia, apenas y sabía leer pero sabía que era para ella por el nombre. Al abrirlo encontró ropa , toda era de niño. Y fue cuando recordó las palabras del maestro " Mientras estés conmigo deberás ser un niño" ... El señor Relish esperaba pacientemente fuera de los aposentos del joven príncipe, el entrenamiento comenzaría pronto. Al llegar ambos quedaron paralizados al encontrar alguien de espaldas. Volteando a saludar a los recién llegados, Rosalie demostró su nueva imagen. — Pero esto es… increíble. Muy bien hecho niña. Dijo el maestro. — No sabía si era para mi, pero tenia mi nombre. — ¿No sabes leer? Preguntó preocupado Relish. — No tanto maestro. — Eso es preocupante. Mmm ¡Ya lo tengo! Dos veces por semana descansaras de tu entrenamiento y estudiaras conmigo. La educación es algo muy importante para un caballero. — Maestro entonces yo… — Tú seguiras con tu entrenamiento Bert. — Oh bueno. — ¿Bert? ¿Yo también puedo llamarte así? Preguntó Rosalie. — Por supuesto que si. — Pero realmente me he quedado impresionado, te ves exactamente como el hijo de una familia noble. — ¿Lo dice de verdad maestro? Él asintió. — Solo queda un detalle. — ¿Cual? — Esto no será suficiente para ocultar tu identidad. Así que usaras esto. Relish sacó una capucha del costalillo. — Me preguntaba para qué serviría. Dijo ella. — Con esto nos aseguraremos que nadie sepa quién eres. El maestro acomodó la prenda alrededor de ella, de forma que éste cubría su cabello así como el rostro, solo dejaba a la vista, esos ojos verdes para contraatacar. — Waow… Dijo asombrado el joven príncipe. — ¿Y si ni ustedes me reconocen? — No te preocupes que eso no pasará. Ahora tu entrenamiento comenzará el día de hoy así que ¿estás lista? — Estoy preparada maestro. Rosalie como aprendiz era muy buena, tenía agilidad y rapidez pero algo le faltaba, sus ataques eran débiles. Durante el transcurso de la mañana ella practicaba sus movimientos con troncos de madera mientras que Ethelbert luchaba contra el maestro. El día había resultado agotador y ambos pequeños estaban más que agitados. — Muy bien, eso será todo por hoy. El entrenamiento continuará mañana. — Tras tomar el costalillo con su ropa, Rosalie salió muy contenta sin imaginar lo que encontraría fuera. — ¡Nana! — ¿De verdad eres tu Rosalie? La mujer al escuchar la voz de su niña se arrodilló ante él misterioso pequeño quitándole la tela que la cubría para revelar a su querida Rosalie . — ¡Oh gracias a Dios te he encontrado! ¿Por qué me has hecho esto? Estaba muy preocupada por ti, desapareciste todo el día. —Nana yo… Ava al notar la presencia del entrenador del príncipe se disculpó. — Perdone a mi niña, ella es muy curiosa no quiso interrumpir el entrenamiento del joven amo. ¡Ay Rosalie en qué lío nos has metido! ¿Y por qué estás vestida así? —Señora cálmese. Le contaré los hechos pero debe prometer su silencio. Ava miró a la niña y luego al entrenador. — Está bien lo haré. La niña estuvo entrenando conmigo.—¿Sabía usted que quiere ser caballero? — Bueno, si recuerdo que lo mencionó pero… — Nana, usted me dijo que yo podría ser cualquier cosa, solo debía esforzarme. — Mi niña pero ¿estas segura? — Si nana, asi haré que todos me miren con respeto, y que él me acepte. Dijo refiriéndose al rey. — Si usted no está en contra, yo entrenaré a la niña. — Además me enseñará a leer nana. Por favor diga que si. — Es muy peligroso, no quiero que te lastimes. — No me pasará nada nana. Te lo prometo. — ¿Es lo que realmente quieres? — Si. — Entonces no puedo detenerte. — ¡Gracias nana! — Pero ¿Cómo hará para que no la descubran? — Mientras entrene tendrá que fingir que es un varón y si alguien pregunta diré que es mi sobrino Robers. — Bueno eso me deja más tranquila. Ahora mi niña debes cambiarte pronto antes de que alguien te descubra. — Hasta mañana maestro. Se despidió Rosalie. ... Con el tiempo Rosalie aprendió a utilizar otras armas como el arco con flecha, pero la espada era su favorita, si seguía a ese ritmo pronto lucharía con el propio maestro. Y en un pequeño parapadeo dos meses habían pasado desde entonces. — Quiero que se enfoquen en su objetivo, oigan sus movimientos no los vean, sientan sus pasos. — Maestro es muy difícil hacerlo vendado. Dijo Bert. — Ese es el punto, si no lo ves tendrás que oírlo. — Puedo escucharlo, ya casi lo tengo. Agrego Rosalie. — Vas por buen camino. — Vamos Bert concentrate escucha mis pasos. Ambos niños intentaban encontrar al señor Relish lanzando ataques con sus brazos. — ¡Aquí! Rosalie lanzó un golpe con el puño, logrando darle en el abdomen a Relish. — ¡Oh, perdí! Decía Bert retirándose la venda. — ¿Saben? Ustedes dos tienen lo que el otro necesita mejorar. Rosalie ha mejorado mucho en sus reflejos y posee gran agilidad pero le falta fuerza en sus ataques, por otro lado Bert es fuerte y astuto eso te servirá cuando hagas planes para atacar al enemigo, serás un gran estratega de eso no tengo duda, pero sin los reflejos será incompleto. — Entonces seguiré entrenando. Bert pretendía volver a colocarse la venda cuando… — No, creo que ha llegado la hora de ver que tanto han avanzado en batalla frente a frente. Tomen sus espadas y usen lo que han aprendido. Colocándose frente a frente se pusieron en posición para el encuentro. — Muy bien, ambos han progresado mucho así que aquí veremos que otros aspectos deben mejorar. ¡Comiencen! ... Se encontraba agotado, había tenido un arduo entrenamiento, pero el resultado había sido el esperado. No cabía duda de que el príncipe Gareth era el mejor al derrotar a dos contrincantes a la vez en el entrenamiento. Tomando a Augusto su caballo, se montó en él llevándolo a dar un breve paseo. ... Un par de voces llamaron su atención. Tenía curiosidad de ver que tanto había mejorado su hijo con el sobrino de Relish. Recordaba que cuando se le informó pensó en que no sería buena idea pero al escuchar del maestro que esto ayudaría al príncipe en tener luchas con alguien que correspondiera a su edad no resultó ser una idea tan descabellada de hecho era excelente para mejorar las habilidades de su hijo . El chirrido de las espadas se detuvieron cuando el rey Christopher junto a la reina Bárbara ingresaron. — Majestades. Saludó Relish con una reverencia. — Quiero saber que tanto ha mejorado mi hijo. Habló Christopher. — En estos momentos están teniendo una lucha. Si lo desean pueden verlos. Cuando escuchó la voz del rey sus ojitos verdes se habían iluminado, cuanto deseaba decirle que se estaba convirtiendo en el hijo que él quería, que ella también podía ser fuerte, que todo lo que hacía era por él. —, Muchachos continúen con la pelea. Dijo de pronto el maestro. Tomada la posición Bert fue el primero en atacar. Rosalie lo había detenido pero los nervios la estaban traicionando. Tuvo que apartarse para que no se lastimara. Los ojos fríos del rey la miraban como a un animal extraño. — ¿Por qué no atacas? Preguntó su hermano. Sus manitas empezaron a temblar y pronto su espada salió volando aterrizando en el suelo. Los aplausos se llenaron en el lugar. La reina miraba con desprecio al acompañante de su hijo mientras que el rey sonreía con orgullo. Acercándose para felicitarlo le dio un abrazo. Muy bien hecho hijo mío, eres mi mayor orgullo. — Por supuesto que sí. Agregó Bárbara. - Es tu único hijo, el digno y legítimo futuro Rey. — Esto tenemos que celebrarlo. Contestó el rey sin importarle el comentario de su esposa. — Por hoy será suficiente entrenamiento. Vamos hijo pediré que hagan un banquete especial para ti. — Papá ¿puede venir mi amigo? Por un instante un destello de esperanza se apoderó de Rosalie. — Hijo, este banquete es para celebrar tu triunfo no para la derrota. — Pero papá… — Tú padre ya dio una respuesta, obedece Ethelbert . Los plebeyos no pueden compartir mesa con el hijo del rey, es inapropiado. Dijo la reina mirando con triunfo al acompañante de su hijo. Toda esperanza se borró de su rostro, fue testigo de cómo el rey sonreía a Bert, lo elogiaba. Por un momento se preguntó si algún día él también la miraría de la misma forma, la llamaría hija y al fin verlo a los ojos y decirle sin miedo — papá… Todos los presentes se habían marchado dejándola sola, rendida cayó al piso de rodillas, mirando el suelo, este se manchó de sus lágrimas que caían uno tras otro. Un sollozo ahogado en su garganta moría por salir, sus labios temblaban. Le dolía de verdad, le dolía y mucho. — ¿Por qué no me quiere? ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez, la indiferencia la torturaba día tras día. — Porque eres una mugrosa niña ¿Acaso crees que no me di cuenta que eras tú? ¡Ponte de pie! Al levantar la mirada se topó con los ojos helados de la reina. — Podrás haber engañado a muchos pero no a mi. De pronto la mano de Bárbara agarró la capucha que cubría a Rosalie, tirándolo fuera de su rostro. — No eres más que una vil serpiente. Cuando el rey se entere… — ¡No! Por favor no lo haga. El maestro no tiene la culpa de nada. — Él será ejecutado por su engaño. — Se lo pido. Bárbara se llevó las manos a la barbilla y analizando la situación sonrió con satisfacción. — Si no quieres que hable, súplica. ¡Arrodíllate e implora! Cerrando los ojos se arrodilló frente a la reina, y agachando la cabeza suplicó. — Se lo pido, no le diga al rey. — No te escucho, habla más fuerte. Llenándose de valor sus ojitos verdes se abrieron dejando caer gotas de dolor. — ¡Se lo imploro! No lo diga. — Mm… Esta bien no diré nada, pero recuerda esto. Tú no eres nada del rey. Él único hijo de Christopher es Ethelbert, tú solo fuiste un error. Una niña que jamás debió nacer. Dejando eco en sus últimas palabras dejó a Rosalie lastimada en su corazón. — Una niña… susurró para sí misma. Levantándose caminó hasta donde las espadas, mirando su reflejo observó su apariencia, y con enojo tomó la más grande. — ¡Estoy cansada de esto! Ya no quiero… no quiero. Decía entre el llanto y la ira. Levantando una de sus manos sujetó su cabello y de un solo movimiento lo cortó con la espada. Mirando sus cabellos en el suelo dejó caer el arma afilada y salió corriendo. Sus pies se movían sin rumbo, solo quería alejarse de todo, escapar de un destino cruel. Su cuerpo empezaba a ser cubierto por las gotas de lluvia que caían sin parar. Alejada del castillo miró al cielo, combinando sus lágrimas con las gotas de lluvia. De pronto un movimiento detrás de ella la perturbó. Eran los niños que acostumbraban a molestarla en el bosque. — ¿Qué quieren? Preguntó retrocediendo. — ¡Ja-ja-ja! Mirenlo, llora como niña. Dijo el mayor. Al parecer ninguno la había reconocido con el cabello corto y la ropa distinta. Rosalie quiso escapar, pero fue rodeada por los otros niños. — Déjenme ir. — ¿Y si no queremos, que vas a hacer? ¿Llorar? De un empujón ella cayó a un charco producto de la lluvia. — Sobre él. Grito el mayor. Apenas tenía fuerzas para defenderse y solo se dejó vencer, pero antes del primer golpe un rayo cayó muy cerca golpeando a un árbol, asustando a los demás. Ella aprovechó ese momento y se metió a lo profundo del bosque. Había corrido tanto que no sabía donde estaba, solo árboles a su alrededor la rodeaban pero ya no le importaba si nadie la encontraba. Intentando seguir resbaló cayendo con rudeza sobre la hierba mojada. — Soy muy débil… ojalá desapareciera… Se decía con amargura. El viento poco a poco dejó de correr con fuerza, la lluvia empezaba a parar, el canto de las aves acompañaban al bosque, las nubes se habían disipado y el sol tenuemente comenzaba a brillar en lo alto del cielo. Aun sin levantar el rostro de la hierba escucho unos pasos extraños. Estos eran como un trote de cascos. Los cascos se oían cada vez más cerca y de pronto se detuvieron. Como si el viento le cantara levantó la mirada encontrándose con unos ojos azules desconocidos que la miraban fijamente sin embargo estos no le inspiraban miedo todo lo contrario se sentía como si al fin hubiera terminado su sufrimiento, dejándose caer por el cansancio.
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