El pueblo lucía completamente abarrotado, y no precisamente por las compras de alimentos indispensables. Una gran atracción dejaba encantada a las personas, que por un momento habían olvidado los problemas de la vida cotidiana, entre los impuestos y los problemas de la Iglesia, estaban fatigados. Juglares, así los llamaban, estos traían entretenimiento a cambio de unas pocas monedas. — Se ve interesante, ¿Le gustaría mirar? Preguntó Gareth. — No lo sé, ¿Qué pasará si alguien me reconoce? — Descuida, todos están distraídos con el entretenimiento. Aún con dudas, Rosalie aceptó. Caminaron juntos hasta acercarse al hombre delgado que tocaba maravillosamente un instrumento, la lira. Su sonido era muy dulce, como notas arrancadas del viento con delgadas cuerdas, pero no solo era la melod