La misma noche Londres Jeff Feliz, extasiado, embobado, embrujado, no sé cuál adjetivo que define como me sentí cuando escuché a Anna repetirme que era correspondido. Fue imposible quitar la sonrisa tonta mientras el corazón parecía un motor a toda máquina latiendo por cada palabra pronunciada por mi chica. Estaba alucinando de amor perdido en el sabor de su boca, pero ese fue el inicio de un fin de semana navegando en su piel. No fue simplemente aplacar el deseo por hacerla mi mujer, sino sentirme en las nubes, perderme en sus ojos, detener el tiempo entre sus brazos, amarla sin prisas y empezar a acariciar sus inseguridades para pensar en un futuro juntos. Sí, porque no tengo dudas: ella es la mujer con la que quiero formar una familia, hasta sueño despierto con la idea. Miro a Anna