Benjamín regresa a su casa con un torbellino de pensamientos contradictorios a los que acaba de escuchar. Su mente es un caos, repleta de emociones encontradas y decisiones imposibles. El peso de las palabras del abogado cae sobre sus hombros como una losa, aplastando sus sueños y esperanzas. Cada paso que da hacia su hogar se siente como si estuviera caminando hacia su propia condena.
Se detiene en seco cuando ve a su madre en la sala junto a su amada Carola, quien sonríe radiante de felicidad. La escena que se desarrolla ante sus ojos parece sacada de un sueño, pero para Benjamín, es el comienzo de una pesadilla.
—¡Oh, querido, ya estás aquí! —exclama Caro, levantándose y dirigiéndose hacia él con pasos ligeros y alegres. Le rodea con sus suaves manos el cuello y le da un beso, un gesto que antes lo llenaba de dicha y ahora solo aumenta su angustia—. Tu madre ha venido a visitarnos y a ayudarme a elegir el vestido de novia —acota con una amplia sonrisa que ilumina toda la habitación.
Benjamín siente un nudo en la garganta. Las palabras se atoran en su boca, negándose a salir. ¿Cómo puede destruir esa felicidad? ¿Cómo puede decirle a Carola que todos sus planes, sus sueños, se han desmoronado en cuestión de horas? El peso de la verdad lo aplasta, robándole el aliento.
—¿Todo bien, Benjamín? —pregunta su madre, Adelia, con un tono que oscila entre la preocupación y la sospecha—. ¿No vas a saludar a tu madre? ¿O es que te molesta mi presencia?
Carola, siempre conciliadora, interviene con una sonrisa.
—Como crees, Adelia. Benjamín está más que contento de que puedas venir a visitarlo, ¿verdad mi amor?
Benjamín lucha por encontrar su voz. Sabe que su abuelo no aprobaba las visitas de su madre a esa casa. Que ella ingrese ahora que está muerto le parece una falta de respeto a la memoria de su abuelo. Pero ¿por qué debería preocuparle eso ahora? Si a su abuelo no le importó agregar esa absurda cláusula en el testamento para obligarlo a seguir casado con Miley, e incluso tener un hijo con ella, aun sabiendo que no la amaba, que su amor era Carola.
Los pensamientos se arremolinan en su cabeza. ¿Cómo le dice a Caro que debe tener un hijo con Miley? Sobre todo, que acaba de detener los trámites del divorcio. ¿Ella lo entendería? ¿Le apoyaría? ¿O simplemente lo abandonaría? Si eso sucedía, se las cobraría a Miley. La rabia y el resentimiento comienzan a bullir en su interior.
—Hay que hablar —dice seriamente al acomodarse en la sala.
—Sí, claro, hablemos de la luna de miel —responde Carola con entusiasmo, ajena al tormento que consume a Benjamín—. ¿Dónde me llevarás? Quiero que sea en una de las ciudades más hermosas de Estados Unidos —inquiere con una sonrisa tímida.
Al ver la mirada sombría de Benjamín, la sonrisa de Carola se desvanece. Un destello de preocupación cruza su rostro. Temiendo haber sido demasiado ansiosa o interesada, cambia rápidamente de táctica.
—Así vayamos a las afueras de la ciudad, estaría feliz. Porque si estoy contigo, seré completamente feliz...
Las palabras de Carola son como puñales que se clavan en el corazón de Benjamín. Cada expresión de amor y felicidad solo hace más difícil lo que está a punto de decir. Toma aire, sabiendo que sus siguientes palabras cambiarán todo.
—No podemos casarnos —expone con dolor, consciente de que esa respuesta partirá el corazón de su inocente Caro.
—¿Por qué? —cuestiona ella con voz temblorosa y ojos lagrimosos.
Poco a poco, la visión de Carola se va opacando. Su mente, siempre imaginativa, comienza a tejer escenarios. ¿Acaso Miley le había aclarado que fue ella quien durmió esa noche con Benjamín? Los recuerdos de aquella noche fatídica inundan su mente...
«Carola había visto a Miley ingresar con un hombre. No dijo nada por algunas horas, hasta que decidió avisar a su abuela. Esta se levantó y fue a la habitación de Miley, encontrándola, ajustándose el vestido y a un hombre en la cama.
Antes de que su abuela pudiera decir algo, Miley se apresuró a explicar.
—Es Benjamín Rodríguez, ha prometido casarse conmigo si lo salvaba.
El apellido Rodríguez resonó en la mente de la mujer mayor, trayéndole recuerdos de su hijastra. Sin pensarlo dos veces, agarró a Miley de las orejas y la arrastró hacia la sala.
—¡Abuela, me lastimas! —gritó Miley, su voz cargada de dolor y miedo.
—¿Qué te he dicho de meter hombres a la casa? —escupió la abuela mientras la lanzaba al mueble.
—Estaba muriendo, solo lo ayudé —musitó Miley, bajando la voz para que la discusión no llegara al segundo piso.
—¡¿Por qué mientes?! —La sacudió la mayor, apretando los dientes—. ¡No lo veo herido!
—Es que... moría por una droga —respondió Miley, su voz apenas audible. La abuela se quedó en silencio, esperando que continuara—. Debía acostarme con él para poder salvarlo.
Los ojos de la mujer mayor se abrieron con asombro. Miley, viendo una oportunidad, acotó de inmediato.
—Él prometió que me llevaría a su casa y me presentaría a su familia como su novia y luego nos casaríamos —al ver que su abuela seguía presionando sus brazos y sin decir nada, insistió—. Lo juro, abuela. Él me lo juró, se casará conmigo. Me dio su palabra y, la palabra de un Rodríguez es ley.
—¿Le diste tu nombre? —preguntó la abuela. Miley negó, y eso produjo una sonrisa escondida en los labios de la mayor—. Eres una cualquiera. Ahora mismo te largas al pueblo y no sales de ese lugar.
—Pero... abuela —protestó Miley, solo para recibir una bofetada que se estrelló en su cara.
—No me rezongues y haz lo que te digo. Tú no puedes casarte con Benjamín Rodríguez. ¡No puedes porque es tu medio hermano!
La abuela replicó mientras la sacaba a empujones de la casa. Sabía que tarde o temprano esa verdad saldría a la luz. Que la nieta de su hijastra tendría una vida de niña rica, mientras que su pobre nieta seguiría siendo pobre y sin una vida digna por delante.
Había pensado en hacerla pasar por nieta de Samuel Rodríguez, pero se enteró que el viejo Rodríguez estaba realizando pruebas de ADN a las jóvenes que decían ser sus nietas. Dos muchachas ya habían intentado ocupar ese lugar y a las dos les había ido mal. No quería que su nieta pasara por ello, pero tampoco quería que la verdadera nieta del viejo Rodríguez apareciera, por ello la escondía muy bien.
Ahora se abría una oportunidad para que su pequeña Carola se convirtiera en una dama importante de la alta sociedad, y estaba decidida a aprovecharla.
—Abuela, ¿qué has dicho? ¿Cómo que Benjamín Rodríguez es mi medio hermano? —preguntó Miley, su voz temblando de incredulidad y miedo.
—La cusca de tu madre se atrevió a meterse con un hombre casado y producto de ese romance naciste tú —escupió la abuela, sus palabras cargadas de veneno—. Tu abuelo y toda la familia Rodríguez despreciaron a tu madre, la echaron a la calle cuando se enteraron de esa relación. Y el miserable de Benja Rodríguez nunca vino por ella, y así naciste tú, una bastarda.»
Ese recuerdo resonó en la mente de Carola mientras miraba a Benjamín, buscando una explicación, una razón para sus palabras devastadoras. ¿Acaso él sabía algo de esto? ¿Era por eso por lo que ahora decía que no podían casarse?
Benjamín, ajeno a los pensamientos tumultuosos de Carola lucha por encontrar las palabras adecuadas para explicar su situación. Sabe que cada palabra que diga puede destruir no solo su relación, sino también la vida que habían planeado juntos. El peso de la verdad, de las condiciones del testamento, de la existencia de Miley, todo se cierne sobre él como una tormenta a punto de estallar.
—Carola, yo... —comienza, su voz quebrándose—. Hay algo que debo decirte. Algo que cambia todo.
Los ojos de Carola, llenos de lágrimas contenidas lo miran fijamente. En ellos, Benjamín puede ver el reflejo de sus propias dudas, de su propio dolor. ¿Cómo explicarle que debe permanecer casado con otra mujer? ¿Cómo decirle que todos sus sueños juntos deben ser sacrificados por una herencia?
El silencio en la sala es ensordecedor. Adelia, la madre de Benjamín observa la escena con una mezcla de curiosidad y preocupación. Ella, que ha estado ausente durante tanto tiempo, ahora es testigo de cómo el mundo de su hijo parece desmoronarse frente a sus ojos.
Benjamín toma aire, sabiendo que las palabras que está a punto de pronunciar cambiarán el curso de sus vidas para siempre. En ese momento, desearía poder retroceder el tiempo, volver a ese instante antes de entrar en la oficina del abogado cuando su mayor preocupación era encontrar a esa mujer y evitar que llevara un hijo en su vientre.
Pero el tiempo no retrocede, y la verdad, por dolorosa que sea debe ser dicha. Con el corazón pesado y la voz temblorosa.
—Tengo que seguir casado con Miley hasta que tengamos un heredero —Adelia presionó los puños, sus largas uñas se clavan en la palama de su mano hasta que están rompen la suavidad de su piel.
—¡¿Qué!? —pronuncia Carola, con voz temblorosa.
—Si me divorcio de Miley sin tener un heredero, no tengo derecho a nada. Todo, absolutamente todo se lo quedará ella.