Carola maldice en sus adentros a Samuel Rodríguez mientras las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Aún después de muerto, el maldito viejo sigue alejándola de Benjamín. Nunca la aceptó como la mujer para su nieto, eligiendo a Miley como esposa aun sabiendo que Benjamín no amaba a esa perra. La rabia y la impotencia se mezclan en su interior, formando un nudo amargo en su garganta.
Un sollozo escapa de sus labios, y pronto se convierte en un torrente incontrolable. Carola llora desconsoladamente, dejando que el río de lágrimas fluya libremente. Sabe que la debilidad de Benjamín es escucharla llorar; él no soporta verla sufrir. Siempre ha hecho de todo para mantenerla feliz, y eso es lo que quiere que haga en ese momento, que la haga feliz diciendo que no seguirá las reglas de su abuelo.
Benjamín observa a Carola con dolor en sus ojos. Le gustaría decirle que no cumplirá con la última voluntad de su abuelo, que se divorciará de Miley y se casará con ella. Sin embargo, sabe que hacerlo lo condenaría a una vida de miseria, y no está dispuesto a eso. El conflicto interno lo desgarra, dividido entre su amor por Carola y su sentido del deber hacia el imperio empresarial que ha construido junto a su abuelo.
Carola, entre sollozos, levanta la mirada hacia Benjamín. Sus ojos, enrojecidos e hinchados buscan desesperadamente una salida a esta situación imposible.
La madre de Benjamín interfiere preguntando.
—¿Y no hay cómo impugnar ese testamento? Esa bastarda no puede quedarse con todo.
Benjamín niega con la cabeza, su rostro una máscara de resignación. Responde con voz grave:
—No hay ninguna otra forma que tener un hijo con ella y continuar casados por dos años más.
Las palabras caen como un peso sobre Carola, aplastando sus últimas esperanzas. Vuelve a sollozar, esta vez con más fuerza, su cuerpo temblando por la intensidad de sus emociones.
—No puedo con esto, Ben. No puedo —solloza tristemente, su voz apenas audible entre sus lágrimas.
Benjamín observa a Carola, y con una frialdad que sorprende incluso a él mismo, dice:
—Sé que es difícil, Caro. Pero… si no quieres regresar al lugar donde vivías antes, debes aceptar esto.
Carola levanta la mirada, sorprendida por el tono seco de Benjamín. Nunca lo había escuchado hablar así, al menos no a ella. Ve algo en sus ojos que la asusta. Una determinación fría y calculada que parece borrar todo rastro del hombre cálido y amoroso que conoce.
Benjamín continúa hablando con su voz firme y decidida:
—He trabajado toda mi vida por esta empresa. Junto a mi abuelo duplicamos, triplicamos la fortuna. Me he rajado día y noche como para dejar que todo se quede en manos de esa mujer.
Mira directamente a los ojos de Carola mientras habla, y ella puede ver que no hay ni un ápice de duda en su decisión. El corazón de Carola se hunde aún más al darse cuenta de que Benjamín ya ha tomado una decisión y solo se la está haciendo saber. Él no va a casarse con ella.
—He detenido los trámites del divorcio —continúa Benjamín, cada palabra como un puñal en el corazón de Carola—. He decidido buscar a Miley, traerla de regreso y cumplir con lo que mi abuelo solicita en el testamento.
Carola siente que el mundo se desmorona a su alrededor. Las palabras de Benjamín resuenan en sus oídos, cada una más dolorosa que la anterior. No puede creer lo que está escuchando. ¿Este es el mismo hombre que le juraba amor eterno hace apenas unas días?
Benjamín suspira, como si el peso de su decisión finalmente lo alcanzara. Pero su resolución no flaquea cuando pronuncia las palabras que Carola teme escuchar.
—Voy a tener un hijo con ella. Estés o no de acuerdo.
El silencio que sigue a esta declaración es ensordecedor. Carola siente como si le hubieran arrancado el corazón del pecho. Las lágrimas, que habían disminuido momentáneamente debido a la sorpresa, vuelven con renovada fuerza.
Benjamín permanece ahí, inmóvil, mientras observa a Carola desmoronarse frente a él. Una parte de él quiere consolarla, tomarla en sus brazos y prometerle que todo estará bien. Pero sabe que no puede. Ha tomado su decisión, y debe mantenerse firme.
Carola, entre sollozos, intenta procesar lo que acaba de escuchar. Su mente es un torbellino de emociones: dolor, traición, ira, desesperación. Quiere gritar, quiere golpear a Benjamín, quiere suplicarle que reconsidere. Pero las palabras se atascan en su garganta, ahogadas por el llanto. Y sabe perfectamente que ese hombre cuando toma una decisión no hay quien lo haga cambiar de parecer, ni su propio abuelo.
Mientras Carola llora desconsoladamente, Benjamín lucha contra sus propios demonios internos. Sabe que está lastimando profundamente a la mujer que ama, pero se convence a sí mismo de que es lo mejor a largo plazo. Se dice que algún día, cuando la empresa esté segura en sus manos, podrá compensar a Carola por todo este sufrimiento. Pero en el fondo, una voz le susurra que quizás, para entonces, ya sea demasiado tarde.
—¿Me sacará de tu vida? —Ben niega— ¿Seré tu amante? —le acaricia y seca las lágrimas.
—Después de dos años, me divorciare y te convertirás en mi esposa —respira—. Solo tienes que permanecer a mi lado.
…
Un mes después de la fatídica conversación entre Benjamín y Carola, Miley camina por el pintoresco mercado de un pueblo alejado de la bulliciosa ciudad. El sol de la mañana baña las coloridas frutas y verduras expuestas en los puestos rústicos.
En sus manos sostiene una canasta de mimbre ya medio llena de frutas frescas y aromáticas. Sus dedos, antes acostumbrados a joyas caras y manicuras perfectas, ahora están ligeramente callosos por el trabajo diario en su pequeño huerto.
Con delicadeza, Miley toma una manzana roja y brillante de un puesto cercano. La fruta es perfecta, sin manchas ni magulladuras. Acerca la manzana a su rostro y la pasa suavemente por su nariz, inhalando profundamente. El aroma dulce y fresco de la fruta invade sus sentidos.
De pronto, mezclado con el olor a manzana, Miley percibe un aroma exquisitamente familiar. Es una fragancia que conoce bien, una mezcla de sándalo, cuero y un toque de cítricos. Su corazón da un vuelco al reconocerlo instantáneamente: es el perfume de Benjamín.
Una sonrisa nostálgica se dibuja en los labios de Miley. Cierra los ojos por un momento, permitiéndose el lujo de recordar. Cree que el aroma de Benjamín aún no se ha ido de su olfato, que es solo un recuerdo persistente de la vida que dejó atrás.
Con un suspiro, Miley coloca la manzana de vuelta en su lugar en la canasta. Se dice a sí misma que debe dejar ir esos recuerdos, que su nueva vida es aquí, lejos de las complicaciones y el dolor del pasado. Respira profundamente, intentando aclarar su mente y disipar el fantasma del aroma de Benjamín.
Decidida a continuar con sus compras y su día, Miley se gira lentamente. Sin embargo, al hacerlo, se encuentra cara a cara con una figura que nunca esperó ver en este rincón remoto del mundo. Su corazón se detiene por un instante, y siente como si el suelo bajo sus pies desapareciera.
Frente a ella, a escasos centímetros, está Benjamín, quien la observa con una expresión indescifrable.
La realización golpea a Miley como un mazo: Benjamín la había encontrado. De alguna manera, había logrado rastrearla hasta este rincón remoto donde ella creía que jamás la encontraría. El pueblo que eligió como refugio, su escape de la vida que dejó atrás, ya no es más su escondite secreto.
El mundo alrededor de Miley parece desvanecerse. Los sonidos del mercado se apagan, las personas a su alrededor se difuminan. Solo puede ver a Benjamín, sus ojos fijos en ella, su presencia imponente recordándole todo lo que intentó olvidar.
Miley siente que sus piernas podrían ceder en cualquier momento. La canasta en sus manos tiembla, amenazando con derramar su contenido. Su mente es un torbellino de emociones: miedo, sorpresa, un toque de anhelo y, sobre todo, incertidumbre sobre lo que vendrá a continuación.
—Te dije que cuando te encontrará, iba a cobrarte lo que hiciste —masculló con irá.