Cuando los hombres vestidos de negros se marchan, Benjamín procede a colocarse el pantalón y la camisa. Mientras se viste observaba las sábanas. Al no ver una mancha de sangre lo hace odiar más a esa mujer.
“No fue su primer hombre”, piensa, apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornan blancos. Sus ojos, ahora inyectados en sangre por la ira contenida, recorren la habitación como si buscaran pruebas de una traición mayor. “¿Con cuántos se habrá acostado antes que conmigo?”
La idea de que Miley pudiera haberlo infectado con alguna enfermedad cruza por su mente como un relámpago, intensificando su ira. Su respiración se vuelve agitada, y gotas de sudor frío comienzan a formarse en su frente.
Llevaban tres años casado y nunca la había tocado, debía ser pura. Al menos eso era lo que pensaba. Pero la infeliz lo había estado traicionando, y quién sabe con cuántos hombres.
”¿Está es la mujer decente que querías para mí, abuelo? Tú nieta resultó ser una cualquiera que ni siquiera llegó virgen a su esposo”. Reprocha en sus adentros.
Definitivamente su abuelo debió estar ciego con esa mujer para creer que era una santa. Se la impuso como la mujer perfecta, la hizo ver cómo la joven más pura y noble, pero Benjamín sabía que no era lo que aparentaba ante su abuelo.
Miley era una mujer ambiciosa. «Solo había aceptado mudarse a la hacienda porque así saldría de la miseria en la que vivía. Y creía que por ser la nieta de sangre de Samuel Rodríguez, podía quedarse con él. Pero eso no era posible. El corazón de Benjamín tenía dueña, era la mujer que lo salvó aquella noche, la que le entregó su pureza y estuvo desde entonces a su lado.
Quedó fechado con ella desde que sus labios hicieron contactos con los suyos, desde que aquellas manos lo tocaron y sus cuerpos se entrelazaron. Aunque mientras la hacía suya no la pudo ver porque la droga había afectado su visión, él sentía que era la mujer mas hermosa que había conocido. Y lo confirmó al día siguiente cuando despertó y la encontró a su lado.
Era Carola quien estaba acostada en su cama, quien dijo ser la mujer que lo salvó.
Se hubiera casado con ella hace tres años, pero su abuelo le impuso una esposa, a Miley. Fue por culpa de esa mujer que no pudo casarse con su amada Carola y cumplir con su promesa».
Pero ahora que Miley le ha dado el divorcio, puede cumplir con su promesa, pero antes, debe cerciorarse de que esa mujer no lleva una semilla en su vientre. De llevarlo, se lo sacará antes que sea tarde.
Benjamín llega a la mansión, encuentra a su amada Carola con lo ojos llorosos. Verla así le produce dolor a Benjamín, y no puede dejar que ella continúe llorando, debe hacer algo para consolarla. Antes, tiene que saber que está pasando. ¿Por qué lloraba?
—No llegaste a dormir. Me quedé esperándote toda la noche despierta. Pensé que Miley cumpliría sus amenazas. Ella dijo que iba a lograr que me abandonaras y te quedarás con ella —está abrazada a él, se aleja y lo mira con ojos vidriosos—. Pero haz regresado, lo que significa que te quedarás conmigo.
—Nunca te dejaría, Carola, jamás te abandonaría. Eras la mujer que me salvó de esa terrible muerte, y estaré agradecido eternamente por ello —la lleva a su pecho y la abraza con ternura.
Piensa que no es momento para contarle lo que pasó con Miley, de lo contrario, le romperá más el corazón y, verla llorar no es de su agrado. Quiere protegerla, cuidarla y hacerla feliz toda la vida.
Ella se lo merece, se merece ser feliz junto a él porque lo salvó. «Quién le dio esa droga, lo hizo con todas las intenciones de asesinarlo, sabía que él era un hombre que no se acostaría con cualquier mujer, que preferiría morir a dejar que su cuerpo se uniera al de una mujer que no amaba. Pero como bendición del cielo llegó ”Carola”, quien se ofreció a ayudarlo sin conocerlo, y en el momento que sus manos hicieron contacto, él sintió que ella era la mujer que había estado esperando hace mucho tiempo. Esa persona que quiso hacerle mal, lo envió a los brazos de la mujer de su vida».
Dos días después, la lectura del testamento está por dar inicio. Los minutos pasan, y la ausencia de Miley se hace cada vez más evidente. El abogado mira su reloj repetidamente, el tictac constante marcando el paso del tiempo y aumentando la tensión en la habitación.
Finalmente, el abogado rompe el silencio—. No va a venir, ¿verdad? —pregunta, su voz cargada de preocupación y un toque de frustración.
Benjamín levanta la mirada, sus ojos encontrándose con los del abogado.
—No —responde con firmeza—. Se ha marchado y no sabemos dónde se encuentra.
El abogado frunce el ceño, ajustándose las gafas en un gesto nervioso.
—Sin ella, no puedo leer el testamento —declara, su voz teñida de resignación.
—¿Por qué?—pregunta Benjamín, inclinándose hacia adelante en su silla. La irritación evidente en su tono.
—Porque es la última voluntad de tu abuelo —explica el abogado, sus manos extendidas en un gesto de impotencia.
Benjamín se pone de pie abruptamente, su silla arrastrándose hacia atrás con un chirrido.
—Pues tienes que leerlo —insiste, su voz elevándose ligeramente—. Porque esa mujer no va a regresar. Huyó como una cobarde, estoy seguro que no dará la cara después de lo que hizo.
—¿Y que hizo? —Benjamín mueve los hombros y no dice nada. No va a divulgar que había sido abusado por esa perversa mujer.
El abogado lo mira con curiosidad.
—¿Por qué estás tan seguro de que no volverá?
—Porque firmó los papeles del divorcio y desapareció —declara, cada palabra cayendo como una sentencia en el silencioso despecho.
El abogado se queda boquiabierto, la sorpresa evidente en su rostro. —¿Qué? ¿Se divorciaron?—pregunta, incrédulo. Benjamín asiente en silencio, su mandíbula apretada mientras trae el recuerdo de como obtuvo esa firma.
El rostro del abogado palidece visiblemente. Se pone de pie, apoyando ambas manos sobre el escritorio como si necesitara el apoyo.
—¡No puedes divorciarte! —exclama, su voz una advertencia.
—¿Quién lo dice?—desafía Benjamín, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Tu abuelo… —aclara el abogado—. En el testamento lo dice —continúa, señalando el sobre sellado—. Si llegas a divorciarte de Miley sin tener un heredero, pierdes todos los derechos como un Rodríguez porque no llevas sangre Rodríguez.
Las palabras del abogado caen como un peso sobre Benjamín. El silencio que sigue es ensordecedor, cargado de implicaciones y consecuencias que apenas comienza a comprender. El despacho, antes un simple despacho, ahora se siente como una jaula, las paredes cerrándose a su alrededor mientras la realidad de su situación se asienta en su mente.
—¡No puede ser cierto! —gruñe indignado.
—¡Lo es! —rectifica el abogado— ¡Si Miley y tú se divorcian sin dejar un heredero, no tendrás derecho a nada.
Benjamín no puede creer lo que escucha, su abuelo no pudo hacerle eso. El era su nieto, su nieto querido. Al cual crio, amo y protegió. ¿Por qué le hacía esto? ¿Por qué lo ponía en esta situación?