Capítulo 1: El pasado te alcanza

2581 Words
*Nueve años más tarde.* Samanta. —¡Eh! ¡Tú! –La tomé del brazo antes de que atravesara el portal. —¡Tiffany Alexandra Ryan! No te dejaré fugarte de nuevo. Te meterás en más líos, para variar. –Reñí a la impulsiva de mí amiga, idiota inconsciente. —¿Cuál es tú problema, Sam? -Intentó zafarse, pero supongo que viendo que no la dejaría en paz tan fácilmente, decidió rendirse a pesar de tener más fuerza que yo, deberían ver el tamaño de esta chica. —¡Ay Santo Dios! ¡No seas aguafiestas! –La pelirroja hizo un puchero, como si su ternura pudiera ablandarme. No me conoce. —¡No soy una aguafiestas! –Le bramé indignada. —¿Tengo que recordarte lo mal que te fue la última vez que te saliste de clases sin permiso? —¡Bah! Eso fue por un error de principiantes, no lo cometeré de nuevo. –Comentó, restándole importancia con la mano, como si estar dos semanas en detención fuese poco. —Todo fue por culpa del maldito conserje, tuvo que ir de chismoso. Te dije que se traía algo conmigo. Sí, por supuesto. Me llevé la mano a la cadera. ¿Por qué no dejo de sentirme como la única chica madura de la conversación? —Deja de decir tonterías, pareces una cría, Tif. Pobre hombre, ¿desde cuándo dices palabras como esas? –Bufé. —No comprendo tu necesidad de fugarte últimamente, seguramente se te están pegando las mañas malas de esos chicos con los que te juntas durante los entrenamientos de las animadoras. Ya decía yo que tanta purpurina no era normal. —¿Tonterías? Desde el instante en el que derramé, por accidente –Recalcó esto último. —Mi jugo en el piso que acababa de trapear, comenzó a mirarme con ojos de odio. –Aseguró asintiendo repetidas veces con la cabeza, tal cual niña esperando que le creyesen una historia. Llevé la vista al techo, suspirando. —Tif... Hizo un gesto de súplica con sus manos. —Por favor, Sam, te juro que no estoy imitándolos ni nada de eso, es solo que... —Le prometí a tu madre que te vigilaría. –Interrumpí, viendo que mis esfuerzos no dan frutos, y haciendo mención de su madre como último recurso. Sonrió. —¡Lo sé! Y agradezco que te preocupes por mí, Sam hermosa. Es solo que...Ya sabes, quedé con el guapísimo de Liam en la cancha, sabes que siempre quise que me prestase atención y... –No me sorprendió verla juguetear con sus dedos. Liam, mi vecino, y con el que lleva años fantaseando en secreto. Desde que le vio por primera vez podando el césped de mi jardín aquel verano a los doce años, aún cuando el chico usaba ese corte horrible de hongo en su cabeza, continuaba haciéndolo cuando era capitán del equipo de fútbol e incluso ahora que se había retirado por una lesión. De cierta manera había estado con él en las buenas y en las malas, así él no estuviese al tanto de ello. —No lo puedes dejar plantado. -Concluí cuando dejó la frase a la mitad. —¡Exacto! –Observó su reloj con nerviosismo. —¿Me dejas? Por fis, por fis. ¿Sí? Suspiré. —Solo no vuelvas a quedar con él entre clases, ¿va? Chilló y me abrazó. —Eres la mejor, la más comprensiva y buena chica del mundo. -Su sonrisa se amplió. —Sí, sí, vale aduladora. Besa mi trasero luego, o se te irá la hora y el maestro llegará. –Me aparté de la salida. —Espero que valga la pena. —¡Gracias! ¡Gracias! –La dejé ir no muy convencida, pero, reconozco que el mirarla escabullir por el pasillo con esa exagerada discreción y la misma sonrisa juguetona en los labios, me animó. Debo aceptar que mejoró su técnica al menos. Idiota y todo, pero la amo. —Adiós. –Siseé para que solo ella me escuchase. Tiffany se volvió e hizo una de esas extrañas señales del ejército que se supone significan algo -Se supone-. Ella seguramente me lo explicó alguna vez y yo no le puse atención. Su deseo es servir a las Fuerzas Armadas en un futuro y la verdad es que no conozco a nadie que pelee mejor. Ya sin motivos para continuar en la puerta del aula, marché al interior y tomé asiento al frente, junto a Cindy. Diez minutos más tarde, un apresurado enanito con gafas ingresó a la sala con maletín en mano. Es el exacto estereotipo que los tarados se forman sobre la apariencia de los maestros. —Disculpen la demora. –Lanzó sus cosas sobre el escritorio descuidada y torpemente. —El tráfico estaba espantoso. –Se excusó y comenzó la clase con regularidad. —oOo— —¡Papá, ya volví! –Grité a sabiendas de que no está en la casa, su trabajo le hace llegar siempre muy tarde por la noche. Michael tiene su propia empresa, se trata de una naviera exportadora e importadora de mercancía en la que mi hermano trabaja arduamente, y donde se espera que yo lo haga de igual modo. No le apuesto mucho a ello. Atravesé la sala, el comedor y finalmente entré en la cocina, encontrándome a Lupe con un delantal y fregando algunos trastes en el lavaplatos. La saludé con entusiasmo, abrazándola por la espalda. —¿Cómo ha estado tu día, cielo? –Preguntó. Me elevé de hombros, revisando mi móvil. —Ya sabes, lo usual. La clase de biología me pareció más eterna que nunca. Rió. —Me alegra oír que no has tenido ningún percance, mi niña. –Cerró el grifo. —En el refrigerador tienes una bandeja con tu almuerzo, dame un momento para calentártela. Me aproximé al refri. —No te molestes, has de estar exhausta, ve a descansar, yo me encargo. –Abrí la puerta, recibiendo con agradecimiento la oleada de frío. —¿Segura, mi niña? –La escuché decir a mi espalda. Asentí. —La jornada fue suave hoy. –Saqué la bandeja de comida congelada de la nevera y la introduje en el microondas, saltando interiormente de la alegría al ver de qué se trataba y marcando dos minutos en la parrilla de botones en su costado. Realmente si estaba cansada, pero imaginaba que Lupe igual, y de todos modos, hambrienta como estaba, ni el más fuerte de los cansancios desviaría mi atención del almuerzo que me preparo la dulce Lupe. ¡La jornada de clases hoy fue una locura total! Exámenes y cuestionarios en casi todas las asignaturas. ¡Dios! Terminarán volviéndome loca un día de estos. Afortunadamente este es mi último año, y adiós instituto. No más regaños innecesarios del Sr. Haag, ni verle la cara al idiota de Adam. De tener que soportar ese calvario un año más juro que me pegaría un tiro. Unas manos obstaculizaron mi visión y la sangre se me puso helada. —¿Quién soy? –Pronunció una voz con tono forzado. Respiré entonces. Es solo Jack, otro idiota, pero a menor nivel. Mi hermano. Puede ser todo un adulto de veintiocho años con su propia familia y trabajo, pero continúa siendo como un niño en ocasiones. —El hijo adoptado. –Le solté con una sonrisa boba. —¡Oye! –Inmediatamente apartó sus manos de mis ojos y me abrazó por detrás. —¿Esa es la forma en que recibes a tu hermano mayor, mocosa? Merezco respeto. Me giré aun dentro del abrazo y levanté el rostro para observar la copia exacta de mis ojos, claro que a mí el gris me luce más. —Ya, vale. Lo siento. –Asentí. —Olvidaba que las personas viejas son muy sensibles. Me apretó hasta sacarme el aire y yo le golpee en respuesta. —¿Qué haces aquí a éstas horas? ¿Y papá por qué no vino contigo? —Quería hacerte compañía. Alcé una ceja. Doblemente extraño. No es como si mi hermano nunca nos visitase -Porque invade mi espacio personal siempre que puede-, solo que faltar a su trabajo es algo excesivo, aunque mi padre sea su jefe tiene responsabilidades. Rompí el contacto. No quiero ser pesimista, pero algo debe andar mal, o no estaría aquí. —Perfecto, ahora dime el verdadero motivo por el que viniste. –La alarma del microondas nos interrumpió justo cuando se dispuso a abrir la boca. —¿Quieres comer? –Ofrecí, conociendo su respuesta. Y es que siempre es la misma, hablamos de lasaña señores. Abrí la pequeña puerta del aparato y todo el delicioso olor a carne inundó la cocina. Olisqueó el aire. —¡Umm! ¡Lasaña! No tienes ni qué preguntarlo. Formé una sonrisa ladeada y saqué la pequeña bandeja de cristal del microondas. —Pásame los platos. –Pedí, agarrando el cuchillo grande y los cubiertos del gabinete blanco donde los guardamos. Piqué dos porciones, ambas igual de generosas. Los dos compartimos un apetito voraz, creo que es algo genético. Recibí los platos de cerámica blanca y serví la comida. La llevé a la mesa del comedor, a mi espalda Jack trae dos vasos y un cartón de jugo que consiguió en el refrigerador. —Lupe no me avisó que estabas aquí. —Le pedí que no lo hiciera. Tomamos asiento, nos repartimos la comida y el jugo. —¿Entonces? –Continué con la conversación que dejamos de lado hace un momento. No se me escapará así de fácil. —¿Entonces, qué? –Devolvió, haciéndose el desentendido antes de probar la lasaña. —¡Está muy buena! –Y a continuación se zambulló otro gran bocado sin haber tragado lo que ya tenía. Asqueroso. Hice una mueca, apenada por la pobre de Vicky, tiene que compartir mesa con un cerdo. —¿Qué sucede? –Le incité a que abriera el pico para otra cosa además de tragar. Giró los ojos. —¿Es tan difícil creer que solo quiero pasar tiempo de caridad con mi hermanita? ¿Acaso dijo caridad? Le miré mal. Su respuesta fue lanzarme un beso y gesticular con los labios un: "Sabes que te amo." Fruncí el ceño y achiné los ojos hacia su dirección. —Jacky... –Aquello era una advertencia de guerra. Llevé el tenedor a mi boca, una explosión de sabores inundó mi paladar al instante. Gracias, Lupe. Apretó la boca. —Sabes que odio ese ridículo apodo, Samanta. —¿Y por qué crees me gusta tanto? No te llamo así por simple cariño. –Solté inmediatamente tras masticar. Me puso mala cara. Tuve que aguantarme con todas mis fuerzas para no echarme a reír frente a él, hacer eso definitivamente disminuirá mis chances de que me cuente el cotilleo. ¡Pero es tan divertido y fácil cabrearlo! Se sostuvo el pecho, "dolido". —¡Eres la peor hermana de todas! –Reí para mis adentros. Hice un puchero que borré inmediatamente. —Jack no trates de cambiarme el tema. Suspiró y por fin dejó los cubiertos tomar un respiro sobre la mesa. —¡Dios! ¡Está bien! De acuerdo, papá tiene que darnos un aviso importante y quiere que estemos presentes los dos. ¿Contenta? Por favor, que intensidad...No parecemos de la misma familia. Oh...¿Pero, que podrá ser tan urgente? La última vez que tuvimos una reunión similar me enteré que sería tía. ¡Jack y Vicky estaban tan nerviosos! —¿Y tú sabes de qué se trata? —No. –Detallé su expresión como un mismísimo escáner de impresora, escéptica. Algo tiene que saber, ¡por favor, es Jack de quien estamos hablando! —Pues no te creo. —¿Y a mí qué, enana? Arrugué todavía más el entrecejo y le observé con dos finas rendijas de ojos. —No lo sé. –Bramó. —Ahora déjame comer. —OoO— —¡Samanta! ¡Baja! ¡Papá llegó! Dejé de lado mis libretas y lápices, dispuesta más de lo que debería en dejar mis deberes de lado. Brinqué de la cama con el equilibrio de un felino y corrí hasta la planta baja. Me dirigí con cautela hasta que los encontré en la sala de estar, vi el metro ochenta de mi padre espaldas a mí charlando con Jack, ambos gesticulando mucho con las manos. —Michaell. —Hola, tesoro. –Respondió con dulzura. Me abrazó, y yo a él sin mucha fuerza. —¿Cómo te fue hoy? –Prosiguió. —Normal, como todos los días. –Me alcé de hombros. No me sentía especialmente habladora hoy. —Jack me ha dicho que tienes algo que contarnos. ¿De qué se trata? —Vamos a sentarnos. –Invitó. Vaya, cuanto misterio. Seguramente solo quieren pintar la casa de otro color que no sea blanco. Y es que, ¿Qué puede ser tan importante? En esta casa los asuntos más relevantes que se discuten son cosas como si adoptar a un perro o no -Siempre es no por parte de papá y Jack, quien opina aunque no viva aquí-, dos contra uno limita mis chances de tener una mascota que requiera de más cuidado que una planta o roca. Jack -Mi sombra- McCartney, se las arregló para encajar su trasero en el reducido espacio del sofá individual, junto a mí. Papá fue algo más listo y atrajo otro mueble hacia nosotros para estar más cerca a la hora de hablar. —Bien... –Respiró hondo, como si esa sola acción le diese valor. —No sé cómo iniciar esto, no hay ninguna manera de hacerlo suavemente... –Su voz vacilante. Observó sus manos, casi podía ver la ansiedad salir de su cuerpo en oleadas. Cielos. Debía ser muy malo. —¿Qué es lo que sucede, papá? –Jack estaba comenzando a ponerse nervioso también. Papá arrastró las manos por las hebras de su cabello, notablemente frustrado. —Lo diré de una vez, ¿está bien? Es mejor decirlo y ya sin andarse por las ramas. Totalmente de acuerdo. Mi frente llena de sudor de repente. —Continua. Mordió su labio inferior, frustrado, tomó aire y... —Antes de todo, por favor, no te asustes ni te desesperes. Esto no tiene por qué significar nada en realidad. —¡Papá! Ya termina de contar...–Comencé a decir, perdiendo la paciencia. —Luka está libre. –Interrumpió de golpe, dejándome anonadada. Sus ojos buscaron los míos en ese instante, Jack a mi lado contuvo el aliento y me apretó la mano. —Me llegó una notificación del tribunal con respecto a la orden de alejamiento que ... Todo dejó de moverse en ese momento y pasé a solo escuchar mis martilladores latidos. Momento en el que un balde de agua hirviendo -O un bloque de cemento- cayó sobre mi coronilla. Podía esperar oír cualquier maldita cosa, menos eso. Podía oír cualquier otra maldita cosa, y no enloquecer, menos eso. Una bola de fuego se revolvió en mi estómago y subió hasta mi garganta, causándome nauseas. Caí de rodillas al suelo y sin más, la dejé salir, pensando en demasiadas cosas al mismo tiempo como para reprimir el vómito. Mis lágrimas mezclándose con la asquerosa sustancia. Y con tres palabras, con esas malditas e insignificantes tres palabras, mi mundo se sacudió y comenzó a caer pedazo por pedazo. —¿Quieres ir a nadar un poco?—
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