Punto de vista de Lilith.
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—A ver, vuélveme a contar porque en serio que no te creo —insistió Maite, su expresión entre la incredulidad y la fascinación.
Puta madre, ¿cuántas veces más tendría que repetirle esta historia? El simple hecho de recordar aquel momento me hacía doler la cabeza, revivir cada detalle era como una tortura lenta. Pero ahí estaba Maite, sentada frente a mí, con los ojos bien abiertos como si no pudiera asimilar lo que le había contado, esperando que se lo dijera otra vez, palabra por palabra.
—Te lo juro, eso fue lo que dijo —repetí, desviando la mirada hacia mi café. El calor del líquido no hacía mucho por calmar la tormenta que seguía girando dentro de mí. Me llevé la taza a los labios, pero ni siquiera el sabor fuerte y amargo del café n***o lograba borrar la amargura que me dejó la conversación con Atlas. Esa maldita propuesta, tan surrealista, tan fuera de lugar.
Maite se inclinó hacia adelante, como si acercarse más le permitiera procesar mejor lo que acababa de escuchar. Una pequeña sonrisa incrédula se formó en sus labios, pero sus ojos seguían serios.
—Lilith, ¿en serio? ¿Que seas su esposa? ¿Así, de la nada? —preguntó, tratando de no reír, pero su nerviosismo era evidente.
Rodé los ojos. Sabía que sonaba ridículo, más que ridículo, completamente absurdo. Lo peor era que en ese momento me había quedado completamente muda, sin saber cómo reaccionar, como si mis pensamientos hubieran colapsado ante la magnitud de la situación.
—¿Y qué le dijiste? —insistió Maite, ahora más ansiosa que sorprendida.
Suspiré, jugueteando con la cuchara dentro de la taza, viendo cómo el líquido formaba pequeños remolinos, reflejando el caos en mi mente. ¿Qué se suponía que debía decirle? Atlas me había descolocado por completo.
—Le dije que no soy un puto trofeo para que me pidan como esposa después de una noche de sexo. —Resoplé, el sonido llenando el espacio entre nosotras, recordando con claridad la calma con la que Atlas me lanzó esa bomba, como si fuera lo más normal del mundo.
Maite no pudo evitar reírse, una carcajada resonante que llamó la atención de las pocas personas en el café. Aunque intentaba mantener mi compostura, una sonrisa terminó escapándoseme. La situación era tan ridícula que rozaba lo cómico.
—Tú no tienes remedio —dijo ella, secándose una lágrima de tanto reír. Pero en cuanto logró controlar su risa, su expresión se volvió más seria—. Aunque, hablando en serio, ¿por qué haría eso? ¿Qué demonios quiere de ti?
Esa maldita pregunta. La misma que yo llevaba dándome vueltas en la cabeza desde que había escapado de su apartamento. ¿Qué quería Atlas de mí? ¿Era todo un juego de poder? ¿Una prueba para ver si caía en sus redes o realmente esperaba que aceptara esa absurda oferta?
—No tengo idea —admití finalmente, sintiendo un peso en el pecho al decirlo en voz alta—. El tipo es un enigma, Maite. Lo único que sé es que Damián está en el medio de todo esto. Atlas lo mencionó como si supiera más de lo que me está diciendo, como si conociera cada maldito detalle de mi divorcio.
Maite se quedó en silencio, procesando mis palabras. Sabía que me entendía, que sabía lo complicado que había sido todo con Damián, y ahora parecía que las cosas solo iban a empeorar. Nunca en mi vida había esperado que un tipo como Atlas apareciera de la nada con una propuesta tan surrealista.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —preguntó finalmente, bajando un poco la voz, como si hablara de algo demasiado delicado.
Apoyé los codos en la mesa y hundí la cabeza entre las manos, sintiendo una punzada de dolor en las sienes. Mi cabeza palpitaba, y no solo por la resaca. Lo que Atlas había propuesto... lo que implicaba… no era tan fácil de ignorar como me hubiera gustado.
—No lo sé, Maite. No puedo confiar en él, pero al mismo tiempo... —levanté la mirada lentamente, entrecerrando los ojos mientras trataba de aclarar mis pensamientos—, él tiene los recursos para conseguir mi divorcio, además de que sería un golpe bajo para Damián. Si Atlas lo aplasta, sería casi poético después de todo lo que me hizo.
—Eso sí, pero antes de tomar cualquier decisión deberías averiguar más sobre él. No debe haber muchos Atlas por la ciudad, no es un nombre muy común que digamos. —Me aconsejó Maite, con ese tono que usaba cuando sabía que su sugerencia era sensata.
No era una mala idea. Era obvio que Atlas tenía muchísimo dinero, más del que parecía a simple vista, y con ese nivel de riqueza, seguramente su vida estaría en todas las revistas de cotilleo y en los artículos más exclusivos. Eso explicaría por qué había ido a un bar tan decadente. Era la única manera de que pasara desapercibido.
—Pues manos a la obra, amiga. Tú eres peor que el FBI —dije riendo, mientras sacaba mi laptop del bolso.
—No soy peor que el FBI —se defendió Maite, rodando los ojos—, pero reconozco que soy buena buscando en redes.
—Eso es cierto, pero en mi caso, me alejé de las r************* por pura paz mental —comenté, recordando por qué había cerrado todas mis cuentas. Cuando comencé mi relación con Damián, me volví insegura. Él sabía exactamente cómo sacarme de mis casillas, coqueteando con otras chicas en r************* mientras me criticaba a mí por subir fotos en bikini. Un día decidí que no valía la pena el estrés y cerré mis redes. Tal vez era hora de abrirlas de nuevo.
—Sigo sin entender cómo aguantaste tanto tiempo con ese tarado, pero no te voy a recriminar. Bastante tienes con tu divorcio —dijo Maite, tomando un sorbo de su café mientras me observaba con una mezcla de lástima y preocupación.
—Si te soy sincera, yo tampoco lo entiendo —murmuré.
—¿Al menos era bueno en la cama? Eso explicaría por qué te quedaste tanto tiempo —preguntó Maite, levantando una ceja mientras me sonreía con picardía.
Sentí un calor subir a mis mejillas. No había hablado con nadie sobre los detalles íntimos de mi relación con Damián. Todos sabían que fuimos novios desde que yo estaba en la secundaria, pero nadie sabía que él fue mi primer hombre. Y, siendo sincera, él era mi única referencia... hasta Atlas.
—Amiga… ¿eras virgen? —preguntó Maite, y yo asentí tímidamente—. Con razón te deslumbró ese desgraciado.
—Sí, era inexperta. Y respondiendo a tu pregunta, pensaba que Damián era mi hombre ideal, pero después de estar con Atlas... me di cuenta de que Damián es una basura en la cama —dije soltando una pequeña risa amarga.
—Bueno, al menos ya sabes lo que te has estado perdiendo —dijo Maite, sonriendo mientras volvía a tomar su café—. Pero, volviendo al tema de Atlas... deberíamos averiguar qué más oculta.
Comencé a teclear en mi laptop, buscando su nombre. Al cabo de unos minutos, apareció su verdadera identidad. Atlas Valmont. Un jodido billonario con múltiples empresas tecnológicas, herencia de su familia.
Maite se inclinó aún más sobre la mesa, mirando la pantalla con una mezcla de asombro y fascinación. Sus ojos recorrían cada palabra, como si no pudiera creer lo que estaba leyendo.
—Atlas Valmont... —murmuró, pronunciando su nombre lentamente, como si eso lo hiciera más real—. No es cualquier tipo, Lilith. Este hombre tiene un imperio a su nombre.
Asentí, aún procesando la información que estábamos descubriendo. Fotos de Atlas en eventos exclusivos, cenas de gala, conferencias internacionales, siempre rodeado de personas poderosas y ricas. Cada artículo hablaba maravillas de su inteligencia, de cómo había triplicado la fortuna familiar desde que tomó las riendas de las empresas a los veintiún años. El tipo parecía no solo ser guapísimo, sino también un genio absoluto, hablando cinco idiomas, viajando por el mundo y siendo aclamado en cada rincón por su destreza en los negocios. Todo en él gritaba perfección… lo que solo me hacía sentir aún más fuera de lugar.
—¿Cómo demonios terminaste en su radar? —preguntó Maite, sacudiendo la cabeza como si tratara de despejar sus propias dudas—. Esto no tiene sentido. O sea, tú eres increíble, pero este tipo podría tener a quien quisiera.
Solté una risa nerviosa, una mezcla de incomodidad y ansiedad. Esa era la pregunta que más me atormentaba desde que había escapado de su apartamento. ¿Por qué yo? ¿Qué veía Atlas en mí? No era solo una cuestión de inseguridad, sino de pura lógica. Vivíamos en mundos completamente distintos.
—No lo sé, Maite. No sé si quiero saberlo —admití finalmente, cerrando la laptop de golpe, como si eso pudiera alejar las dudas que me estaban devorando.
- Espera, déjame buscar a mi. - dijo Maite mientras tomaba mi computadora para abrirla nuevamente.
Encontró la misma información que ya habíamos obtenido. Esto era inútil. Casa artículo que leíamos más que proporcionar respuestas nos dejaba con más dudas.
El silencio se instaló entre nosotras por un momento, solo interrumpido por el sonido de las tazas rozando la mesa. Pero entonces, una noticia en la pantalla captó nuestra atención.
Carolina.
El nombre me detuvo en seco. Era una foto de aquella mujer alta, elegante, con el cabello oscuro perfectamente peinado y una sonrisa encantadora. Carolina, la exnovia de Atlas y ahora la novia de Damián.
El artículo hablaba de su relación pasada, una mujer que, según los rumores, había sido la única capaz de mantener an Atlas "domado", aunque su relación terminó de manera abrupta.
—¿Quién es ella? —preguntó Maite, con una ceja levantada mientras leía sobre la exnovia de Atlas.
—La estúpida que se presentó en mi casa como ma novia de Damián. —dije, sintiendo un nudo formarse en mi estómago.
La mirada de Maite se endureció mientras procesaba la información.
—Yo creo que esta chica es tonta, mira que dejar a un hombre como Atlas por Damián es como cambiar caviar por mierda.
No pude evitar carcajearme ante el comentario de Maite. Era verdad, Atlas era un mejor partido, lo que significaba que toda esta situación era aún más complicada de lo que parecía.
- Tal vez esa mujer tuvo un golpe en la cabeza, sino no entiendo cómo está cambiando este bombón - Maite señaló a la computadora. - que según tú coge como los dioses por tu ex.
—No lo sé, pero ahora está claro que Atlas y yo no nos conocimos por casualidad —murmuré, sintiendo una mezcla de frustración y confusión—. Él me estaba buscando. Esto no es una coincidencia. Caí como tonta en sus redes.
Estaba claro que Atlas me quería para hacer hervir en celos a su ex. Lo que yo no entendía es que diablos había pasado entre ellos para que se separaran.
Damián no era la gran cosa, a menos de que hubiera algo que yo no supiera.
Sea lo que fuere, Atlas no quería nada conmigo, eso estaba claro y si me pedía ser su esposa era solamente para lograr su venganza. Ahora la pregunta era si yo aceptaría ser parte de ella o lo mandaría a volar tres pueblos.
Mientras procesaba la información que había descubierto no podía dejar de pensar en lo que me había dicho al salir de su departamento.
“Espero con ansias tu llamada.”
En ese momento le respondí que mejor esperara sentado porque eso nunca sucedería, pero ahora no estoy tan segura de cumplir mi palabra.