Punto de vista de Lilith.
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Puta madre, como me duele la maldita cabeza. Sentí un latido punzante en las sienes, el tipo de dolor que solo un cóctel de alcohol barato y malas decisiones puede causar. Me llevé una mano a la frente, intentando aclarar los pensamientos desordenados. Pero mi cuerpo dolía de una forma diferente, una mezcla de agotamiento y algo mucho más placentero.
Intenté levantarme de la cama, solo para darme cuenta de que esta no era la habitación de visitas de Maite. Nada de los colores cálidos o los pequeños detalles femeninos que conocía. No, este cuarto era otra cosa. Mucho más masculino. Las sábanas, de un gris oscuro, olían a una mezcla de tabaco suave y algo amaderado, probablemente su loción o perfume.
Oh, mierda.
Los recuerdos comenzaron a regresar en una avalancha. Atlas. El bar. Esa sonrisa suya que me desarmó desde el primer momento. Mis manos en su cabello rizado mientras nos besábamos contra la pared del bar, como si no existiera nadie más. Sus manos, grandes y seguras, deslizándose por mi cuerpo, haciendo que me estremeciera con cada toque.
Nos habíamos dejado llevar. Y, joder, fue increíble.
El sexo con Damián no había sido malo, o eso creía antes. Pero ahora, después de lo de anoche... Atlas lo había eclipsado por completo. Cada beso suyo había sido una promesa cumplida, cada caricia un mapa hacia algo que nunca supe que podía sentir. Había algo en él, en la forma en que me hacía sentir deseada, que lo convertía en una experiencia completamente nueva. Como si él supiera exactamente lo que necesitaba, lo que me hacía falta para olvidarme de todo.
Me moví un poco en la cama, y mi cuerpo reaccionó al recuerdo. Un cosquilleo recorrió mi piel al pensar en lo intensos que habían sido esos momentos, en cómo su boca se movía por mi cuello, sus manos recorriendo mis caderas con firmeza pero también con una delicadeza que me dejó al borde. Damián nunca me había tocado así, nunca había hecho que me sintiera como si fuera la única cosa que importaba en el mundo, aunque solo fuera por una noche.
Pero ahora, el sol se filtraba débilmente a través de las cortinas, y la realidad me golpeaba con la misma fuerza que el dolor de cabeza. Estaba en la cama de un hombre que apenas conocía, y ahora debía recoger mis cosas y largarme antes de que apareciera y repitiéramos lo de anoche.
No estaba buscando nada formal, solo quería una buena noche de sexo y lo conseguí.
Me levanté pesadamente mientras el frío del suelo golpeaba mis pies descalzos. Mi cuerpo todavía llevaba las marcas de la noche anterior, un recordatorio de cada toque, cada beso. Me tambaleé un poco, con la cabeza aún nublada, y traté de encontrar mis cosas. Mi ropa estaba esparcida por el suelo como si hubiera sido arrancada a toda prisa, lo que probablemente había pasado.
Mientras me agachaba para recoger mi vestido, un tirón suave en mis músculos me recordó lo intensa que había sido la noche. Joder, cómo lo había disfrutado. No quería pensar en Damián, ni en cómo todo con él se sentía tan... rutinario en comparación. Y sin embargo, los recuerdos de anoche no iban a desaparecer tan fácilmente.
Encontré mis tacones cerca de la puerta, uno más lejos que el otro. Me incliné para recogerlos cuando escuché un sonido detrás de mí. Mi cuerpo se tensó, y giré la cabeza lentamente.
Atlas estaba de pie en el umbral, apoyado contra la puerta, mirándome con una expresión que parecía una mezcla de satisfacción y curiosidad. Llevaba solo unos pantalones sueltos, y su torso desnudo era tan perfecto como lo recordaba de la noche anterior. Sus ojos azules me recorrieron con una calma tan natural que me hizo estremecer.
—¿Ya te vas? —preguntó con esa voz profunda que había hecho vibrar cada fibra de mi ser horas antes.
—Sí, creo que ya tuve suficiente por una noche —respondí, intentando sonar más indiferente de lo que realmente me sentía. No quería quedarme. No quería darle la impresión de que esto había sido más de lo que era.
Atlas sonrió levemente, pero había algo en su mirada que me decía que él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía el efecto que tenía en mí. Tuve que cerrar mis piernas porque el maldito me estaba excitando con una sola mirada.
—Siéntate por favor. – Indicó una silla detrás de mí.
Lo miré extrañada. Atlas quería algo, he aprendido a leer a la gente, en especial cuando están buscando algo de mi persona.
—No creo que sería lo correcto, debería irme. – dije mientras buscaba mi cartera.
¿Dónde mierda estaba? Era lo único que me faltaba.
Ahora que me acuerdo… no tengo idea de donde estoy, pero bueno eso se soluciona con mi teléfono en mano. Espero que no esté muerto.
—No deberías irte tan temprano. – dijo mientras me proporcionaba una sexy sonrisa.
Maldita sea. Tengo que irme y tengo que hacerlo rápido.
—Debería, Atlas. Fue una buena noche, pero eso es todo lo que fue. —Intenté darle una sonrisa, una que decía "gracias, pero adiós".
Él no dijo nada por un momento, solo se quedó allí, observándome como si estuviera memorizando cada uno de mis movimientos.
— ¿Eso es lo que realmente quieres? – Preguntó. En su rostro era obvio que no creía mis palabras.
Ni yo mismo las creía. No quería irme, es más, lo que deseaba era lanzarme hacia él y que me follara como anoche. Así agarraría fuerzas para ver al imbécil de Damián y exigirle que firme el puto divorcio.
—Debo irme. – Repetí y ahora si pude ver mi cartera.
Perfecto, ahora sí, a salir de aquí como alma que lleva el diablo y olvidarme de Atlas.
Me agaché para recoger mi cartera, estaba justo en el medio de los dos, pero si me apresuraba podría salir y vestirme una vez que estuviera fuera de este cuarto. Volví a sentir un tirón en mi entrepierna. Dios mío, Atlas es una bestia. Justo cuando iba a volver a pararme, una sombra cubrió mi vista. Me enderecé solo para encontrarme con el cuerpo de Atlas, demasiado cerca, demasiado imponente.
Intenté escapar caminando hacia atrás, pero ese fue mi mayor error, porque le dio la posibilidad a Atlas de acorralarme contra la pared. Su aliento caliente sobre mi oreja, mientras que su brazo se posaba sobre mi cabeza.
¿Cuánto mide este hombre? Es como una maldita torre.
—Tengo una propuesta para ti —murmuró con esa voz profunda que ya conocía demasiado bien.
Levanté una ceja, aburrida, mientras mis ojos se alzaban hasta los suyos. ¿De verdad creía que iba a caer en alguna clase de oferta?
—Atlas, no puedes comprarme. —Mi tono era seco, sin interés, porque ya había escuchado a demasiados hombres tratando de ponerle un precio a lo que no estaba en venta. Su sonrisa se ensanchó, pero esta vez había algo más en su mirada, algo que no había visto anoche. Era más calculadora, más... estratégica.
—No intento comprarte —replicó, con una calma que me ponía nerviosa. Se inclinó un poco más, su boca peligrosamente cerca de mi oído—. Quiero que nos ayudemos mutuamente.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, pero no era solo por su proximidad. Lo miré directamente a los ojos, tratando de leer más allá de sus palabras. ¿Qué demonios estaba proponiendo?
—¿Y qué demonios significa eso? —pregunté, mi aburrimiento transformándose en una irritación latente.
Atlas se retiró un poco, dándome algo de espacio, pero su mirada seguía fija en mí.
—Sé que estás en medio de un divorcio —dijo, su tono casual, pero cada palabra era como una daga bien colocada. Mis ojos se entrecerraron, el fastidio transformándose en alarma. ¿Cómo demonios sabía sobre Damián? Nadie lo sabía, o al menos nadie que no estuviera involucrado directamente.
—¿Qué sabes de Damián? —pregunté con los dientes apretados.
Atlas sonrió como si hubiera ganado una pequeña batalla.
—Sé lo suficiente. Sé que él no va a ceder fácilmente, y que tú tampoco eres del tipo que se rinde. Así que, pensé que tal vez podríamos ser útiles el uno para el otro.
Mis manos se tensaron alrededor de la cartera. Lo que más odiaba era sentirme vulnerable, y eso era exactamente lo que él estaba tratando de hacer. Pero ¿por qué?
—¿Qué quieres de mí, Atlas? —Finalmente, las palabras salieron con más dureza de la que pretendía.
—Ayuda. Y a cambio, yo puedo ayudarte a deshacerte de él. —Su sonrisa era tan tranquilizadora.
Como no, si debe ser estúpidamente rico, para él nada debe ser imposible.
Lo miré en silencio durante unos segundos, tratando de descifrar sus intenciones. Joder, era tentador. Pero también peligroso. No había nada peor que hacer tratos con alguien que lo sabía todo y no dejaba claro qué esperaba obtener a cambio.
—No estoy interesada en juegos —respondí, aunque no sonaba tan firme como quería. Atlas dio un paso hacia atrás, dándome espacio para respirar, pero su presencia seguía dominando la habitación.
—Tómate tu tiempo para pensarlo —dijo, su voz de nuevo relajada, pero sabía que me estaba metiendo en algo que no podría ignorar fácilmente—. Lo necesitarás más pronto de lo que crees.
—¿Qué me vas a pedir a cambio? – Pregunté, ninguna ayuda era gratuita.
— Quiero que seas mi esposa.