Punto de vista de Lilith
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No debía haber aceptado esta propuesta. Atlas me había traído a un restaurante que gritaba exclusividad y lujo. Las paredes estaban adornadas con obras de arte que probablemente costaban más que toda mi ropa y joyas. El ambiente, iluminado por velas, era tan sofocante como la situación en la que me encontraba.
Me sentía fuera de lugar, como si todos los ojos estuvieran sobre mí, aunque sabía que nadie aquí me conocía. El murmullo de conversaciones discretas llenaba el aire, mezclado con el suave sonido de la cristalería al chocar. Este era el tipo de vida que Atlas había prometido, pero había algo profundamente inquietante en todo esto. Era como si me hubieran envuelto en una red de seda que, en cualquier momento, podría transformarse en una trampa mortal.
Se notaba que yo no pertenecía a este mundo. Mi ropa no era barata, pero comparada con la que estaban usando las personas de este lugar, parecía comprada en un mercado de pulgas.
Y yo me sentía bien con esto hace unos momentos.
Atlas se sentó frente a mí, perfectamente cómodo en su entorno. Cada movimiento que hacía, desde el modo en que tomaba su copa de vino hasta la forma en que me observaba, estaba lleno de una confianza calculada.
Parecía que Atlas había traído a su secretaria a comer y no a la mujer que él pretendía que fuera su esposa.
—Me alegra que aceptaras venir —dijo suavemente, su voz casi un susurro en el ambiente elegante del restaurante—. Sabía que lo harías.
Lo fulminé con la mirada mientras tomaba un sorbo de mi propio vino, que, por supuesto, sabía a carísimo. ¿Qué era lo que realmente estaba haciendo aquí? ¿Por qué había dicho que sí a cenar con él después de su propuesta absurda?
—No lo hice por ti —repliqué, mi tono gélido. Era lo único que me mantenía firme ante su imponente presencia—. Solo quiero saber más sobre este plan tuyo. Necesito entender qué tan lejos piensas llegar, Atlas. Porque déjame recordarte algo: no soy una de tus piezas de ajedrez.
Atlas sonrió, esa maldita sonrisa que siempre escondía más de lo que mostraba. —Por supuesto que no lo eres, Lilith. Eres la reina en este tablero.
Levanté una ceja, escéptica. —¿La reina? ¿Qué te hace pensar que quiero ese título? Tú me propones que sea tu esposa de nombre, es decir que en algún momento nos divorciaremos.
—En eso tienes razón, puedo darte todo lo que desees: casas, viajes, ropa, lujos, fiestas, todo estará a tu disposición. — Sonaba jodidamente bien. —La única condición es que no habrá amor. El momento en que tu te enamores de mí esto se acaba.
Sonaba como una sentencia, pero algo no me cuadraba en esta situación. La primera era lo pretencioso que era. Es guapísimo, inteligente y rico, pero dudo que me enamorara de él.
Te enamoraste de Damián, y él no tenía todo lo que Atlas te ofrece.
Una voz dentro de mi cabeza dijo. En parte tenía razón, yo me había enamorado de Damián, o al menos eso creo. En este punto creo que lo que yo sentía no era amor, él era la forma de escapar de mi hogar y me aferré a él como un clavo hirviendo. En otras circunstancias estoy segura de que no hubiera aceptado casarme con él.
—Ten por seguro que no me enamoraré de ti. — Dije, provocando que Atlas sonriera. —Pero si tú vas a poner condiciones yo también quiero ponerlas.
Atlas hizo un ademán para que continuara con mis exigencias, lo cual me motivó a pedir más de la cuenta. Él quería una esposa que le sirviera para las revistas, pero yo ya estaba harta de solo ser una ama de casa. No había estudiado medicina para quedarme sentada en casa.
—Me imagino que tienes amigos en todos lados. — Dije, el asintió. —Quiero terminar mis estudios, acabé la carrera de medicina, pero me falta mi año de servicio social y mi especialidad. Sé que posiblemente me necesitas para eventos y demás, por lo cual te tocará a ti hablar para que pueda salir a dichos eventos.
—Perfecto, me parece una condición sensata ¿Algo más? — preguntó.
Tenía muchísimas cosas más por preguntar, pero estaba segura de que él no me diría sus verdaderos motivos. Sin embargo, había algo a lo cual sí quería una respuesta.
— Puedes tener cualquier mujer que desees. ¿Por qué yo? — Pregunté mientras mi corazón latía a mil por hora.
Esta respuesta sería la que motivaría a continuar con esta insensatez o a alejarme de Atlas para siempre. Damián eventualmente me daría el divorcio, y si no lo hacía siempre había la vía legal. Sería más lento y tedioso, pero a la final lo conseguiría.
—Me intrigas. Cuando me enteré de la infidelidad de Carolina mandé a que investigaran cual era el imbécil con el que me había engañado. — Explicó. — Te imaginarás mi sorpresa cuando me enteré de que él también tenía una relación, y que tú eras su esposa.
— Entonces me estabas buscando, nuestro encuentro en el bar no fue coincidencia. — Comenté sin sonar sorprendida.
Atlas rio levemente, como si lo que yo hubiera dicho fuera la mejor broma que ha escuchado en su vida.
—¿Qué te parece tan gracioso? —dije molesta mientras fruncía mi entrecejo.
Atlas me exasperaba y excitaba al mismo tiempo, no era justo maldita sea.
—Supe quién era el idiota de tu ex, pero no pensaba en buscarte. Fue una casualidad el que nos encontráramos en ese bar. — Respondió.
—Sigo sin entender. — Murmuré.
Estaba cansada de no entender que pasaba por la cabeza de Atlas, él era todo un enigma para mí y odiaba no tener toda la información.
—Mira Lilith, sé que no confías en mí y no te estoy diciendo que lo hagas. Muchas cosas tendrán sentido a medida que me conozcas. —respondió, su tono tranquilo, casi suave—. Solo necesitas saber que este plan te beneficiará tanto como a mí. No estoy aquí para manipularte, Lilith. Estoy aquí porque sé que, juntos, podemos conseguir lo que ambos deseamos.
Lo miré a los ojos, tratando de leer algo más allá de sus palabras. Pero Atlas siempre fue un maestro en esconder sus verdaderas intenciones. Sabía que había más detrás de todo esto, más de lo que él estaba dispuesto a admitir.
—¿Y qué es lo que tú deseas, Atlas? —pregunté, fijando mi mirada en la suya, desafiándolo a ser honesto por una vez—. No me vengas con la historia de venganza contra Carolina. Quiero saber la verdad.
Atlas dejó su copa de vino en la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada oscura y penetrante. —Lo que deseo, Lilith, es lo que siempre he deseado. Poder. Y tú eres la clave para conseguirlo.
Eso logró que yo bufara.
¿Poder? ¿Qué clase de poder podría darle yo?
La respuesta en nada, absolutamente nada.
—¿No me crees? — preguntó mientras alzaba una ceja, a lo cual yo sacudí mi cabeza.
—Atlas, soy un médico medio fracasado que se dedicó a ser ama de casa para un imbécil. No tengo dinero, no tengo poder, no tengo contactos, no puedes conseguir nada de mí. — respondí. —Tienes a la persona equivocada.
—Tú no lo vez Lilith, pero eres una joya en bruto. — dijo Atlas con su voz aún más profunda y sexy. — Desde que entramos todo el mundo te ha mirado, así sea de reojo. Llamas la atención a donde vayas.
—Eso es porque estoy mal vestida, no me dijiste que vendríamos a un lugar tan elegante. — dije.
Atlas debía estar loco. Lo que él suponía no tenía ningún sentido.
—Mi querida Lilith. — mi nombre sonaba tan bien en sus labios. Maldita sea, tengo que calmarme. — Tú eres un diamante, tal vez no pueda amarte, pero sé qué haremos una pareja que todos envidiarán. Tu ex sentirá que fue un verdadero imbécil y Carolina se dará cuenta de que nunca se debe jugar conmigo. Ambos ganamos. ¿A qué le tienes miedo? —Preguntó.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero no lo dejé ver. Yo me había dado cuenta de quién era el verdadero Atlas. Era un hombre que siempre buscaba controlar, manipular, y ganar, sin importar el costo.
Yo por el otro lado no soy tan experimentada en este mundo, y aunque sería una excelente venganza contra mi exmarido también significaba hacer un trato con el diablo.
—No tengo miedo, solo no soy tan tonta para hacer un trato con un hombre que es peor que el mismo diablo. — repliqué, pero eso causó que Atlas volviera a carcajearse.
—¿Diablo? En cierta manera sí, pero debes admitirlo Lilith, es un gran trato y puedes sacar mucho a cambio. Lo único que te pido es que hagas tu rol de la mejor manera, que finjas ser una esposa abnegada y que no me seas infiel. — Ahora que enumeraba lo que tenía que hacer no sonaba tan mal. — A cambio yo te daré todo el poder y dinero que necesitas. Si quieres irte a otro país lo puedes hacer, si quieres abrir un consultorio yo te daré el capital y hasta la clientela.
Si me lo ponía de esa manera cómo podía negarme. La verdad sonaba muy bien como para dejar atrás. A la final, ya me casé una vez por disque amor y me fue de la patada, puedo casarme una segunda vez sin amor y conseguir lo que siempre he deseado.
—Atlas, está bien, me casaré contigo.