Punto de vista de Atlas
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Nunca pensé que sería tan difícil convencer a una mujer de casarse conmigo. A lo largo de mi vida, había tenido muchas mujeres a mi lado, y en todas esas ocasiones, la idea de un compromiso a largo plazo nunca fue un obstáculo. Muchas habrían saltado sin pensarlo a la oportunidad de casarse conmigo, de estar a mi lado, de llevar mi apellido. Pero no Lilith. Ella era diferente, muy diferente a las mujeres que habían desfilado por mi vida.
Lilith no solo se diferenciaba por su apariencia física, que de por sí era impresionante, sino que su actitud, su manera de ser, su esencia, la hacían destacar de una manera que nunca había experimentado antes. Ella no era de las que se dejaban deslumbrar por mi posición o mi poder, algo que, debo admitir, era un golpe a mi ego. Yo no era un mujeriego, aunque es cierto que había tenido una gran cantidad de mujeres en mi vida, pero relaciones serias, aquellas en las que realmente pensaba en el futuro, solo había tenido tres. Carolina fue la última, y, sin duda, mi mayor error.
Cuando Carolina apareció en mi vida, pensé que había llegado el momento de sentar cabeza. No era la mujer de mis sueños, eso lo sabía desde el principio, pero en ese momento pensé que sería suficiente. Carolina tenía lo que se necesitaba para ser una buena esposa: era atractiva, mi familia la aceptaba, y en mi mente eso parecía más que suficiente para mantener una relación estable. Después de todo, el amor era algo secundario en mi mundo, una ilusión que podía reemplazarse con lealtad y conveniencia. Con Carolina, pensé que tenía lo necesario para construir un futuro.
Estaba dispuesto a proponerle matrimonio, a dar ese paso, pero pronto noté que algo no andaba bien. Ella comenzó a actuar de manera extraña. Cada vez que yo me acercaba, escondía su celular rápidamente, como si ocultara algo. Empezó a llegar tarde a casa, con excusas que no tenían sentido, y su comportamiento se volvió más distante. Para entonces, ya sabía que algo andaba mal, pero no me iba a quedar esperando a que ella me dijera qué diablos le estaba pasando. Yo no era el tipo de hombre que se quedaba de brazos cruzados. Contraté a un investigador privado, Jack, para que siguiera todos sus movimientos, para que me dijera exactamente qué hacía mi querida novia durante el día.
Y fue así como descubrí la verdad. Carolina me estaba engañando. Tenía un amante. Pero, por supuesto, no la confronté enseguida. Decidí esperar. No soy un hombre impulsivo, y preferí tener toda la información en mis manos antes de actuar. Quería saber todo sobre el hombre con el que me estaba engañando. Y la sorpresa que me llevé fue grande cuando descubrí que su amante también estaba casado.
A partir de ahí, las cosas se complicaron. Le pedí a Jack que no solo investigara a ese pequeño bastardo, sino también a su esposa. Quería saber quién era la mujer que estaba casada con el hombre que había decidido arruinar mi relación. Y fue así como escuché por primera vez el nombre de Lilith. Al principio, pensé que sería como cualquier otra esposa engañada, una mujer común y corriente. Pero cuando vi su foto por primera vez, me di cuenta de que estaba muy equivocado.
Lilith era hermosa, mucho más de lo que había imaginado. Tenía un cabello rubio ondulado que caía con gracia sobre sus hombros, unos labios carnosos que invitaban a ser besados, y unos ojos de un azul tan claro que, en ciertas fotos, parecían turquesa. Carolina no era fea, de hecho, era bastante atractiva, pero en comparación con Lilith, era como comparar una flor de jardín con una rosa exótica. Lilith irradiaba algo que iba más allá de la belleza física. Había algo en su mirada, una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que me intrigaba.
Pero no fue solo su belleza lo que me llamó la atención. Al revisar la información que Jack me proporcionó, me di cuenta de que Lilith no era solo una cara bonita. Provenía de una familia acaudalada, pero, a pesar de ello, se había costeado su propia universidad. Estudió medicina y, a lo largo de los años, había trabajado en varias clínicas como recepcionista y luego como ayudante. Siempre mantuvo una beca, se graduó con honores, y aunque no fue la mejor de su clase, estaba claro que su relación tormentosa con Damián había sido una carga en su vida.
Damián y Lilith se casaron poco después de que ella terminó la escuela, justo cuando comenzaba su vida universitaria. Casi seis años de matrimonio, y ahora él la estaba engañando con Carolina. No entendía por qué Lilith se había casado con él. Damián no era un gran partido, y estaba claro que Lilith lo había ayudado a convertirse en el hombre que era hoy. Pero, a cambio de todo su apoyo, Damián decidió traicionarla de la peor manera posible.
Fue entonces cuando surgió la idea de un plan. No amaba a Carolina. Nunca la había amado realmente, pero el hecho de que ella pensara que podía pisotearme de esa manera, traicionarme y luego dejarme por otro, era algo que no podía tolerar. Mi orgullo estaba herido, y la venganza comenzó a tomar forma en mi mente. Mi deseo de hacer pagar a Carolina por lo que me había hecho solo se intensificó cuando un día apareció en mi oficina para decirme que nuestra relación había terminado. Me miró directamente a los ojos y me dijo que había encontrado a alguien mejor, que se iba de mi vida.
La rabia que sentí en ese momento fue indescriptible, pero mantuve la calma. No le di el placer de verme afectado por sus palabras. Simplemente la escuché, asentí y luego le pedí que se marchara. Carolina esperaba que le rogara que se quedara, que le pidiera otra oportunidad. Pero yo no era ese tipo de hombre. Si ella creía que me afectaría, estaba muy equivocada.
Después de ese encuentro, decidí que necesitaba un trago. No quería embriagarme solo en casa, así que busqué un lugar discreto, un sitio donde nadie me reconociera. Fue así como terminé en una taberna que estaba lejos de mis habituales círculos sociales. Y fue ahí, en ese lugar, donde nuestros caminos finalmente se cruzaron.
Nunca pensé que conocería a Lilith en persona de esa manera, y mucho menos en un lugar tan alejado de nuestras vidas. Las probabilidades de que nuestros caminos se encontraran eran mínimas, pero ahí estaba ella, sentada en la barra, bebiendo sin preocuparse por nada a su alrededor. No pude evitar fijarme en ella. Era incluso más hermosa en persona que en las fotos que Jack me había mostrado. Se veía más madura, más real, pero también era evidente que estaba triste. Sus ojos, aunque brillaban, revelaban una profunda melancolía.
¿Acaso ya sabía lo de la infidelidad? Probablemente. Damián no era precisamente el hombre más astuto, y si Lilith había notado algún cambio en él, seguro lo había descubierto por sí misma. La vi tomar trago tras trago, ajena al mundo, y por un momento pensé en acercarme, pero no quería parecer un acosador. Así que me concentré en mi bebida, observándola de reojo, esperando el momento adecuado.
Para mi sorpresa, fue ella quien tomó la iniciativa. Se levantó de su asiento y caminó hacia mi mesa. Nos pusimos a charlar, y cuanto más hablábamos, más claro me quedaba que ella no era como las demás mujeres. Lilith tenía algo especial, algo que no podía definir, pero que me atraía de una manera que no había experimentado antes. Y entonces, un plan comenzó a formarse en mi mente.
Damián y Carolina pensaron que podían engañarnos, que podían humillarnos, pero viendo a Lilith tan de cerca, me di cuenta de que él no la merecía. Lilith era mucha mujer para alguien como Damián. Podía tener el mundo a sus pies si así lo deseaba, y yo podía ayudarla a lograrlo. Pero más allá de eso, quería demostrarle a Carolina que no era indispensable en mi vida. Podía reemplazarla fácilmente, y Lilith era la prueba de ello.
La noche con Lilith fue increíble. Mucho mejor de lo que había imaginado. Era apasionada, entregada, y aunque nunca lo admitiría ante ella, fue la mejor experiencia que había tenido con una mujer en mucho tiempo. No podía dejar pasar esa oportunidad. Le pediría que se casara conmigo, y juntos demostraríamos a Damián y Carolina que habían cometido el mayor error de sus vidas.
Cuando finalmente Lilith accedió a casarse conmigo, sentí una satisfacción que no había experimentado antes. No solo había logrado lo que quería, sino que, en el proceso, también había descubierto que Lilith era una mujer mucho más compleja y fascinante de lo que había pensado al principio. Pero eso no significaba que pudiera enamorarme de ella. El amor no formaba parte de este acuerdo.
—Atlas, está bien, me casaré contigo —dijo Lilith, con la frente en alto.
No podía evitar admirarla. A pesar de todo lo que había pasado, seguía siendo fuerte, hermosa, y misteriosa.
Ella no se daba cuenta de lo bella que era, de la seguridad que emanaba, de cómo la gente la volteaba a ver cuando ella entraba a un sitio. Además, era dulce, en base a lo que he visto es la única mujer que agradecía a los meseros o al portero. Carolina siempre pasaba de largo como si esa fuera su obligación, mientras que Lilith era muy cortés con ellos.
No por nada estudió medicina.
—Le diré a mi abogado que redacte un contrato. — expliqué. Debía tener todo en claro para poder seguir con este matrimonio. Lilith me había hecho unas exigencias y todo quedaría estipulado por escrito. Incluyendo mi cláusula de no enamorarnos. —Cuando esté listo te lo mandaré para que lo revises y me avises de cualquier cambio.
Lilith asintió suavemente mientras su mirada se desviaba. Me preguntaba en qué estaría pensando. Para mí ella es un enigma, uno que quiero lograr entender. Una mujer nunca me había intrigado tanto, pero eso era todo. Intriga, yo nunca podría llegar a amar a Lilith.
— ¿Cuándo me ayudarás con mi divorcio? —preguntó. Intentó no sonar dolida, pero pude notarlo en su voz.
Obviamente cuando uno se casa piensa que será para siempre y me imagino que ella amó a Damián.
—Eso lo haré antes de que firmes el contrato, hoy mismo mi abogado se contactará con Damián para intentar conciliar este asunto. — Así Lilith no hubiera accedió a ser mi esposa sentía que debía ayudarla con esa sanguijuela, solo de esa manera ella podría rehacer su vida.
Lilith me miró con asombro, ella no suponía que yo la ayudaría antes de obtener lo que quería de ella, pero ella no me conocía, yo no era la clase de hombre que ella pensaba que yo era.