Punto de vista de Lilith
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¿Debería estar en este bar? Probablemente no. Si fuera sensata, estaría en casa, intentando encontrar una manera de hacer que Damián firmara esos malditos papeles. Maite me había informado que ya los había recibido, pero el muy desgraciado se negaba a firmarlos. Siempre queriendo controlarlo todo, hasta el final. Ni siquiera después de haberme traicionado podía dejarme ir en paz. Era tan predecible, tan exasperante.
Estaba tentada a llamar a Carolina. Ella sería capaz de persuadirlo, de hacerlo cambiar de opinión. Después de todo, si alguien podía darle lo que quería, era ella. Pensé en contarle lo de la pelirroja, hacerle sentir el mismo dolor que yo sentí cuando descubrí el engaño. Pero no, eso sería un error. Si revelaba ese secreto ahora, Damián jamás firmaría el divorcio. Y yo no podía darme ese lujo. Necesitaba salir de ese infierno.
Maite tuvo que salir por una emergencia, y la idea de quedarme sola en el departamento me resultaba insoportable. No quería estar ahí, rodeada de recuerdos. Si me quedaba ahí solo hubiera recordado todo lo que viví con Damián y me terminaría deprimiendo. Seguramente pondría una película romántica y maldijera al protagonista por ser lo que nunca pude encontrar en mi vida.
Un puto hombre decente.
Así que hice lo único que se me ocurrió: agarré mis cosas y me largué al bar más cercano.
El bar era un antro de mala muerte, apenas iluminado por luces de neón parpadeantes que daban un aire lúgubre al lugar. Las paredes estaban sucias y descoloridas, con manchas de humedad que delataban el abandono. El suelo, cubierto de un viejo linóleo desgastado, crujía bajo los pies, y en cada rincón había rastros de polvo y suciedad acumulada por los años. Las mesas, de madera maltratada y con quemaduras de cigarrillo, estaban dispuestas sin orden alguno, como si las hubieran tirado allí para llenar espacio.
El aire estaba cargado con el olor acre de cerveza rancia, sudor y tabaco barato, y cada tanto se podía escuchar el chisporroteo de una jukebox que apenas funcionaba, reproduciendo viejas canciones de rock mal grabadas. La barra, cubierta de marcas y cicatrices, estaba atendida por un hombre de expresión cansada que apenas miraba a los clientes mientras limpiaba vasos de manera mecánica con un trapo mugriento. Botellas de licor barato se alineaban en los estantes traseros, algunas con más polvo que contenido.
Las pocas personas que estaban en el bar parecían tan derrotadas como el lugar. Un par de borrachos se tambaleaban en sus sillas, murmurando entre dientes, mientras otros se ocultaban bajo las sombras, con miradas desconfiadas o simplemente vacías.
No era lo mejor, pero era el sitio perfecto para poder adquirir el licor más fuerte de la ciudad.
No tengo idea de cuántas copas llevaba encima. Podría ser la tercera, o quizás la cuarta. El licor era fuerte, pero yo siempre he tenido buena resistencia al alcohol. Era uno de esos talentos ocultos que te salvan en momentos como este, cuando el único propósito es olvidarte de todo y de todos. Sentía la calidez del alcohol recorrerme, pero aún podía pensar con claridad, aún sabía lo que ocurría a mi alrededor. Mi hígado, bendito sea, me había salvado de más de una humillación en noches como esta. De no ser por él, probablemente ya estaría tirada sobre la mesa como una funda de papas, inconsciente.
Eso no me salvaría de la resaca por supuesto, pero ya sabía qué hacer para que sea más llevadero.
Estaba a punto de irme. Ya había tenido suficiente. Pero entonces lo vi. Al principio, pensé que era el alcohol jugándome una mala pasada, pero no. Era real. Estaba ahí, como salido de un maldito sueño. Alto, imponente, con el porte de alguien que no necesitaba decir una sola palabra para hacer que todo el mundo se fijara en él. Su cabello oscuro y rizado estaba peinado hacia atrás, y sus ojos... Dios, esos ojos. Eran de un azul profundo, casi hipnótico. No había duda de que sabía exactamente quién era y lo que quería.
Incluso sentado, parecía dominar la habitación, como si el bar entero estuviera a su disposición. Su ropa era impecable, ajustada perfectamente a su cuerpo. El reloj de lujo en su muñeca no dejaba lugar a dudas: este hombre tenía dinero, y mucho. Pero lo que más me intrigaba no era su evidente riqueza, sino la forma en que su presencia llenaba el lugar. Era como si todo lo demás se desvaneciera a su alrededor. ¿Qué hacía alguien como él aquí?
La pregunta no importaba realmente. No estaba buscando respuestas. Yo tampoco pertenecía a este lugar, pero aquí estábamos los dos. Y lo que sí estaba buscando era una distracción. Algo —o más bien alguien— que me hiciera olvidar por unas horas la pesadilla que era mi vida.
"Bueno, Lilith", me dije a mí misma, "si vas a caer, que sea con estilo".
Con una sonrisa en los labios y una seguridad recién adquirida gracias al alcohol, caminé hacia él. Cada paso que daba sentía su mirada sobre mí, evaluándome, pero no como Damián lo hacía, buscando fallos, inseguridades. No. Este hombre me miraba como si yo fuera algo que valía la pena explorar, pero sin prisa, como si supiera que el tiempo estaba de su lado.
Cuando llegué frente a él, levanté una ceja y jugué con el borde de mi copa, aunque ya estaba vacía.
- ¿Te molesta si me siento? —pregunté, manteniendo mi tono ligero, como si no me importara demasiado su respuesta, aunque en el fondo quería ver qué haría.
Sus ojos azules se fijaron en mí con una intensidad que me dejó ligeramente desarmada. Luego, una sonrisa lenta, casi perezosa, se dibujó en su rostro, una sonrisa que prometía mucho más de lo que cualquier palabra podría expresar.
- Por favor, siéntate —dijo con una voz tan profunda y suave que sentí cómo resonaba en mi interior.
Me senté frente a él, y, por primera vez en mucho tiempo, sentí curiosidad genuina. No había duda de que era mucho más guapo que Damián, pero eso no era lo único. Había algo en él, en la forma en que me observaba, que me hacía querer saber más. Sus ojos tenían una chispa de misterio, como si guardaran secretos que nadie más conocía. Y eso, por supuesto, solo aumentaba mi interés.
- ¿Qué hace un hombre como tú en un lugar como este? - le pregunté, más directa de lo que pretendía.
Él sonrió nuevamente, pero esta vez había algo oscuro en sus ojos, una especie de travesura, como si estuviera jugando un juego en el que yo no conocía las reglas.
- Tal vez estaba esperando a alguien como tú —respondió, sin perder el ritmo.
Su respuesta me sorprendió un poco, pero en el buen sentido. Por fin alguien que no jugaba a ser inocente, que no se escondía detrás de excusas.
- ¿Alguien como yo? —repliqué, divertida, inclinándome un poco hacia él—. ¿Y qué clase de mujer crees que soy?
Él me sostuvo la mirada, y la tensión entre nosotros se hizo palpable, casi como una corriente eléctrica recorriendo el aire. Después de unos segundos, tomó un sorbo de su whisky y dejó el vaso con calma en la mesa antes de hablar.
- Una mujer que no se conforma con poco. Que ha tenido suficiente de lo que no la satisface y está lista para algo más.
Un nudo se formó en mi estómago, pero esta vez no era rabia o dolor, era otra cosa. Una mezcla de anticipación y curiosidad. Sentí una chispa que hacía mucho no sentía, como si, de repente, el mundo hubiera dejado de ser tan oscuro.
- Vaya —dije, conteniendo una sonrisa - . ¿Siempre eres tan directo?
Él se encogió de hombros, sin perder esa confianza que parecía ser parte de su ADN.
- No veo la necesidad de perder el tiempo. Tú tampoco lo haces, ¿verdad?
Me reí, un poco sorprendida por lo acertado que estaba. No, yo tampoco tenía tiempo para juegos. No estaba aquí para entretenerme con trivialidades. Quería algo que me hiciera sentir viva, que me arrancara de las sombras en las que me había estado hundiendo.
- Supongo que no —admití, mordiéndome el labio ligeramente.
- Entonces, ¿Cómo te llamas? —pregunté, aunque sabía que su nombre sería el menor de los misterios que ocultaba.
- Atlas —respondió, y la manera en que pronunció su nombre, con esa voz tan sensual y segura, me hizo estremecer.
- Lilith —dije, aunque ya no importaba si conocía mi nombre. Atlas no era una coincidencia, no era una historia de amor, ni una promesa de futuro. Ambos sabíamos lo que estábamos buscando esa noche. Y si él era tan bueno como parecía, quizás podría darme la distracción que necesitaba desesperadamente.
Brindamos, y en ese momento supe que la noche apenas estaba comenzando.