Engañada

1735 Words
Punto de vista de Lilith. ———————————————————————— Cuando la puerta se cerró detrás de mí, el silencio me envolvió. No duró mucho, porque mi amiga Maite ya estaba dentro, esperándome con una botella de vodka abierta y dos vasos servidos sobre la mesa del salón. - No lo puedo creer, Lilith —dijo Maite, meneando la cabeza mientras me observaba con esa mezcla de incredulidad y compasión que solo ella podía mostrarme—. Todo el asunto es una locura. Aunque, para ser sincera, nunca me cayó bien Damián. Maite era la única persona en quien podía confiar plenamente, la única a quien le había contado mis penas sin miedo a ser juzgada. Nos conocimos en la universidad, y aunque siempre me advirtió sobre Damián, nunca se metió en mi relación. Me decía que, mientras él me hiciera feliz, ella se mantendría al margen. Tomé un sorbo de mi trago, sintiendo cómo el alcohol ardía en mi garganta, pero a la vez me daba la sensación de adormecerme un poco. Lo necesitaba. La tensión en mi cuerpo aún no desaparecía. - Como lo oyes, Maite —dije, suspirando—. Le dije que me divorciaría de él, y el muy hijo de puta tiene la casa y el coche a su nombre. Así que, ahora mismo, no tengo dónde quedarme. Maite me lanzó una mirada de pura frustración antes de tomar un largo sorbo de su bebida. - Es un idiota, un imbécil. No entiendo qué le ven —dijo, con una mueca de disgusto. Sabía que estaba a punto de despotricar sobre lo guapo que era Damián, pero antes de que pudiera decir algo, ella levantó las manos—. No me mires así, ya sé que está bueno, pero no lo suficiente como para perder la cabeza por él. Sonreí, aunque había algo de tristeza detrás de esa sonrisa. Tomé otro trago, esta vez más largo. - No es que perdiera la cabeza por él. Es más bien que... cuando vives en una casa como la que yo vivía, te conformas con lo que tienes —respondí, recordando los años de soledad, los constantes rechazos de mi propia familia—. Cuando le quise dejar, prometió cambiar. Y yo, como una tonta, acepté casarme con él. Maite arqueó una ceja, sorprendida. - ¿Y cómo es que aceptó casarse por bienes separados? La familia de él no tiene un centavo, mientras que la tuya... - Porque no le quedó de otra. Pero debí haber prestado más atención cuando firmé los papeles de la casa y el coche —admití con un suspiro, encogiéndome de hombros—. Me confié demasiado. Maite asintió, su rostro reflejando una mezcla de comprensión y resignación. Sabía que había cometido un error, pero era tarde para lamentaciones. - Ay, amiga —murmuró, tomando mi mano con un gesto que, aunque pequeño, me brindó más consuelo del que hubiera esperado—. De verdad, confiaste demasiado en él. Pero al menos tienes todos tus documentos importantes aquí. Asentí, levantando mi cartera. - Sí, por suerte. Siempre llevo mis papeles conmigo. Al menos no estoy tan jodida como podría estarlo —dije, aunque el alivio que sentía no era mucho. Maite sonrió levemente y me dio un apretón en la mano antes de soltarla. - Te puedes quedar conmigo el tiempo que necesites. No te preocupes por eso —me aseguró, y esas palabras fueron la gota que derramó el vaso. No pude evitar derrumbarme. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente escaparon, y solté un sollozo ahogado. Maite no dijo nada más, simplemente me abrazó en silencio mientras yo intentaba recomponerme. Eventualmente, el cansancio y el alcohol me vencieron, y me quedé dormida. Al día siguiente, cuando desperté, me encontré en la cama del cuarto de invitados de Maite. La resaca me golpeó con fuerza, y el dolor de cabeza era brutal. - Maldito alcohol... —murmuré, mientras me levantaba y buscaba a Maite para que me diera un analgésico. Cuando me vio, Maite ya estaba lista para la acción, como siempre. Me ofreció un vaso de agua y unas pastillas mientras me observaba con una sonrisa de apoyo. Maite y yo nos habíamos graduado de la escuela de medicina hacía un año. Ella había continuado sus estudios para especializarse, mientras que yo me había quedado en casa, queriendo ser la "esposa perfecta". Qué error más grande. - ¿Lista para mostrarle a ese tonto lo que se perdió? —me preguntó Maite desde el umbral de la puerta, mientras yo me aplicaba mi característico labial rojo. Cerré el labial y me miré una última vez al espejo. Me veía increíble. - Más que lista, amiga. —Sonreí, con el rostro decidido—. ¿Tu amigo realmente va a ayudarme con el divorcio? - Obvio. Ayer redactó la demanda y ya la entregó al notario. Damián va a recibir los papeles hoy mismo —dijo, sonriendo maliciosamente. Mi corazón se tensó al oír la palabra "divorcio". Aunque lo odiaba, me dolía que todo lo que habíamos construido se fuera al diablo. Pero ya no había marcha atrás. Cuando llegué a casa, lo primero que vi fue a Damián. Estaba de pie en el umbral de la puerta, acorralando a una pelirroja contra la pared, besándola como si el mundo a su alrededor no existiera. Algo en mi interior se rompió más de lo que ya estaba, pero me mantuve firme. No le daría el gusto de verme caer, de ver que sus traiciones seguían afectándome. Aclaré mi garganta. La pelirroja se separó de Damián en un sobresalto, mientras él se giraba para verme con los ojos muy abiertos, como si no esperara que yo apareciera en ese preciso momento. La sonrisa de suficiencia que había en su rostro segundos antes se desvaneció por completo. - Dime, Damián —dije, cruzándome de brazos—, ¿sabe tu otra novia sobre esta pequeña aventura? ¿O también le estás mintiendo a ella? El rostro de Damián palideció al instante, y la pelirroja lo miró con furia. No tardó en propinarle una sonora cachetada que resonó en el pasillo. Me costó no reírme, pero no dije nada. Aproveché el caos para deslizarme dentro del departamento mientras Damián se quedaba con su mejilla enrojecida y su amante dándole la espalda. Cuando cerré la puerta detrás de mí, el silencio en el departamento era casi palpable. Sabía que Damián entraría detrás de mí en cualquier momento, pero no me importaba. Lo último que quería era escuchar sus excusas. Me quité el abrigo lentamente, dejando que el silencio se prolongara, disfrutando del incómodo vacío que seguramente sentía al otro lado de la puerta. No pasó mucho tiempo antes de que lo escuchara abrir la puerta. Sus pasos eran cautelosos, como si no supiera cómo acercarse a mí. Y claro, después de lo que acababa de pasar, ¿cómo lo haría? Se quedó parado en la entrada, observándome mientras colgaba mi abrigo en su lugar habitual. - Lilith, no es lo que parece —empezó, su voz teñida de nerviosismo. Rodé los ojos y me giré lentamente para mirarlo. Ahí estaba, intentando nuevamente salvarse con las mismas palabras vacías de siempre. Me apoyé en la mesa del comedor, cruzando los brazos, y lo observé en silencio. - No es lo que parece —repetí, con sarcasmo en la voz—. ¿De verdad, Damián? ¿Qué parte no es lo que parece? ¿El hecho de que estabas besándote con esa chica, o que intentas hacerme creer que hay alguna justificación para todo esto? Él abrió la boca, buscando las palabras adecuadas, pero parecía perdido. Vi el sudor en su frente, las manos temblorosas. Era patético. - Escucha, Lilith. Las cosas han sido difíciles entre nosotros... —empezó, intentando sonar razonable, pero su voz apenas podía ocultar el miedo que sentía. - ¿Difíciles? —interrumpí, sintiendo la ira burbujear en mi interior—. ¿Y eso es una excusa para traicionarme? ¿Para burlarte de mí mientras sigues viviendo en MI casa? El silencio volvió a caer entre nosotros, pero esta vez estaba cargado de tensión. Damián sabía que no podía seguir ocultando nada. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, sentía el control en mis manos. Había pasado años permitiendo que él controlara la narrativa, que me hiciera sentir como si yo fuera la culpable de cada error en nuestra relación. Pero ahora, las piezas habían cambiado. - Voy a pedir el divorcio, Damián —dije, mi voz fría y segura—. ¿Quieres quedarte con el departamento? Quédatelo, no me interesa. Lo conseguí una vez, lo puedo hacer otra vez, pero tú nunca has logrado nada por ti mismo. Su rostro se contrajo en una mezcla de shock y rabia contenida. No esperaba esa declaración. No ahora, no cuando pensaba que aún tenía la ventaja. - ¿Y qué piensas hacer? – dijo furioso. – Tu familia te odia, no tienes a nadie de tu lado, Lilith. Terminaste la carrera, pero no hiciste tu año de trabajo social, así que es lo mismo que nada. Damián rió por lo bajo, como si tuviera ganada la batalla. No estaba mintiendo, yo no podía ejercer, pero eso no importaba, mi cerebro era todo lo que necesitaba para salir adelante. - Lo que logré antes lo hice sin ayuda de nadie, porque yo no soy solo una cara bonita, también tengo cerebro, algo que tu careces. – Dije y vi como apretaba su mandíbula para contener su ira. Damián permaneció inmóvil, como si aún no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Su expresión se desmoronaba lentamente, dándose cuenta de que había perdido más de lo que pensaba. La pelirroja que momentos antes había estado colgada de su cuello ya no estaba. Y conmigo, estaba perdiendo mucho más que una esposa. - Lilith... —intentó una vez más, su voz apenas un susurro. - No, Damián —lo interrumpí por última vez—. No más. Se acabó. Y con esas palabras, me di la vuelta para terminar de empacar mi ropa. No quería pasar más tiempo en este sitio. Hoy quería ir a emborracharme y ya mañana me encargaría de recoger mis pedazos para reponer mi vida.
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