Punto de vista de Lilith.
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Nunca esperé encontrarme en esta posición, a pesar de haberla sospechado por años, pero aquí me encontraba, con las pruebas en mis manos.
- Como puedes ver Damián y yo hemos estado juntos por dos años, no hay nada que puedas hacer, él me ama.
Hace un par de minutos esta señorita, si puedo llamarla así, se presentó en mi puerta para mostrarme toda la evidencia de la infidelidad de mi querido esposo. Se notaba que éramos de la misma edad, ella probablemente fuera un poco menor, o mayor, quien sabe en este punto, y la verdad es que no estoy interesada en los detalles.
- Evidentemente, así que dime ¿cómo dijiste que te llamabas? – pregunté de manera condescendiente.
Por supuesto que me dolía saber que mi esposo de cinco años me había sido infiel por casi la mitad de nuestro matrimonio, pero esta zorra no se iba a enterar cuánto me afectaba.
Puede notar cuánto le molestaba mi pregunta, ella esperaba verme desecha, llorando y llamando a mi marido para pedirle una explicación, pero yo no haría nada de eso. Sería rebajarme a su nivel, y yo no era una cualquiera como ella.
- Carolina Alcázar, mi familia tiene muchísimo dinero, mucho más que el que tú tienes, Damián estará feliz a mi lado. – exclamó mientras me daba una sonrisa burlona.
Así que esta señorita de cabello n***o azabache y ojos cafés era parte de la familia Alcázar. Efectivamente ella pertenecía a una de las familias más influyentes del país, y a pesar de que yo no tenía nada a mi nombre no iba a permitir que me viera derrotada.
Lo único que yo me preguntaba era como rayos pudo Damián codearse con gente tan influyente y si acaso esta mujer estaba tan ciega para conformarse con tan poco. O tal vez ellos sabían algo que yo no, pero no importaba.
- ¿Y te conformaste con tan poquita cosa? - pregunté mientras ella me miraba como si quisiera matarme. -Perteneces a una familia de abolengo, no entiendo cómo te pudiste fijar en Damián, entiendo que sea guapo, pero…
- Así ahora lo llames poca cosa, en su momento tú lo amaste y estoy segura que te duele que yo haya venido y roto tu perfecto matrimonio.
Aunque su comentario era sarcástico puede notar cuánto le inquietaba el hecho de que a mí no me importaba lo que me estaba diciendo. Si lo hacía, pero ya tendría mi momento de desahogo, ahora tenía que mantenerme fuerte.
- Bueno, ya que me entregaste todo lo que tenías creo que puedes irte.
Le abrí la puerta de la entrada para que ella saliera. Puesto que su visita no fue amistosa no le ofrecí sentarse, así que todo había ocurrido en el recibidor de mi hogar.
Sí, mi casa, porque yo la compre con los ahorros de toda mi vida, al igual que el carro que Damián usaba.
Carolina sonrió satisfecha de haber conseguido lo que quería. Maldita estúpida rompe hogares. Generalmente yo no culpaba a las mujeres que se metían con hombres casados. Ellos eran los que debían respeto, ellas no, pero le hecho de que ella vino a mi casa a vanagloriarse es un claro indicativo de que no le importa ser una perra desgraciada.
- Será un gusto verte salir de la vida de Damián, hoy vendrá a entregarte los papeles del divorcio. – dijo mientras sacudía su larga cabellera. – Asegúrate de firmar, no creas que Damián se quedará a tu lado.
Rodé los ojos. Esta mujer enserio piensa que me quiero quedar con el estúpido de Damián luego de todo lo que me acabo de enterar.
- Si, si, no te preocupes, te lo voy a mandar con todo y papel de regalo. – Respondí y cerré la puerta de la entrada.
Damián era un hijo de puta, después de todo lo que hice por él, decidió ponerme el cuerno. Pero esto no se iba a quedar así.
Sí, podrá ser guapo, pero yo no voy a dejar que me humille.
Damián era un hombre de veintiocho años, tenía cabello castaño claro y ojos verdes que contrastaban perfectamente con su piel de porcelana. Gracias a mí aprendió a cuidarse su barba y ahora era muy atractivo. Además, yo le sugerí que se metiera en un gimnasio para que ganara musculatura, por lo cual ahora tenía un cuerpo como los dioses. Su altura ayudaba por supuesto, fue una de las cosas que más me agradó de él.
Yo era una mujer alta, medía 1,70 por lo cual la mayoría de los hombres, por no decir todos, eran bastante pequeños para mí. Damián fue uno de los primeros que medía más de 1,80 y por ende era de la estatura perfecta para mí.
Bueno, no perfecta, pero era suficiente y con eso me conformaba.
Maldita sea, nunca debí dejar mis sueños por este estúpido, pero lo hecho, hecho estaba y ahora tenía que asumir las consecuencias y lidiar con ellas.
Fui a retirar una maleta del armario que usábamos como bodega. El departamento no era muy grande, solo teníamos un dormitorio, en el cual entraba una cama Queen a duras penas, un baño completo, un medio baño, una cocina y comedor, la sala y mi pequeño recibidor.
Las lágrimas empezaron a amenazar con salir, al ver las fotos de que había colgado de nosotros por todas las paredes.
Fui una estúpida.
Ahora no, Lilith, ahora tienes que empacar las cosas de ese imbécil para lanzárselas ni bien llegue a la casa, y luego debes llamar a tu abogado para que lo saque como el perro que es.
Llegué a nuestro cuarto con la maleta y abrí nuestro clóset. Mi parte como siempre, pulcramente arreglada, mientras que la de él parecía que había pasado un huracán a arrasarlo todo.
Bien me dijo mi suegra que él nunca había hecho nada en la casa, e igualmente yo lo acepté.
Esto sería más difícil de lo que pensaba, si guardaba toda su ropa de esa manera no entraría en la maleta, por lo cual me tocó doblar cada puta prenda de vestir que tenía, pero obvio, no sin antes decorarlas un poco y modificarlas con las tijeras.
De igual manera casi todo lo que tenía él había sido regalado por mí. Damián tenía cero sentido de la moda, y yo le enseñé a vestirse mejor.
Mis manos temblaban mientras continuaba doblando cada prenda de ese desgraciado. Cada doblez era un recordatorio de todo lo que había hecho por él, cada corte que le daba a su ropa era una pequeña venganza. Mi respiración era pesada, pero no iba a romperme, no ahora. Llorar podría esperar. Por años me había tragado la sospecha de que algo andaba mal, pero siempre encontraba la manera de justificarlo. Damián era tan encantador, tan convincente con sus excusas… Pero ahora, con las pruebas de su infidelidad, la rabia se mezclaba con la profunda humillación.
Escuché la puerta principal abrirse. Damián había llegado.
- Lilith… ¿qué estás haciendo? —preguntó al verme en el dormitorio, metiendo su ropa en la maleta.
Me volví hacia él, mis ojos encendidos, pero con la frente en alto.
- Lo que debería haber hecho hace mucho tiempo —dije con frialdad, tomando la maleta y lanzándosela. Cayó con un golpe sordo a sus pies. Lo miré, sosteniendo la mirada, cada palabra cargada de veneno—. Te puedes ir a la mierda, Damián. Esto se acabó. Nos vamos a divorciar.
El silencio que siguió fue espeso. Por un momento, vi cómo su cara se tensaba, pero luego esa sonrisa arrogante, la misma que me había conquistado al inicio, apareció en sus labios. Damián se rió. Esa risa burlona que tanto detestaba ahora.
- ¿Divorciarnos? —repitió, cada palabra impregnada de burla—. ¿Y adónde crees que vas a ir, Lilith? Porque, si no lo recuerdas, esta casa y el carro están a mi nombre. Y como firmamos separación de bienes... nada de esto te pertenece.
Sentí como si me hubieran dado una bofetada. Por supuesto. Este cerdo ya lo había planeado todo. Me quedé mirando, tratando de procesar lo que acababa de decir. El hijo de puta se había asegurado de dejarme sin nada, y yo había confiado ciegamente en él.
Damián dio un paso adelante, inclinándose levemente hacia mí.
- Así que, Lilith, la que se va de esta casa... eres tú.
Sentí cómo la rabia burbujeaba en mi interior, pero no iba a darle el placer de verme derrumbada. Respiré hondo, luchando por mantener la calma, mientras mi cabeza procesaba rápidamente lo que acababa de escuchar. Todo lo que había trabajado, lo que había construido, se lo había entregado en bandeja de plata, confiando en que nunca me traicionaría. Qué ingenua fui.
- ¿Te crees muy listo, Damián? —dije, intentando que mi voz no temblara—. ¿De verdad piensas que voy a irme sin más, después de todo lo que hice por ti?
Su sonrisa se ensanchó, y esa mirada de suficiencia me revolvió el estómago.
- Lilith, sé que te duele, pero deberías haber visto esto venir. Pensaste que podías controlarme, pero nunca fuiste más que una distracción cómoda.
Sentí el golpe de sus palabras, pero no me moví ni un centímetro. Me mantuve firme, aunque por dentro mi corazón se rompía un poco más con cada palabra que salía de su boca. Era un hombre que conocía a la perfección cómo herirme, pero no iba a darle el placer de ver mis lágrimas.
- Es gracioso que pienses que puedes deshacerte de mí tan fácilmente, Damián —contesté, forzando una sonrisa mientras mi mirada se endurecía—. Puede que tú tengas la casa y el coche a tu nombre, pero te olvidas de una cosa muy importante. Yo no necesito nada de eso. Tengo algo mucho más valioso que todo lo que puedas ofrecerme. Tengo mi dignidad, algo que tú claramente perdiste hace mucho tiempo.
Vi cómo su expresión cambiaba por un segundo, como si no esperara mi reacción. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mirada de confusión, como si mi seguridad lo descolocara.
- ¿Y qué vas a hacer? —me retó, cruzándose de brazos, intentando recuperar el control de la situación—. ¿Irte a vivir a la calle? Porque eso es lo que te espera si intentas pelearme.
No pude evitar una risa sarcástica. Era tan típico de él subestimarme. Toda su arrogancia, todo su poder, se basaba en la creencia de que siempre estaría un paso adelante, de que siempre me tendría bajo control. Pero ya no.
- No te preocupes por mí, Damián —dije, caminando hacia la puerta con una calma forzada—. Yo sabré qué hacer. Tú disfruta tu nueva vida con tu zorra millonaria. Al final, el dinero no compra lealtad ni respeto.
Lo vi tensarse ante mis palabras, pero no respondí más. Ya no valía la pena. Sabía que lo que más le dolería sería verme irme sin darle el drama que tanto esperaba. Abrí la puerta y, antes de salir, lo miré una última vez.
- Esto no se acaba aquí —le advertí—. Porque si algo aprendí de ti, es que nunca debo darme por vencida.
Cerré la puerta detrás de mí, sintiendo el peso de los últimos años desmoronarse sobre mí.