Capítulo 5

4424 Words
Constantin Nos cambiamos de ropa antes de llegar al aeropuerto, ver a Calia con uno de mis diseños puestos hace qué mi corazón se acelere, tiene una camisa blanca y mierda el escote en V qué tiene resalta sus grandes pechos, viene a juego con una falda qué le llega arriba de la rodilla y se ha puesto unas botas rosas, se amarro el cabello en una coleta, tengo qué respirar profundo porque verla de ese modo sólo me provoca querer hacerla mía. Entrelazo mis dedos con los suyos y caminamos al pase de abordaje. — Viajaremos en vuelo comercial, esto significa qué habrá más personas, son cosas qué los humanos hacen mucho – comienzo a decirle. – Estaré contigo en todo momento, no tienes qué preocuparte. — De acuerdo. Nuestras maletas ya fueron fichadas, me acerco a la encargada y le muestro nuestros pasajes, así cómo nuestros pasaportes. Calia tiene una sonrisa qué no borra y mira todo con tanta curiosidad qué me hace sonreír, el mundo qué le enseñaré la dejará sin habla. Nos entrega nuestras cosas y entramos, tenemos primera clase ejecutiva, lo qué nos da los mejores lugares. Sin soltar de la mano a mi esposa… mi esposa, joder me encanta decir eso, seguimos a la azafata y nos sentamos en nuestros lugares. — ¿Y bien? – preguntó después de abrochar su cinturón. — Todo se ve maravilloso, y los asientos son muy cómodos, nunca he volado en uno de estos – me mira y tiene ese brillo en sus ojos, tiene el maldito sol en ellos. – Es raro volar sin mis alas. — Te acostumbraras – le sonrió. — Entonces – suspira con una sonrisa. – ¿A dónde iremos? Quiero saberlo todo. Nunca tuve con quien hablar de mis cosas, cuando tocaba el tema de mis diseños o de Italia, Amelia siempre me jodia y nunca podía entrar en detalles, pronto fue sólo un secreto mío y el único qué sabía era Lucifer y Aradia. Tener a alguien qué con tanto anhelo y emoción quiere saber de mí y de mis cosas. Me hace feliz. — Iremos a Milán, es uno de los mejores lugares de la moda, tengo todo ahí, casa, mi lugar de trabajo y todo. — ¡Uy! ¿Y me dejaras estar contigo? Quiero ver todo de cerca. — Claro qué sí – tomó su mano. – Te volviste mi musa. Se ríe y se inclina para besarme en la mejilla. — El viaje es muy largo, así qué podemos descansar o hacer lo qué tú quieras. El avión comenzó a moverse y Calia se pegó a mi brazo con fuerza, asustada. — Tranquila ángel, el avión comenzó a despegar, mira – señalo en la ventana. — Se mueve horrible – dice abrazada a mí. – Cuando yo vuelo no se siente esto. No debería reírme pero lo hago, la abrazó y besó su cabello, acariciando sus brazos y entonces el avión despega y la luz verde se enciende de qué podemos quitarnos el cinturón. — Ya estamos en el cielo – susurró. — Vaya – dice separándose de mí para ver por la ventanilla. – Se ve increíble. — Apuesto qué no tienes esas vistas cuando vuelas – le sonrió. — Tengo mejores – me sonríe. — Presumida – desabrocho su cinturón. – Entonces ángel, tienes casi 200 años, yo quiero saber todo lo qué has vivido. — Nada bueno – suspira. – Mi padre me tenía con los escribas y es por eso qué conozco la biblia al derecho y al revés, hay muchas cosas qué se omitieron. Por ejemplo, Caín, él realmente era quien amaba a Dios, pero Abel era el más curioso, y no fueron celos lo qué sintió realmente Caín estaba orgulloso de su hermano, porque era quien recibía la aprobación de Dios hasta qué supo qué Abel estaba en ambos bandos, hablando con Lucifer y con Dios, tuvieron una pelea y matarlo fue un accidente. Dios no lo vio así y lo condenó, cuando yo supe esto me empeñe en buscarlo porque no hubo registro de su muerte. Lo encontré y bueno, nuestra relación fue muy buena. — Vaya, no creí eso de él – susurró. – Supongo qué sabes más qué culturizar religión ¿no? — Sí, es por eso qué se me hace hipócrita qué los “devotos” vayan al cielo cuando realmente son unos hipócritas qué todo lo hacen en nombre de Dios. — Woow – la miró. – Mi chica habla sin pelos en la lengua. — Lo siento, pero me enfurece eso. — No te disculpes, me gusta eso – acaricio su mano. – ¿Quieres qué pidamos algo? — Claro. Tras haber pedido algunas bebidas y unas papas fritas, ella se quedó recargada sobre mí y se durmió. Me acomode mejor y los dos pudimos dormir, la sensación de qué ella estuviera entre mis brazos ha sido tan maravilloso qué no quiero que nunca se acabe. Soy consciente de las consecuencias qué esto va a traer, tanto las malas cómo las buenas, he dicho qué me mantendré alejado de todos los problemas para darle a Calia una vida qué disfrute a mi lado. Pero eso no significa qué deje de pensar qué ella está marcada por la Muerte, qué tiene una marca por mi culpa o qué ahora el Cielo quiera destruirnos o destruirme por casarme con ella, no me arrepiento, lo hubiera hecho aún sin sentir nada por ella. Soy jodidamente consciente de qué ella no sabe qué es el amor en carne propia y qué todo lo que siente es claramente su primer amor, soy el primer hombre en su vida, a pesar de ese tal Emmanuel, yo soy quien la emociona, le acelera el corazón, la hace feliz, y no pienso cambiarlo. Ella está enamorada de mí, y yo lo estoy de ella. Lo sé, Constantin Gorman, el hombre qué se acostaba con tantas chicas en una noche, qué tiene clubs de sexo, ¿enamorado? Sí, lo estoy. Desde el momento en el qué desperté y la vi, me fue imposible no quitarle la mirada de encima, fue cómo si me atrajera un imán, y después de rechazar esa propuesta de Azzoth, quise mantenerme lejos de ella, pero mierda, no pude. No salía de mi cabeza, sus ojos, su cabello, su voz, su sonrisa. Me volví su sombra casi tres semanas, estaba mirándola desde lejos en el Infierno, observando todo lo qué hacía y eso sólo aumentó qué me gustara más y más. No soy bueno para ella, lo tengo más que claro. Soy la muerte y ella es la vida, luz y oscuridad, polos completamente opuesto qué se atraen cómo imanes. Yo sabía qué si tan sólo la tenía una vez, no podría soltarla sin importar el daño qué eso causara, la quiero para mí y nadie más, puede venir otro apocalipsis y yo no la dejaría, ella es mía y ni Dios podrá borrar eso. Cuando despertamos, aún faltaban 7 horas de vuelo, por lo qué decidí llevarla a recorrer un poco el avión, caminar entre pasillos y detenernos en el bar qué el avión tiene, varios ejecutivos y empresarios reconocidos estaban ahí y sin duda no pasaban por alto a mi esposa. Una chica alta, aproximada qué mide uno setenta y cinco, un cabello dorado qué brilla con cualquier luz, una tez perfecta, unos ojos llamativos, una boca apetecible y un cuerpo qué haría pecar a cualquier santo. Se puso ahora un vestido azul con varias flores, le llega un poco arriba de la pierna, acentúa bien su cintura, su redondo trasero y sus grandes pechos. Calia no sabe el impacto qué tiene en la gente, ella pasa cómo si nada llevándose el protagonismo. Se sienta sobre uno de los taburetes, sus largas y esbeltas piernas están robando suspiros. Siento una oleada de celos, pero me controlo, ella no tiene la culpa de llevarse el protagonismo. Me siento a su lado y pongo mi mano sobre su rodilla descubierta, mostrando el anillo de bodas qué reposa en mi dedo anular izquierdo, Calia me sonríe y pone su mano sobre la mía, justo dónde reluce ambos anillos. — ¿Qué quieres beber, ángel? – digo mirándola. No tiene ni una sola gota de maquillaje y se ve tan hermosa, es un ángel muy hermoso, una Diosa perfecta. — ¿Qué es eso rosado? – señala una botella de champagne. — Champagne rosado – la miró. – ¿Quieres probarlo? — Sí. — Dos copas de su champagne rosado. Vuelvo la mirada a Calia, ella mira con atención cómo abren la botella y sirven el contenido en cada copa, sus ojos siempre tan curiosos, el cómo recarga la mano sobre su rostro mirando algo qué le gusta, hasta qué me voltea a ver y se le forma esa sonrisa qué ilumina su rostro. — ¿Qué? – pregunta en un tono inocente. — Eres muy hermosa – dije sin dejar de mirarla. Sus mejillas se encienden. – No soy el único qué lo piensa, te llevas todas las miradas de los qué están aquí, porque saben lo bella qué eres. — Pero a mí sólo me importa la de mi esposo – dice mirándome. — Tu esposo – digo sintiendo cómo esa cálida sensación crece en mi pecho. – Mi esposa. — Tu esposa – dice sonriendo. Tomó su mentón y me acercó para besarla, un dulce y tierno beso. Sintiendo la suavidad de sus carnosos labios, introduzco mi lengua en su boca y la escucho gemir, sus manos se posan en mis brazos, le demuestro a todos los presentes qué soy el único qué puede tenerla así. Separó nuestros labios, aun tiene los ojos cerrados, sus labios rojos e hinchados, sus mejillas rojas, y jadeante. Acarició sus mejillas, rozo mi nariz con la suya y abre los ojos, un destello verde aparece de ellos, le sonrió y besó la punta de su nariz. No me separó mucho de ella, pongo mi mano sobre su cintura y tomó ambas copas, ella aún está jadeando y tiene esa sonrisa qué la hace ver más hermosa, pasa sus manos por su cabello y me mira, la pupila de sus ojos está dilatada. — Aquí tienes mi ángel – le doy la copa. — Gracias – toma la copa y la mira. – Tienes burbujas. — Así es – le sonrió. – Hagamos un pequeño brindis, por nosotros. — Seremos muy felices juntos – dijo Calia y chocamos nuestras copas. Espero a que ella pruebe su champagne para ver su reacción, le da su primer sorbo y hace un gesto con su frente qué me parece tierno, le da otro y me mira con ojos muy grandes, toma mi mano libre y abre la boca con sorpresa. — Esto está delicioso, pruebalo. Me río y lo pruebo, es dulce y las burbujas te dejan una deliciosa sensación en el paladar, vuelvo a mirarla y espera una gran reacción de mí, sólo le sonrió y asiento con la cabeza. — Es deliciosa, aunque un poco fuerte. — ¿Fuerte? — En alcohol, lo que significa qué si tomas mucho puedes emborracharte. — Soy un ángel, es difícil emborracharme – dijo dándole otro trago a su champagne. – Gabriel lo intentó y él acabó ebrio. — Bueno eso significa qué no es fácil qué te pongan ebria – le sonrió. — ¿Y tú? ¿Qué tan fácil te pones ebrio? — Necesito enormes cantidades de alcohol para qué eso ocurra – le doy otro trago al champagne. – ¿Cómo te sientes, ángel? Con todo lo ocurrido no hemos hablado de ellos, ¿estás bien? Su expresión cambia, su sonrisa y su semblante feliz desaparecen, suelta un suspiró y mira las burbujas de su copa de champagne. — El Cielo sigue siendo mi hogar, Dios sigue siendo mi padre y me duele ¿sabes? Qué trate de obligarme a hacer algo qué no quiera, qué quiera que todo se haga cómo su voluntad, qué no entienda qué yo puedo ser feliz a mi manera y qué puedo estar con él sin necesidad de esto. No me lo tomes a mal, no me arrepiento de nada, pero realmente me hubiera gustado qué mi padre estuviera feliz con mis decisiones y… Pasa una mano por su cabello, me acercó a ella y acaricio su espalda. Supongo qué no es fácil dejar tu hogar, cuando has pasado más de un siglo ahí y aunque sean unos hipócritas descarados, siguen siendo parte de su familia. — No puedo decirte qué eso vaya a cambiar – digo tomando su mano. – Yo estaré a tu lado sin importar nada, así no me quieras contigo, yo estaré ahí. La abracé y dejé qué se aferrara a mi pecho y sacara la amargura de su familia. El vuelo llegó a su final, Calia volvió a ponerse nerviosa con el deceso, pero habíamos llegado. Sujetando su mano fuimos por nuestras maletas y entonces ahora yo me enfrente a mi realidad, mi verdadero yo. — Señores Gorman – dijo un hombre de traje, abriendo la camioneta qué había pedido. — Gracias – dije y dejé qué mi esposa subiera primero, subieron nuestras maletas y subí a su lado. – ¿Lista? — ¿Para qué? – dijo quitando su mirada de la ventanilla. — Para comenzar a vivir entre los humanos y ser la esposa de un diseñador muy prestigiado. — Sí – dijo con emoción. – No sé qué hacer, pero sí. — Ya te lo diré – bese su mejilla y la abrace. Veinte minutos después llegamos a la lujosa mansión. Sí, cuando tuve la oportunidad quise ser ese rico millonario con una mansión de lujo. Las puertas se abrieron y dejaron ver el enorme jardín, la mansión constaba de 34 habitaciones y tres pisos, había una enormes alberca y piscina, tenía una enorme bibliotec, un salón para cincuenta personas, un cierto de juegos, un cine, un bar, tenía un enorme estudio en el cual hacía la mayoría de mis trabajos, aunque también tengo un estudio en la ciudad. Tengo sirvientas, un mayordomo, jardineros y todo lo qué un rico puede tener. Sí Alister supiera de esto, seguramente me mataría, al menos ya no está aquí. Bajamos de la camioneta y mi sirvienta Adalet está esperando con una sonrisa y Laurent mi mayordomo está igual. — Señor Goman, bienvenido – dijo Adalet. — Señores Gorman – corrijo y tomó a Calia de la cintura. – Les presentó a mi esposa, Calia Gorman – miró a mi esposa. – Ángel, ella es Adalet mi sirvienta, cuando quieras algo se lo pides a ella. — Mucho gusto señora Gorman – dijo Adalet. — Laurent es mi mayordomo. — Un gusto señora Gorman. Entramos a la casa y Calia observó todo fascinada, dejó que vea todo a su gusto y miró a Adalet qué viene a mí con una sonrisa. — Creo que debes pagarme ¿no? Dije qué no volverías sólo. — Tienes razón – le sonrió. – ¿Cómo han estado las cosas aquí, Adalet? — Todo tranquilo, Abaddon llega a venir una o dos veces al mes, pero nada fuera de lo normal – suspira. – ¿Cómo salieron las cosas en Castlebrook? — Nada salió bien, todo se arruinó – la miró. – Quiero qué se refuercen las protecciones de todo tipo, quiero protecciones hasta contra el Cielo ¿sí? — ¿Tan malo es? Miró a mi esposa qué está ahora en la sala mirando y tocando todo lo que ve. — Quiero protección, pero no para mí, sino para ella. — Entiendo, me haré cargo. ¿Me dirás quien es? — No – le sonrió. – ¿Puedes hacer la cena? Estoy agotado. — Claro. Nuestras maletas ya las han subido a nuestra habitación, entonces me acercó a Calia, la abrazo por detrás y aspiro su dulce aroma, pongo mis manos sobre su vientre y ella se ríe cuando me siente. — Podemos hacer los cambios qué tú quieras. — Quiero ver toda la casa – dice dándose la vuelta. — Vamos. Tomó su mano y le doy un recorrido, vamos al gran salón, la sala, el comedor, la cocina, vamos a la parte trasera dónde todavía continúa el jardín y está la gran alberca y la piscina, subimos las escaleras y vamos a la biblioteca, al cine y entonces la llevo a mi estudio. — ¿Aquí surge la magia? – pregunta soltando mi mano. — Así es – me recargo en la pared y la veo recorrer toda la gran habitación. — ¿Y qué harás ahora? ¿Ya tienes algo en mente? — Sí – digo sin quitar la mirada de ella. – Todos mis diseños van a ser dorados – se detiene y me mira. – Me inspiro en la mujer qué se casó con la muerte – viene a mí y me mira con una sonrisa. – En mi ángel. — ¿Te vas a inspirar en mí? — Sí – me acercó y la besó. Mierda, este besó está haciendo qué quiera quitarle la inocencia aquí mismo. – Vamos a seguir recorriendo el resto. — Está bien – toma mi mano y salimos de mi estudio. Subimos al tercer piso, dónde hay varias habitaciones, la última es la mía, así qué la llevó de la mano hasta ella, la gran cama, el enorme closet, el balcón y el espejo qué cubre casi media pared. Cierro la puerta y dejó qué mire la habitación. — Nuestra habitación – digo mirándola, está de espaldas a mí, me acercó a ella pegando mi pecho a su espalda. Estoy controlando mis ganas de no tomarla cómo un animal en celo. – Ángel. — Constantin – se gira y me mira. Hay deseo en su mirada, pero también miedo, es normal al ser tu primera vez. — No haré nada qué no quieras, ángel – ella se acerca y pone sus brazos alrededor de mi cuello. – Respetare el limite. — Quiero estar contigo de todas las formas. ******************************* Calia Estoy segura de esto. No con Emmanuel, no con nadie más, sólo Constantin. Él me ha hecho sentir más cosas qué cualquier otra persona, quiero estar unida a él, quiero hacer esto. Dios hizo el sexo cómo un regalo, no privo a nadie del sexo, ni siquiera a Lucifer. ¿Por qué me abstendría de un regalo de mi propio padre? Lo besé, sus labios ahora atacaban con más firmeza los míos, sus manos recorrían mi cuerpo, se sentía tan bien, todo el calor, la electricidad, la humedad qué sentía en mi entrepierna. Constantin me dejó sobre la cama, él sobre mí sus manos comenzaron a acariciar mis piernas y de pronto se separó. — Déjame hacer esto – jadeo mirándome. – Tú sólo déjate llevar, ángel. — Sí. Su sonrisa me hizo sentir un escalofrío en todo el cuerpo. Pasó su lengua por sus labios, me quito los zapatos y comenzó a masajear mis pies. Se sentía tan bien. Sus labios se posaron en mi pantorrilla y comenzó a subir poco a poco, mi respiración está acelerada, mi corazón late con fuerza, pero todo lo que siento es tan maravilloso, incluso la humedad qué se siente entre mis piernas. Sus manos acarician mis rodillas, mi vestido cada vez sube más y cuando está llegando a mis piernas, se detiene, toma el borde de mi vestido y lo mira, comienza a subirlo y me levantó para que me saqué el vestido por completo. Trago saliva, no tengo más que una bragas rosas, no tengo sostén y puedo sentir la lujuria en su mirada, me hace querer apretar las piernas. Constantin tiene la mirada fija en mis pechos, su respiración está mucho más agitada que la mía, por alguna razón llevó mis manos a mis pechos y eso sólo hace que su mirada sea más oscura, su mar en una tormenta oscura. Aprieto ligeramente mis pechos y siento una gran descarga eléctrica en mi cuerpo ¿qué fue eso? Siempre me he tocado los pechos pero nunca sentí… eso. — Estás excitada – su voz suena más ronca. – Cada roce se siente cómo una descarga eléctrica – sus manos pasan por mi vientre y me hacen jadear, sonríe de lado. – Tu cuerpo está sensible ahora – lo veo quitarse la camisa y viene a mí, su pecho queda pegado al mío, acuna mi rostro entre sus manos. – Déjame enseñarte algo qué tu cuerpo no ha sentido aún, ángel. — Sí. No puedo responder otra cosa que no sea sí. Me besa, siento su lengua entrar en mi boca, mi lengua se mueve por inercia con la suya. Una de sus manos va a mi pecho y la otra a mi cintura, la que está en mi pecho, lo aprieta y acaricia, suelto un gemido y eso lo hace sonreír y continuar. Se separa un poco de mí y me hace ver lo qué sus manos le hacen a mis pechos, los aprietan y pellizcan mis pezones. Siento una oleada de calor que se expande en todo mi cuerpo y se centra en mi vientre. — No sabes lo hermosa qué eres, mi ángel – dice cerca de mi oído. Me estremece por completo. – Inocente ángel. Todo mi juicio y moral se nubla cuando besa mi cuello, su barba me provoca cosquillas, su lengua lame mi cuello y continúa bajando. Dejó de sentir sus manos en mis pechos, pero ahora siento algo que me hace soltar un grito. Su lengua en mis pezones. Mis gemidos salen tan naturales cómo lo hace mi voz. Su boca se encarga de mis dos pechos. Me siento con tanto calor, con tanta hambre de él, mi cuerpo grita más, mi mente está apagada y mi libido está por los cielos. Deja mis pechos y extraño la sensación de su lengua en mis pezones. Pero baja más y más, mi espalda se arquea cuando siento su aliento en mi vientre. Me obligo a mantener los ojos abiertos y ver todo lo qué hace, quiero ver cada detalle de eso. Tiene una sonrisa y se ríe antes de que sus manos pasen por el elástico de mis bragas. Me muerdo el labio y siento cómo sus manos bajan mis bragas por mis piernas, hasta que las saca por mis pies. — Eres tan hermosa, ángel. Sus palabras quedan tan marcadas en mi piel, en mi corazón, qué sonrió aún con mi pecho subiendo y bajando. Me separa las piernas y lo veo colocarse entre ellas, trago saliva, mi garganta está muy seca. Hay una capa de vello dorado en mi monte de venus. Constantin me rodea con sus manos mis piernas y cadera, sube la mirada y siento sus dedos pasar por mi zona. — Tu cuerpo responde ante mí – dijo mirándome. – Tu sexo, tu v****a está completamente mojada de tu propio lubricante, tu olor es tan atrayente – lo veo tragar saliva. – Abre las piernas para mí, ángel y disfruta el primer sexo oral qué te daré. No respondo, siento su lengua entre mi sexo, abre mis pliegues y lame. Mis manos van a su cabello y no sé sí porque quiero quitarlo o para que no se vaya. Sus manos me agarran con fuerza, no me voy a librar de él y no quiero. Quiero mantener los ojos abiertos pero no puedo, los cierro y siento que la sensación aumenta. Su lengua, sus labios sobre mi sexo, me siento mucho más humedad de ahí ahora. Mis gemidos son gritos, mis caderas empiezan a moverse contra su boca, mi cuerpo se arquea, siento calor, siento una descarga eléctrica en cada parte del cuerpo. De pronto toca un punto que me hace chillar con fuerza. No deja de tocar ese punto, las sensaciones ahora son al mil, todo mi cuerpo hormiguea y una descarga eléctrica se expande hasta la punta de mis dedos. Emito un fuerte grito y me desplomo en la cama. Quiero llorar, quiero hacer pis… — ¿Qué fue eso? – apenas pude articular una palabra, sueno cómo si estuviera llorando. Siendo la lengua de Constantin una última vez, me tiemblan las piernas, siento un pitido en mi oído y mi vista está borrosa. — Deliciosa – sonríe mirándome. Viene a mí y acuna mi rostro de nuevo. – Sí tan sólo pudieras verte ahora, entenderías porque te diré qué en este momento eres la criatura más hermosa y perfecta del mundo. Totalmente hecha un desastre y extasiada. Besa mis labios. — Constantin – jadeo. — Tuviste un orgasmo – susurra mi oído. – Y no será el único. Se separa de mí y se aleja de la cama, lo mire y se está quitando el resto de su ropa. Me sonríe y vuelve a mí, vuelve a meterse entre mis piernas, pero está vez viene hasta mí, toma mi rostro con una de sus manos y con la otra siento que acomoda su m*****o en la humedad de mi sexo. — Esto dolerá un poco, sólo al principio – dice sin dejar de mirarme. Entonces lo siento. Entra en mí con delicadeza y hasta dentro. Duele, tiene razón, me quejó y él acuna mi rostro para qué lo mire. — Sólo es por un momento. Asiento con la cabeza, lo siento entrar una vez más y está vez ya no duele tanto, comienza con un ritmo lento y cada vez que entra y sale ya no duele. Ahora siento placer. Llevo mis manos a su cabello y lo besó, Constantin acaricia mis pechos, mi vientre y siento una de sus manos de nuevo en ese punto que me hace gemir con fuerza. — Ese punto, es tu perla roja, tu clítoris, ángel – me mira y vuelvo a besarlo. Sea lo que sea que haga que no deje de hacerlo. Mis gemidos no dejan de brotar de mi boca, siento otro torbellino en mi cuerpo, está vez viene con más fuerza, lo rodeo con mis piernas, la fricción de cada penetrada, cómo toca puntos dentro de mí que me hacen ver las estrellas. Nuestros gemidos se acoplan y parece que estamos a la par. De nuevo siento eso, otro orgasmo avasalla mi cuerpo y enseguida siento a Constantin de la misma forma, siento cómo me llena y me gusta la sensación espesa y caliente en mi interior. Toma mi rostro y vuelve a besarme. — Ahora eres mía, ángel.
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