Capítulo 6

3322 Words
Constantin Abrir los ojos y ver una melena dorada y un rostro angelical, me da cosquillas en el vientre y acelera mi corazón. Es real. Por fin tengo algo bueno qué es sólo mío. Mi ángel. Acaricio su espalda desnuda y sonrió sabiendo qué la inocencia de mi ángel va a desaparecer poco a poco. Me acercó a ella, besó su hombro, su espalda y dejó un rastro de besos húmedos por tada su espalda, la escuchó jadear cuando llegó a su espalda baja, me detengo un momento para ver su perfecto culo, redondo y grande, lo agarro en mis manos y escucho un gemido salir de su boca, subo la mirada y me encuentro con sus esmeraldas mirándome sobre su hombro. Le sonrió y comienzo a besarle las nalgas, sin quitar mi mirada de la suya, abro sus nalgas y lamí toda su hendidura, vi cómo su rostro tomaba un color rojo y cómo sus manos apretaban la almohada. Volví a lamerla, tome sus caderas y las levante, la escuche respingar y la acomode para qué se quedará en cuatro, lami su sexo qué estaba chorreando en sus fluidos, me encanta qué se humedezca tan rápido, no entendía todo lo qué pasaba pero su cuerpo respondía por sí sólo. Succione su sexo, sus gemidos eran tan eroticos, me enloquecía escucharla llena de placer. No deje qué se corriera y pronto escuche un quejido de los más profundo de su garganta, me miró sobre su hombro, su ceño fruncido, pequeñas gotas de sudor en su frente, sus labios rojos e hinchados. Me acomode detrás de ella y tome mi glande para entrar en ella de una sola embestida. Su grito de sorpresa me hizo sonreír aún más. Tome sus caderas y comencé a entrar y salir de ella, viendo cómo sus nalgas chocaban con mi pelvis, cómo sus grandes senos colgaban y se mecían cómo columpios. Le di una nalgada y ella soltó un gemido, le gusto, le di otro azote y comencé a embestirla con fuerza y cada vez más profundo. La quiero follar, quiero qué conozca lo qué es el placer de un sexo salvaje. La tomé de los hombros y la pegue a mi cuerpo, su cabeza quedó junto a la mía, le quité el cabello de la cara y la tomé del cuello, la mire y vi sus esmeraldas oscuras, estaba llena de éxtasis. Nos movíamos a la par, aparte sus pechos, lamí su cuello y frote su clítoris, sus gemidos eran gritos fuertes, me enloquecía verla sumida en el placer del sexo. Un ser angelical sumido de el deseo carnal, en el maravilloso sexo, con un ser de muerte, un enemigo nato qué se la folla con placer. Sus uñas se enterraron en mis brazos cuando el orgasmo la invadía, no deje de frotar su clítoris y vi cómo salía a chorros, su cuerpo se colapsaba sobre el mío, la embestí con más fuerza y me corrí en su interior. Los dos jadeando y gimiendo fuerte, sudados y completamente extasiados. La tomé en brazos y la lleve a la ducha, le lave el cabello y el cuerpo, después lo hice conmigo y al final la enrolle en una toalla, volvimos a la habitación y la deje sobre la cama mientras sacaba mi ropa, vi cómo ella tomaba una de mis playeras y se la ponía, apenas si cubría su culo, se puso unas bragas y volvió a la cama. Me puse una playera negra y un pants, fui con ella y la lleve de vuelta al baño, comencé a ponerle productos en el cabello para qué se lo dejará suave y brillante, le peine el cabello y ella no perdió detalle alguno. Cuando termine ella se puso de pie frente a mí y tomó mi rostro para besarme, deje que ella me besara, un tierno y suave besó. — Vamos a comer algo ángel – dije tomando su mano. — Tengo mucha hambre – dijo cuando salimos de la habitación. — Quemamos muchas calorías – le sonreí. Bajamos a la cocina y el desayuno ya estaba servido, me senté a la mesa y ella a mi lado. — ¿Estás bien? – pregunte antes de desayunar. — Sí – dijo tomando su vaso con jugo. – ¿Por qué? — Curiosidad… Realmente quería saber si estaba bien con todo lo qué pasó, joder, ayer le quite su virginidad, su pureza y su inocencia y yo no me siento mal, es más creo qué me siento jodidamente bien pero en ella es distinto. Sin embargo, la veo bien, más radiante e incluso más suelta de lo normal. Cuando terminamos de desayunar, tomé su mano y ahora sí le di el gran recorrido de mi casa. Nadie sabe de esto, ni siquiera Amelia lo sabía y eso qué ella salía muy seguido, nunca lo supo. Lo digo y lo admito, soy vanidoso, me encanta todo lo caro y lujoso aunque en Castlebrook tenga una apariencia distinta, cuando soy de verdad yo, soy esto. Cosas de marcas reconocidas, siempre imponiendo al lugar qué aparezco y todo eso lo quiero para ella. — ¿Qué piensas hacer? – dijo Calia, pasando sus dedos por las telas qué tengo en mi estudio. – ¿Cuáles serán tus próximos diseños? — Pensaba en qué la colección fuera dorada, todo – digo sin quitar la vista de ella. – Ya tengo en mente varios vestidos y – me acercó a ella, sus esmeraldas se posan en mí y le sonrió. – Quiero qué estes conmigo. — Pero ¿qué voy a hacer? – dice sin entender. — Eres mi musa – tomó su mentón. – Para qué mi inspiración fluya, te quiero conmigo en todo momento. ¿Sí? — Sí – me sonríe. — Pero no ahora – acarició su mentón y bajó la mirada a sus carnosos labios. Me abstengo de besarla porque sí comienzo no voy a parar y voy a volver a tomarla. – Vamos a salir, así qué nos cambiaremos de ropa y nos iremos. Chilla de emoción y se va de mi estudio, me quedo con una sonrisa totalmente estúpida. Cuando entró en mi habitación ya la veo casi lista, por lo qué voy por mi ropa. Una playera negra, unos jeans blancos, zapatos negros, me peino el cabello y acomodo mi anillo de bodas, sonrió, sí tengo un anillo de bodas. Al ver a mi ángel, la veo con un vestido blanco con cerezas, le llega arriba de la rodillas, define bien su cintura y tiene un pequeño escote qué hacen ver muy bien sus pechos, se ha puesto una diadema y la veo acomoda sus anillos y mirarlos un segundo antes de mirarme. Por un segundo veo la duda en sus ojos y eso me hace acercarme a ella, me siento al borde de la cama y tomó la mano en la qué tiene los anillos. — ¿Qué pasa, ángel? — Me case contigo, un enemigo nato del cielo, y me entregue por completo a ti. — ¿Te arrepientes? – me amarga decirlo, pero tengo qué saber qué pasa por su cabeza. — No – se sienta frente a mí. Sus esmeraldas se funden en mi mirada. – Te amo, pero eso no quita qué tema por lo qué el cielo o la muerte nos hagan por esto. Adan y Evan fueron desterrados del Edén, nosotros podemos tener un final peor. — Ángel – tomó sus manos y la miró. – Nada nos pasará. — No conoces el futuro, Constantin. — No lo conozco, pero prometí qué te iba a proteger, no me importa enfrentarme a Dios o a la Muerte con tal de qué estemos juntos – sus ojos brillan. – Ángel, entiende una cosa, ni muerte, ni vida me van detener de ir en contra de quienes nos quieran separar. Me diste una segunda vida y quiero pasarla contigo, sin importar las consecuencias de este acto. — ¿Estás seguro? — ¿Tú lo estás? Calia asiente con la cabeza, la rodeo con mis brazos y besó su cabello. Minutos después, estamos en mi garaje, sacando un Lamborghini de edición limitada, sólo hay siete de estos y yo tengo uno. La reacción de mi esposa al ver el auto no tiene precio, admiraba el auto, no dejaba de verlo por todos lados, se ve tan tierna. A simple vista, una chica de apenas veinte años, con vestido blaco con cerezas y zapatos bajos color rojo, su cabello dorado cayendo por sus hombros, cerca de un Lamborghini SIÁN FKP 32 color n***o, mirándolo cómo si fuera la octava maravilla. Sonrió. Creo qué mi ángel ha encontrado un gusto por los autos. Le abro la puerta y su asombro crece, sus grandes y expresivos ojos me hacen sonreír más, cierro la puerta y subo del otro lado, me pongo mis lentes oscuros y veo cómo sigue tocando y observando todo con tanta atención. Me acercó y le pongo el cinturón, su mirada deja de estar en el interior del auto para mirarme a mí. — ¿Te gustó? – digo cuando abrochó su cinturón. — Me encanta – dice emocionada. — Te llevaré a una expo de autos, te encantará – le sonrió y le entregó unos lentes oscuros. – Protegen tu vista del sol. — Soy un ángel, eso no me afecta – pero aún así se pone los lentes. Enciendo el auto y el motor ronronea, Calia se emociona y vuelvo a hacerlo con tal de escuchar esa risa. Le sonrió y salgo de mi propiedad. El auto es roba miradas, todo el mundo se gira a verlo y más de uno saca su teléfono para sacarle fotografías. Cuando me estaciono frente al centro comercial, todo el mundo nos mira, salgo del auto y evito sonreír ante el público qué tengo ahora, abro la puerta de mi esposa, le quitó el cinturón y extiendo mi mano. Mi ángel toma mi mano y sale del auto, escucho la sorpresa de muchas personas, pero no me importa, entrelazo mi mano con la suya, cierro la puerta y pasamos cómo si no hubiera nadie. Entramos al centro comercial, es uno de los más grandes, pero el qué más me gusta, solía venir con Abadon cuando estábamos aburridos, debo llamarla y ponerla al tanto de la situación. La primera parada es la gran tienda de Victoria 's Secret, me quito los lentes, Calia imitó mi gesto y se pone los lentes sobre su cabeza, mira todo con curiosidad, tomó una canasta y la llevó por el primer pasillo. — Lleva todo lo qué te guste – digo tomando su cintura. – Color, textura, cómo lo quieras, ángel. — Constantin – susurra pasando las manos por un baby doll. – Todo esto es para qué sólo tú lo veas – dice y veo cómo sus mejillas se encienden. — Así es – le sonrió. – Toma lo qué te guste más. — Déjame hacerlo sola – dice mirándome. – Por favor. — ¿Qué? – arrugó el entrecejo. — Es para qué tú lo veas, así qué es mi elección – me quita la canasta de las manos y me da un fugaz beso en los labios qué me deja tan idiota. Se va y me quedo ahí parado cómo pendejo. Vaya, ¿qué acaba de pasar? Me siento y la observo de lejos, mirando cómo ve la ropa, cómo ve la lencería, cómo la toca. Una chica se acerca y le empieza a decir algo, ella le sonríe y me quiero levantar para saber qué mierda le está diciendo, pero me quedo ahí, sólo mirando cómo dicha chica la lleva a otra zona de la tienda. Parece qué trabaja aquí. Me cruzo de brazos y sigo esperando. Mierda yo quería ver lo qué se iba a llevar, necesitaba verlo, pero la idea de qué ella tome lo qué quiera y me de una sorpresa me la pone dura. Sonrió para mis adentros y de pronto veo a la chica qué estaba con ella qué se lleva otra canasta. Dios santo ¿qué tanto está comprando? Preparo mi tarjeta. Minutos después la veo a ella y a la chica con dos canastas llenas de cosas. Trago saliva, ignoro el martilleo de mi corazón. Son demasiadas cosas, pero todas ellas son sólo para mí, ella las va a lucir para mí y pagaré lo qué sea por ello. Entregó la tarjeta y miró a mi esposa, tiene un brillo inusual en la mirada y una sonrisa qué me hace contener la respiración. Tiene algo en mente y no me lo dirá. Tomó las bolsas qué me dan y sólo escuchó cómo Calia se despide de la chica cómo si fueran amigas de toda la vida. — ¿Te divertiste? – preguntó cuando tomó mi brazo. — Mucho – dice con esa dulce voz. – Quiero tomar algo. — Vamos a esa cafetería. — Pero algo dulce, con mucho chocolate – dice haciendo un puchero y mierda, este lado infantil me la está poniendo más dura. – ¿Sí? — Claro ángel. Vamos a una cafetería, un hombre de seguridad me ve y lo reconozco, detengo mi pasó y Calia se detiene mirándome confundida, el hombre se acerca. — Balnorin – lo saludó estrechando su mano. — Constantin – me sonríe. — Mi esposa, Calia – la presento. — Un gusto – dice con una sonrisa. — Igual – dice Balnorin. – Escuche qué estabas muerto. — En teoría lo estoy – lo miró. – ¿Qué haces aquí? No te creo esto de personal de seguridad ¿quien te envió aquí? — Hay un precio por tu cabeza, el bajo astral envío la orden – dijo mirándome. – Cinco reliquias de la muerte por tu cabeza. Sólo quienes están en contacto con el bajo astral lo saben, pero Lilith corrió la noticia de qué estabas muerto por eso nadie ha hecho nada, sin embargo, te conozco y sabía qué este sería tu lugar seguro. — ¿Sólo de mi cabeza? – digo un tanto desconcertado. — Sí, ¿por qué? Miré a mi esposa qué ahora está completamente seria. El bajo astral no sabe aún de mi unión con un ángel, sino nunca hubiera emitido la orden, la Muerte está ocultando secretos, cómo siempre. — ¿Qué quieres? – lo miró. – Los dos sabemos qué no me harás nada, así qué habla. — Saca a mi hermana de Castlebrook – me mira. – Somos los últimos elfos de sangre pura que existen, sacala. — No puedo, si Lilith sabe qué estoy vivo vendrá por mí – lo miró. – Estar muerto es mi única ventaja aún. — Saca a mi hermana – vuelve a decir. – O me encargaré de qué todos sepan qué Constantin Gorman no está muerto. Me dio la espalda pero no lo dejó ir, lo tomó del brazo y lo miró. No puedo arriesgarme a esto. Lilith no debe saber qué estoy vivo. — No dejaré qué me jodas – digo mirándolo. — No me puedes matar – dice muy seguro. Calia me tomó del brazo y se interpone entre nosotros, pone su mano en la frente, sus ojos verdes brillan con intensidad y después cae al piso. Lo extraño es qué nadie nos está mirando, es cómo si de pronto estuviéramos en una burbuja donde nadie nos ve. — ¿Qué le hiciste? – dije agachandome con ella. — Veo qué tiene en la cabeza – dice Calia volviendo a poner su mano sobre la frente. Sus ojos vuelven a brillar y extiende su otra mano. – Toma mi mano. Cuando tomo su mano, puedo ver lo qué ella ve. La alerta del bajo astral viene desde una bola de cristal, apenas sí lo saben cuatro, sin embargo lo de su hermana es una trampa, su hermana está con él y no en Castlebrook. Es una trampa para hacerme volver. Suelto su mano y todo vuelve a la normalidad, Calia se levanta y Balnorin se está levantando, parece qué salimos de esa burbuja. Balnorin se toca la cabeza y nos mira. — ¿Por qué quieres qué mi marido vaya a Castlebrook? – dijo Calia mirándolo. – Tu hermana no está ahí, ¿cuál es la razón? — ¿Qué? — Mi esposa te hizo una pregunta, responde – dije mirándolo. — Castlebrook es un puto caos, Dante dijo qué buscaramos a los qué pudieramos y… — Lo qué pase o deje de pasar en Castlebrook no es de mi incumbencia – lo miró. – Nada me hará volver ahí, ni siquiera la muerte de la misma Lilith. No vuelvas a aparecer así y sobre el bajo astral, sí lo ves dile qué la Muerte no le ha dicho todo. Tomó la mano de Calia y vamos directo a la cafetería, pido dos malteadas de chocolate y nos vamos a una mesa. — ¿Por qué el bajo astral te busca? — La Muerte me quiere de una u otra forma, pero no lo quiere hacer directamente aún – la miró. – Debió inventar algo y por eso mi búsqueda. — No me menciono ¿no lo sabrá? — Lo sabe bien, pero sabe lo qué significa enfrentarse a un ángel y tal vez ni sepa qué clase de ángel eres – suspiró y toma mi mano entre las suyas. — Lo vamos a resolver ¿no? De eso trata el matrimonio – me sonríe. — Sí – le sonrió y besó sus manos. – No sabía qué podías hacer eso. — Puedo hacer muchas cosas – nuestras malteadas llegan y agradecemos. — Eso de la burbuja ¿también fue tuyo? — Sí, no necesitamos qué alguien nos vea y menos humanos – se ríe y prueba su malteada. – Está deliciosa, gracias – me sonríe. Mi esposa está llena de sorpresas. Después de nuestra malteada fuimos a una tienda de zapatos, me senté y dejé qué ella observe todos, pero me di cuenta de algo. Siempre usa zapato bajó y no por el hecho de qué sea alta, no sabe usar zapatillas. — ¿Cuál te gusta, ángel? – digo abrazándola por la cintura. — Me gustan mucho esos – señala una zapatillas rojas. – Pero no sé caminar con ellas. — Hagamos algo – voy a zapatos con un poco de tacón, ni muy alto ni muy bajo. – Te enseñaré a caminar en tacones. — ¿Qué? ¿Cómo? — Ángel, te recuerdo qué soy diseñador y tengo qué hacer qué mis modelos luzcan bien mis diseños, a un par de ellas les enseñe a caminar en tacones y haré lo mismo contigo. Zapatillas por el momento no, el resto puedes tomar lo qué quieras. No tardamos mucho en los zapatos, así que nos vamos rápido. Me detenía en cada tienda que Calia miraba, fuimos a comer hamburguesas y después le compre un pastel, cuando volvimos a mi auto, yo tenía muchas bolsas cargando. Subí todo al auto y volví a ver cómo todos miraban, pero ahora era a mi mujer, recargada en el auto mientras se comía su helado. Los hombres la miraban de una forma tan… me puse frente a mi esposa y la bese, qué todos vean qué ella es mía y no un puto espectauculo para ver. Ella tenía una sonrisa divertida, pero eso no quitaba mi furia. Abrí la puerta y dejé qué entrara, subi del otro lado y le puse el cinturón. — ¿Podemos ir al cine? – dijo mirándome. — ¿Al cine? Mierda tiene años qué no voy al maldito cine. — Sí, ¿podemos? De nuevo ese puchero y esa mirada qué me quita todo el enojo. Le sonrió y me acercó a besarla. — Con una condición. — ¿Cuál? — Cuando regresemos a casa, te pondrás algo de lo qué compramos en Victoria 's Secret. — Trato. Maldita.
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