Me quedé paralizada, con las palabras atascadas en mi garganta. Todo sucedía tan rápido que apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando mi supervisora, con una mirada que podría haber derretido el hielo, se volvió hacia mí y sentenció: ―No se preocupe, señor, ella está despedida ―luego, dirigiéndose a mí con voz cortante―. Ve por tus cosas... Aurora. En ese instante, sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. A pesar de todo, ese trabajo era mi sustento, en esta ciudad que aún se sentía extraña. Desesperada, intenté una última vez y me acerqué a Reinaldo y le dije: ―¡Señor, me disculpo! Solo que... Pero Reinaldo me interrumpió, con su mirada cargada de arrogancia y desprecio: ―Tú misma cavaste tu pozo, joven―declaró, antes de girarse y marcharse a grande